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1 agosto, 2012

 

El famoso cuadro de Goya «El sueño de la razón produce monstruos» (especialmente porque los monstruos están simbolizados por murciélagos) le presta el nombre a lo que siento en este instante, luego de salir del estreno de El Caballero de la Noche asciende. Es cierto que hay mucha gente ahí fuera que de Batman no tiene otra imagen que la de Adam West en calzas grises lanzándose a los batitubos. Pero esa fue, cuarenta y cinco años atrás, una caricatura. Allí los buenos son muy buenos, y los malos, bueno…, son muy buenos en eso. Esta trilogía que finaliza es otra cosa.

 

Por Roberto A.

 

Con este film se cierra el tercer acto de un drama clásico en clave posmoderna. El escritor y director británico Chris Nolan nos presenta una galería de personajes que, como Caín (el único hermano que sobrevivió, es decir, nuestro antepasado), ostentan sus Faltas como marcas sobre sus frentes. Como dijo su director: «El tema de la primera parte es el miedo; en la segunda, el caos; en la tercera, el dolor». Todos pasan de víctimas a victimarios en algún momento. Y en otro, retornan. Todos son huérfanos. La diferencia radica en qué hace cada uno con esa Falta.

En esta Bati-Realidad, parafraseando al Dr. House, «Todos mienten». Los Buenos y los Malos. Y nosotros, el 99% restante, también encontramos alguna excusa. Veamos al incorruptible y sagaz policía John Blake (otro huérfano): no duda en censurar la debilidad moral de su mentor, el comisionado Gordon, cuando mintió a la ciudad «por la seguridad de ellos». Estando al cuidado de un grupo de niños, Blake se enfrenta al Apocalipsis; no duda en mentirles para «ahorrarles el miedo en sus últimos momentos».

Batman, como alguna vez comenté, vive un duelo sin fin y sin cierre. Primero sus padres, luego la mujer que ama. Se debate entre la Venganza y la Ley. Tal dilema lo hace un marginal, y también un poquito cucú. Su depresión bordea lo clínico. Es salvado por tres figuras imperfectas pero fieles a toda prueba, que toman, cada una, parte del rol paterno: su mayordomo (su consejero), su gerente (su proveedor) y el comisario (la Ley).

Han pasado ocho años desde que el adalid de la ley Harvey Dent (el archivillano Dos Caras) murió a manos del comisionado de policía Gordon. Batman asumió la culpa y desde entonces pasó sin escalas de héroe a villano. A partir de allí, se desarrolla una extraordinaria película de comics, con villanos redimidos, héroes caídos, traiciones de último momento, salvaciones imposibles.

El escritor y director británico nos presenta la historia de un planeado genocidio con ropajes de falsas proclamas de justicia social. Como dice un personaje, en medio del vandalismo: «Esta era la casa de alguien». Otro le contesta, sin parar la rapiña: «¡Ahora es la casa de todos!». Una venganza disfrazada de revolución. Todos mienten. La derecha y la izquierda.

En la aparentemente pacificada Ciudad Gótica, los ricos son opresores corruptos atrincherados detrás de una Ley de Seguridad que lleva el nombre de un mártir público (pero archivillano secreto). Súbitamente llega la revolución anarco-socialista, y ellos son masacrados bajo la ley de los «tribunales populares». El líder de la revolución es un archivillano cuya agenda no es la justicia social: es la destrucción masiva, sin distinción de clases. La mitad de sus seguidores son marginales desesperados arrojados a las cloacas por una beneficencia negligente; la otra mitad son mercenarios crueles y despiadados. El Arma de Destrucción Masiva fue concebida como un generador de energía limpia que debía salvarnos, no matarnos. Y el 99% (nosotros) se esconde en sus casas, con la vana esperanza de que venga el Gobierno y todo termine pronto.

Y el mensaje no podría ser más políticamente actual y confrontativo: solo el individuo puede hacerla diferencia. Soloel sacrificio de uno puede salvar a muchos. El héroe es el que inspira al resto. El líder va ala cabeza. Elresto lo sigue.

Envuelto en paradojas, Bruce Wayne se da cuenta de que, si no teme morir, morirá. Y, si teme a la muerte, eso le dará la chance de vivir. Pero, para poder sobrevivir, deberá arriesgar la vida. Para salvar a su ciudad, primero hay que ascender. Y finalmente, para poder salvarla de verdad, deberá matar a Batman y a Wayne.

El comisionado, enfermo de culpa, se redime. El mayordomo, para salvar lo que más ama, debe perderlo. El eficiente administrador del imperio Wayne ve impotente cómo la fortuna se esfuma. El archivillano de turno prende fuego al mundo por amor a una mujer. Un personaje planea el Apocalipsis porque «no amaba a su padre, hasta que lo mataron». Otro, ocupándose egoístamente de su salvación particular, termina siendo instrumental en el rescate del mundo…

Dicho todo esto, ¿ustedes creen que este manifiesto psicológico-sociológico-político cabe realmente en una película «pochoclera» para vacaciones de invierno? Si lo creen, están mas cucú que Bruce Wayne. ¿Qué mejores ingredientes para hacer de esta la mejor película del año?

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