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AL DIVÁN CON EL TEATRO HOY EN EL DIVÁN Desde adentro

Autora: Beatriz Mosquera

Dirección: Romina Oslé

Por Raquel Tesone

Esta es la historia de una escritora y, además, es la puesta en escena del proceso mismo de la escritura que se gesta desde adentro del mundo interno del escritor en absoluta soledad.

A partir del ingreso en la sala, se les entrega a los espectadores un programa que se encuentra dentro de una cajita pintada, sobre un fondo negro, con las palabras «desde adentro» y es así como comenzamos a instalarnos en el universo de una escritora llamada Blanca.

 

En el marco de una escenografía despojada, compuesta por un escritorio, una mesita para el café, vestidos colgados en perchas, una valija y muchísimas cajas con libros y papeles, los actores del Elenco LugarOtro se destacan por prescindir de la necesidad de apoyaturas externas, ya que la realización también es íntegramente «desde adentro». El texto de Beatriz Mosquera posee el ingenio de transmitir profundas reflexiones y que, sumado a la dirección de Romina Oslé, hace una exquisita combinación con actores que irradian la labor en equipo y una profunda conexión entre ellos.

Parafraseando a Mario Benedetti, Blanca tiene una soledad tan concurrida… Desde adentro, se alojan sus personajes: Blanca niña; Blanca adolescente; Blanca adulta; la imagen de una madre en pleno delirio místico; la figura de un padre con su doble moral, que impone su autoridad militar a golpes de botas; Dominga, su niñera, «la madre ideal que la salva del dolor» y el misterioso Juan, quién representa el amor y el refugio de Blanca. Lo que hace a Blanca una gran escritora es atreverse a dialogar con los personajes que la habitan y, además, afrontar a Madame La Morte. Blanca no cree que se pueda conversar más que con ella, y es por esto que su soledad le propone un doloroso encuentro con sus propios interlocutores. Desde allí escribe, desde allí se escribe, en ese interior donde Blanca escribe lo que le dictan sus yoes, y lo más aventurado es el desafío de debatirse con ellos, sin que estos se pongan de acuerdo. Parece que quien más la entiende es Lucrecia, su gata, pero se fue y la abandona, como la abandonaron otros. ¿Quizá Lucrecia no soportó que Blanca hablase con la muerte?

Desde su dura infancia, en medio de un ambiente familiar por momentos hostil hasta la violencia psicológica y física, con un padre maltratador que limpiaba su «roña con las palabras del evangelio» y una madre que ocultaba, tras sus oraciones a Dios, el deseo pecaminoso por su hermano, Blanca actualizaba en Juan este deseo de su madre. Juan era lo más puro a lo que se podía aferrar para fantasear su futuro.

Pero un futuro no se proyecta en un país que expulsa y donde Juan, por el amor a lo que lo trasciende, tiene que exiliarse. Algo que una niña no puede comprender más que como otro abandono. Por eso le dice a Juan: «La gente que sufre dentro de mí vale más que mis sueños». ¡Está viva! Esta obra habla de un país que obliga al exilio porque los ideales etiquetados de subversivos carecen de posibilidad en una sociedad en que la dictadura se aplica hasta en los hogares. En la familia de Blanca, la consigna Dios, patria y hogar también oculta a torturados y desaparecidos, así como encubre secretos familiares.

Juan es el único que puede «ver» a Blanca y sabe que lo que ella silencia es intolerable. «No importa con quien uno hable cuando no soporta el silencio», afirma Juan. Pese a ello, él no entiende el amor de la niña. Lo toma como una «alada tontería», producto de una «pasión inútil», y con estas palabras se convierte en otro que le da la espalda a Blanca.

También aparece su vecina, Amalia, que presentifica al otro. Blanca sabe que confunde a los que la rodean con los personajes que ella lleva dentro. Amalia termina siendo otro personaje para Blanca: ¿es la vecina o la compañerita de banco de Blanca, que se llamaba igual? En este punto se juega la cuestión de la transferencia sobre otro que pasa a ser un objeto más del mundo interno. «Los escritores hacemos siempre eso. Amordazamos a los seres reales para que los imaginarios nos digan siempre lo que queremos», nos revela Blanca. A lo que Juan responde: «¿Los escritores? ¡Y los políticos, los sacerdotes y todos! No hay nada más temible que lo dicho por el otro». Sin embargo, Blanca necesita la mirada de Amalia para no enloquecer con sus propias voces y para culminar de re-escribirse. «No creas que estoy loca, lo que pasa es que desprecio la realidad. Me cago en ella». ¿Es que escribir es prescindir de la realidad, consiste en crear una nueva o se trata de una interpretación siempre subjetiva de una realidad que es ineluctablemente inasible?

 

Esta maravillosa obra nos pone en contacto con el proceso creativo del escritor que implica el intenso trabajo de enfrentarse consigo mismo poniendo en juego los propios fantasmas.