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22 agosto, 2012

Cada cuadra de nuestra ciudad tiene su propia vida, su propia historia y  mirada. Es un sistema en constante flujo que busca su propio equilibrio. Acá una de las muchas historias y relatos que existen en  uno de los muchos Ecosistemas Urbanos de la ciudad de Buenos Aires.

 

Por Andrés Beltrán Nossa

 

Cada calle de Buenos Aires esconde miles de historias que a través del tiempo mutan y cambian como cualquier ecosistema. Cada elemento  que convive en la cuadra en la que vivimos, tiene su función específica para que nuestro ecosistema urbano mantenga el equilibrio. La llegada de algún nuevo miembro de la cuadra ocasiona cambios radicales y somete a una adaptación a todos sus miembros. Voy a citar mi caso en particular, mi propia mirada, a mi entorno.

En la cuadra en la que vivo, desde hace un año, cerca a la facultad de medicina y al centro porteño, coexiste  un ecosistema bastante particular. En esta cuadra conviven un Hotel Transitorio, la sede de varias facultades universitarias, una heladería y a pocos metros, la Morgue de la ciudad.

A la mañana, los negocios locales abren y la panadería “La Facultad” es la primera en hacerlo. Un lugar que parece soportar el paso del tiempo y que seguramente alimentó a varias generaciones de estudiantes de la facultad de medicina y de Ciencias económicas.  También abre el quiosquero de la esquina que sube los precios a su antojo porque sabe que a ciertas horas del día, él es la única opción dentro del ecosistema.

A pocos metros de mi edificio se encuentra el hotel transitorio “Buenos Aires”. Este lugar parece tener sus propios tiempos. Es el único  que parece no dormir, pero lo más extraño, también parece el menos vivo de todos. De vez en cuando se ven autos (todos con vidrios oscuros), entrando a cualquier hora del día. Jamás en un año de vivir ahí, he visto a ningún empleado del lugar, lo cual lo llena mucho más  de misterio e intriga.

Parejas de todas las edades y combinaciones posibles he visto entrar y salir de ahí. Cuantas historias de amor, desengaños,  pasión, desencuentro y mucho más debe tener este lugar. Solamente una vez logré ver una sombra que abría el garaje pero temo que haya sido una ilusión óptica de mis deseos inconscientes.

Justo al lado del hotel se encuentra la sede de una facultad  de una universidad privada. Un lugar que solo a la noche, toma vida. Pero cuando lo hace toma el protagonismo total de la cuadra. Chicos yendo de un lado para otro. Grupos que ríen, estudiantes que fuman y una pequeña anarquía dentro del equilibrio del ecosistema. Esa franja horaria es la que más sufro, porque no tengo espacio para caminar tranquilamente en mi hábitat. Porque justamente estas son las pequeñas cosas que hacen que la ciudad tenga vida. Nos apropiamos del espacio, y lo que es un asfalto, un conjunto de edificios y negocios, se convierte en algo más, en MI CUADRA. Mi pequeño lugar en un mundo amplio y vasto. Ese,  en el que muchas veces soy anónimo pero que a la vez conozco todos sus secretos. Porque cuando nosotros los humanos le agregamos sentido de pertenencia a las cosas, les damos autenticidad.

La heladería es un lugar que realmente me llena de incertidumbres. Tiene más de cuatro empleados (sin importar la estación del año) y jamás he visto a más de un cliente en el lugar.  Como todo ecosistema tiene su equilibrio en la justa medida de las cosas, y se encuentra del otro lado de la sede de la facultad.

Finalmente hay un supermercado chino que no hace parte de mi cuadra pero yo lo siento parte de ella. Es un lugar muy pequeño donde  cada día parece que se redujeran sus paredes unos milímetros (porque si de algo estoy seguro es que yo no crezco más). Es un poco Kafkiano y asfixiante al lugar. Pero en vez de estar como Gregorio Samsa en su cama, se está rodeado de Góndolas repletas de productos.

