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15 octubre, 2012

Surgida de los planteos de Paulo Herkenhoff, en colaboración con Rodrigo Alonso y Bruno Assami, se presenta en PROA la exposición Arte de contradicciones. Pop, realismos y política. Brasil-Argentina. 1960, que busca dar cuenta del gran desafío estético que los artistas de los años 60 llevaron a cabo entre el afán modernizador y las luchas revolucionarias.

 

Por Lucia Gerván

 

De la mano de 59 artistas y más de 150 obras, veremos las diferentes experimentaciones que buscan transformar los límites estéticos, quebrar la historia y, sobre todo, generar un compromiso social.

La década del 60 se caracterizó por ser una época de fuertes cambios políticos, económicos y sociales para estos países. Los enfrentamientos ideológicos, los gobiernos militares, la resistencia al capitalismo y al consumismo, y las manifestaciones populares se van a transformar en las nuevas problemáticas de investigación estética.

Durante este período, tanto Argentina como Brasil coincidían en ser las economías más poderosas dela región. Estoles permitía a sus artistas viajar y tener intercambios con las diferentes corrientes artísticas internacionales, especialmente aquellas llevadas a cabo en Nueva York y París, los dos centros artísticos más importantes del momento. Es así como llegan a conocer y a adoptar las técnicas del arte pop y el nuevo realismo francés.

El arte pop marca el desarrollo de la sociedad de consumo y el nacimiento de la cultura de masas. Estados Unidos abogaba por una modernidad que integrara la cultura popular como otro aspecto de la creación contemporánea. Artistas como Richard Hamilton, Claes Oldenburg y Jasper Johns comienzan a apoderarse de la publicidad, los cómics, los letreros y los afiches, para propagar eficazmente los nuevos mitos de la sociedad norteamericana. Utilizan imágenes populares para resaltar, con una gran carga irónica y festiva, la banalidad de la época.

Al mismo tiempo, el nuevo realismo buscaba burlarse de esta sociedad a través de la apropiación «directa» de la realidad, utilizando materiales y objetos de desecho de la sociedad de consumo, para convertirlos en obras de arte. El objetivo de artistas como Tinguely, Arman y Daniel Spoerri era el de reconciliar el arte con la vida y poder así tener un «nuevo enfoque perceptivo de lo real» (Pierre Destany).

Sin embargo, la influencia del pop norteamericano y el nuevo realismo francés va a encontrar en Argentina y Brasil un panorama completamente diferente. El capitalismo, los medios de comunicación y el consumo cultural van a ser pensados —y vividos— en términos muy diferentes: son confrontados desde las realidades económicas y sociales locales.

En 1964 se produjo en Brasil un movimiento político-militar que depuso al gobierno de João Goulart y llevó al poder al mariscal Humberto C. Branco. Dos años más tarde, en 1966, el gobierno constitucional argentino cae a manos de la llamada «Revolución Argentina», llevando al general Juan Carlos Onganía al poder. Ahora, la censura, las persecuciones, las torturas y los «enfrentamientos» se convierten en algo cotidiano, están a la orden del día.

Los artistas locales van a buscar plasmar a través de su arte los conflictos que les tocaba vivir, junto con los profundos cambios políticos e institucionales. A diferencia de Norteamérica y Francia, estos países toman los elementos pop y realistas, pero sin su carga festiva y banal. Buscan ofrecer su propia mirada del pop, cargándolo de significado político y utilizándolo como un elemento más en lucha diaria. Los íconos populares —como Coca-Cola, el dólar, incluso la figura del Che Guevara— se convierten en símbolos de lucha y resistencia política. Se deja de lado la abstracción, dominante durante la década del 50, para volver a hacer un arte figurativo, y poder así cumplir su principal objetivo: el de denunciar.

Si bien no fueron muchos los encuentros físicos entre los artistas brasileños y los argentinos, eran amigos y compartían sucesos en Nueva York y París. Por eso podemos encontrar afinidades entre sus obras: la crítica y la denuncia al consumo de masas, la publicidad, el diseño y la utilización de la moda como elemento de escape a la situación tensa que les tocaba vivir, y la toma de calles por acontecimientos públicos, al igual que los museos, para convertirlos en espacios de participación y lucha contra las instituciones. Hay que mencionar también dos hechos fundamentales que colaboraron con esta relación durante los años 60: una exposición dela Nueva Figuracióny otra exposición de Antonio Berni en Brasil.La galería Bonino, en Brasil, también fue un punto de encuentro importante.

Como se dijo anteriormente, en América latina se instalaron dos grandes mitos: el Che Guevara y la Coca-Cola. Sin embargo, fueron teñidos de un concepto diferente y bajo la propia versión de los artistas. El Che representaba la voluntad de cambio y la liberación a través de la revolución social. La xerigrafía del argentino Roberto Jacoby «Un guerrillero no muere para que se lo cuelgue en la pared» (1968) y la pintura del brasileño Claudio Tozzi «Che Guevara» (1968) son claros ejemplos de esta visión. También es interesante resaltar las obras de los brasileños Carlos Zílio y Rubens Gerchman, ya que ambos incluyen en sus obras el término «Lute» («lucha»), haciendo alusión a la resistencia y a la lucha como respuesta a los planteos políticos del momento.

