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28 octubre, 2013

AL DIVÁN CON LA LITERATURA Hoy en el diván: El príncipe heredero

El príncipe heredero

de Ezequiel Achilli

 

Por Raquel Tesone

 

¿Qué es un loco? ¿Qué es el «almicidio», ese asesinato del alma que denuncia el loco Schreber? ¿Cómo encontrar una verdad que estalla dejando las esquirlas diseminadas de la locura? ¿Existe el tiempo o el tiempo no existe si transcurre y se nos escurre? ¿Y el amor, el amor existe? Estos y otros interrogantes serán develados por el Freud de esta novela que, cual Sherlock Holmes, nos atrapa al punto de no desear interrumpir la lectura para acompañarlo, como Watson, en la búsqueda de respuestas. Este Freud llega a remover el árbol genealógico hasta escarbar en las huellas que deja entrever lo censurado por Schreber. Lo que el loco no dice se lo hace decir el autor, Ezequiel Achilli, quien encarna y se hace carne en su escritura de la locura de Schreber.

Y este autor sabe que podrá llegar a otros que estarán allí donde nadie supo escucharlo. Y no se equivoca. Esos otros somos, definitivamente, sus lectores. Aquellos apasionados por saber sobre el Ser, sobre el psiquismo, sobre la locura y sobre la Nada. Aquellos a quienes les interesa todo lo relevante de las problemáticas inherentes al ser humano, a quienes este Schreber logra conmocionar y emocionar hasta las lágrimas cuando transmite la desolación de sus emociones. Hace de su escritura un alegato de la desesperación, siendo, a la vez, el testimonio de su salvación. A este Schreber no lo pueden silenciar las voces que le gritan su verdad. Y por eso, este Freud no cejará en tomar el sendero que lo conduzca a ella, sabiendo que el encuentro con la verdad siempre es un camino que se transita con dolor. Este Freud y este Schreber, que revive con magia y con arte Ezequiel Achilli, pone en valor el descubrimiento del psicoanálisis, y lo enaltece tanto por su método de exploración de lo inconsciente como por revolucionar el pensamiento acerca de lo humano.

El príncipe heredero es una novela que juega su ficción con personajes de la vida real, generando deseos de conocer más acerca de estas figuras históricas de nuestra cultura. Enseña sobre la locura, pero, sobre todo, apunta a lo que la locura enseña. Retrata a un Freud adorable en un vínculo con su mucama, en el que el sentido del humor los une, y una relación singular con Marie Bonaparte, su discípula, colaboradora y princesa heredera.

¿Y el príncipe heredero? ¿Quién es? ¿Qué aprende el psicoanálisis de los locos y de su arte para diseñar, componer y exponer su locura al mundo? ¿Qué representa Dios? ¿Y el diablo? ¿Cómo se llega a traspasar la porte de l’enfer? ¿Qué es la vida y qué es la muerte? ¿Y la muerte en vida?

Estas preguntas se despliegan con un lenguaje poético, aunque no por eso menos científico, que permite el desarrollo de hipótesis y agudas cuestiones sobre el pensamiento religioso. Integra, además, reflexiones filosóficas de una penetrante lucidez que dotan a esta novela de una riqueza inconmensurable.

 

El actor y el psicoanalista alcanzan su máxima comunión en la escritura de Achilli, en la representación de los personajes, logrando construir la psicología de la personalidad de cada uno de ellos gracias a una rigurosa meticulosidad y una sublime teatralidad. Como buen artista, su pluma dibuja matices y complejidades con pinceladas plenas de metáforas y poesía, y también se vale del uso del oxímoron para ir en busca de nuevos significados. Esto nos permite capturar en los ínfimos detalles, como si fuese un cuadro de estilo impresionista, lo invisible y lo indecible de las emociones que atraviesan a sus protagonistas. Nos hace bucear magistralmente no solo dentro del universo del psicoanálisis, sino también nos sumerge en el océano del conocimiento de los diversos saberes que lo irrigaron proporcionando sustento a sus fundamentos. El saber del arte y, sobre todo, de los artistas, del loco, de la filosofía y de la ciencia conforman el entramado de esta novela. Achilli enlaza con extraordinaria sabiduría los hilos de estos saberes anudando sus puntos de entrecruzamiento. El tema del nazismo, y la persecución que provocó el exilio de Freud, está abordado de forma lateral, con una mirada profunda sobre el origen de esta ideología y que da un giro asombroso al final de la novela. También, en el final, se revela el misterio sobre quién es el príncipe heredero, si es que antes el lector no adivina su identidad o, al menos, la intuye.

Sin embargo, hay algo más que descubriremos los lectores, y que su autor no sabe, y es que el verdadero príncipe heredero es el mismísimo Ezequiel Achilli. Freud es también su maestro y, siguiendo los consejos del extraordinario Goethe: «lo que heredaste de tus padres conquístalo para poseerlo», Achilli lo realiza con su novela. Logra apropiarse a tal punto de las enseñanzas del padre del psicoanálisis que su caracterización es por completo creíble y coherente con su obra y con sus hipótesis. Este autor consigue transformar lo heredado en algo propio y definitivamente original. El arte de su obra se condensa, y esto tampoco su autor puede saberlo de antemano, en un movimiento que se gesta en el après-coup y como efecto secundario de la lectura: sentirnos dueños del legado de Freud.

 

Con esta novela, Ezequiel Achilli ilustra al psicoanálisis en tanto pensamiento que construye nuestra subjetividad, por lo cual, nos pertenece y es nuestro bagaje cultural. Por eso, la grata sorpresa que nos deja después de leerlo es una advertencia y un plus de saber.

 

La advertencia:¡Cuidado! ¡Todos podríamos ser locos!

 

Y el plus de saber: ¡Todos somos los príncipes herederos!

 

Nuestra gratitud y reconocimiento a Ezequiel, por honrar a todos a los que tenemos algo de locos, y por entregarnos con su novela la corona de príncipes herederos.

 

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