Si hay algo que en las distintas cuadras que he habitado desde mi llegada a Argentina que se repiten una y otra vez  sucede en los supermercados chinos, sea el que sea, es que te cobran un extra por comprar bebida fría. Cuestión que jamás había vivido en otro lugar del planeta. Y este pequeño supermercado no es la excepción hasta hace unos pocos días. Y la razón de este cambio radical fue la llegada más nueva del nuevo integrante del ecosistema de mi cuadra. Hace dos semanas noté que en la esquina estaba naciendo un nuevo negocio. Todos los días a medida que pintaban y le daban forma al lugar, especulaba con lo que podría ser. Pero hace una semana, mis dudas fueron disipadas cuando en la esquina vi un cartel gigante que decía: “Carrefour Express”.

Hay organismos  nuevos que pueden destruir o cambiar por completo el equilibrio de un ecosistema. Ya sea, generando uno nuevo o encendiendo alarmas en los demás, que tienen que adaptarse al nuevo medio para sobrevivir. Y justamente es lo que pasó.  Por un lado, el quiosquero abusador tuvo que dejar de colocar los precios de sus productos según su humor o la cara del cliente y empezar digamos de una forma coloquial, a mimar a sus clientes. Claro, cuando comenzó a ver que ante sus maltratos, la gente  caminaba hacia la otra esquina y compraban a un menor precio lo que querían, atendidos ante la cara feliz de una cajera con uniforme nuevo y sonrisa corporativa, cambió su actitud radicalmente.

Pero seguramente afectó a muchos más.  Me intriga saber como influyó al hotel transitorio.  Como por ejemplo que los amantes sedientos deciden no tomar nada del mini bar para comprar bebidas en el nuevo Carrefour Express.  La sede de la facultad noté que cerró días después de la apertura del nuevo miembro, pero dudo que haya sido el motivo de su partida. Lo que me inclino a pensar es que una facultad al lado de un hotel transitorio y a metros de la morgue, quizá, influía en el rendimiento de sus estudiantes.  Para mí fue una gran noticia y ahora puedo caminar tranquilo por las calles de mi cuadra.  Finalmente la heladería que está justo al frente del Carrefour parece no inmutarse. Siguen con sus mismos cuatro empleados y su mismo plan de acción.

Hace pocos días decidí visitar el nuevo miembro. Compré unas bebidas y me di cuenta una vez más que definitivamente,  nosotros, los seres humanos, somos animales de costumbres. Fui a la caja con una cerveza a temperatura ambiente y el cajero me la cambió por una fría. Le dije que no quería pagar más por una bebida fría y se  río. La verdad que la atención fue muy buena y no tuve ninguna queja ni objeción al respecto. Pero me sentí de cierta forma, vacío. No entendía cual era el motivo pero comprendí que le falta algo que jamás podrá tener, que es el vínculo humano creado con el quiosquero o el cajero del supermercado chino. Locales que tal vez no son tan estéticos pero son barriales, y eso los hace únicos.

Y aunque este nuevo miembro parece tener la solución a muchas cosas, también noté, que lo que hace que cada ciudad, cada calle, y cada lugar sean únicos e irrepetibles, en esas inmensas urbes y metrópolis de Argentina y el mundo, son los pequeños locales que le dan color al barrio. Su gente, sus costumbres. La llegada de un nuevo miembro al ecosistema trae cambios. Unos positivos y otros no tanto. Lo importante es tener la conciencia y el criterio para poder darnos cuenta que lo que muchas veces parece algo nimio y sin importancia puede generar cambios drásticos en nuestra forma de vivir. Cada vez que algo cambia, afecta nuestro entorno.

Seguramente muchas cosas cambiarán, y la calle, la cuadra y el barrio seguirán ahí, como testigos de decenas, cientos y miles de historias que día a día transitan por ellas. Historias que todos tenemos, que nos representan y que nos hacen parte activa de la sociedad. Con la ciudad nació nacieron estos nuevos ambientes: “Los Ecosistemas Urbanos”.

 

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