La Coca-Cola, al igual que el dólar, aparece como símbolo del imperialismo yanqui y la dominación económica. Uno de los artistas que en esta exposición nos muestra la respuesta que tenían ante este avance norteamericano es Cildo Meireles con sus obras «Zero dollar» (1974-1984) e «Intersección de circuitos ideológicos: proyecto Coca-Cola» (1970). También podemos agregar a Decio Pignatari con «Beba Coca-Cola» (1975).

La Otra Figuración Argentinafue un gran espacio crítico para debatir aquellos problemas que afectaban al hombre, como el anonimato, la violencia, la soledad que se experimentaba frente a la multitud, los miedos, la desesperación, la desesperanza, entre otros. El impacto que el grupo tuvo sobre los artistas brasileños fue notorio, especialmente a partir de las dos exposiciones ya mencionadas. A raíz de esto, tanto en Brasil como en Argentina, se comienza a dar un planteo desde lo plástico: se van a empezar a utilizar elementos nuevos, como el acrílico, y a explorar el espacio a través de esculturas blandas o instalaciones. También, comienza a participar el espectador en las obras de arte.

Este planteo desde lo plástico, es decir, esta vuelta a la figuración, va a devenir en un planteo político, ya que la figuración va a ser el medio utilizado para la denuncia. Esesta la razón por la cual Antonio Berni, en contraposición al glamour hollywoodiano de Andy Warhol, va a crear personajes socialmente marginados, comola prostituta Ramona Montiel o el pobre Juanito Laguna. Su finalidad era que se pudieran observar las contradicciones entre la sociedad del alto consumo del norte y la sociedad del consumo marginal y precario del sur, y qué diferentes eran estas dos realidades.

Estamos en condiciones de decir que tanto el pop como la nueva figuración en Brasil y Argentina poseen un arraigo en imágenes y tradiciones que ejecutan una suerte de folclore urbano, en donde las manifestaciones pueblan el paisaje social, retratando el contorno cultural de las clases humildes. El concepto de cultura de masa se convierte en algo clave, siendo la masa aquellos sujetos indiferenciados, calculados, sin una singularidad o identidad propia; un pueblo alienado por los medios de comunicación.

Obras como «Introducción a la esperanza» (1963), de Luís Felipe Noé, y «Submundo» (1963), de Rómulo Macció, se alzan como respuesta a la masa, a la multitud como sujeto político. En la obra de Luis Felipe Noé, aparece un grupo de personas manifestando, exigiendo por sus derechos. Al tratar el tema de una manifestación, no solo vemos su compromiso social y político con la situación del momento y su fuerte resistencia ante este, sino también una vuelta a la historia del arte, una vuelta a la obra «Manifestación», de Antonio Berni, la cual evidentemente toma como herramienta en su lucha. Un artista brasileño que va a tomar la temática de manifestación es Rubens Gerchman, con su obra «Multidaõ» (1964).

En Brasil, la temática del baile y los indígenas también va convertirse en un arma fuerte para muchos artistas. Con respecto a los indígenas, van a buscar plasmar a sus comunidades excluidas del concepto de masa, negadas y marginadas por su gente. La brasileña Claudia Andújar, en su serie fotográfica Yanomani (1974), captura diferentes momentos de un ritual indígena, como forma de denunciar su marginalidad y resaltar su presencia. También Glanco Rodríguez hace mención a la problemática indígena en su obra «A conquista da tierra» (1971), en donde aparece escrita la canción del prisionero, cantada por un indio, la cual denuncia la apropiación de sus tierras y su esclavitud.

Por otro lado, Helio Oiticica va a tomar la samba como forma de protesta. Con sus obras Parangolé P21 Capa 17-Guevalanta (1968-1986) y Parangolé P17 Capa 13-Eston possnido (1967-1986), invita al espectador a formar parte de ellas y a ponerse en el lugar, al menos por unos minutos, de estos seres olvidados porla sociedad. Las obras constan de dos capas que al moverse generan diferentes ruidos. Buscan imitar los atuendos utilizados en los rituales y que el espectador pueda vivenciarlos. No hay que olvidar que una de las principales características de esta época es la interacción obra-espectador, junto con la necesidad de los artistas de salir a las calles y codearse con la gente.

A diferencia de los artistas norteamericanos, en Argentina y Brasil se produce un movimiento antiinstitucional que lleva a muchos a abandonar las instituciones para trabajar en ámbitos más cotidianos. Así es como comienzan a realizarse los primeros happenings y performances. Dos ejemplos que podemos resaltar son «Cabalgata» (1964) y «Leyendo las noticias» (1965), de Marta Minujin, ambos registros fotográficos realizados en el programa de televisión La campana de cristal y en el Río dela Plata. También, hay artistas que deciden alejarse del arte y adentrarse en la moda, la publicidad, como es el caso de Dalila Puzzovio con su obra «Dalila doble plataforma» (1967), y otros que se adentran a la danza, la música o a la militancia política.

La década del 60 se puede definir como una época de crisis, tanto a nivel político y social como plástico. El arte se va a volver una trinchera de resistencia y asumir el espacio de una guerrilla simbólica que lucha por sus ideales y busca represalias ante los avances imperialistas. Obras como «Movimiento estudiantil» (1968), del brasilero Evandro Telxeira, que fotografía a un estudiante siendo reprimido, o la obra «Sin título» (1973), de Ivens Mechado, que consta de una pared hecha en azulejos, con una lamparita prendida y una gota de sangre que cae, haciendo alusión a la tortura, la represión y el silencio, dan cuenta del gran compromiso social que estos artistas tenían, con la ilusión de crear una nueva fuerza colectiva, y así generar una mayor conciencia social.

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