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28 noviembre, 2012

Hay más de 300 en la Ciudad, y la mayoría nació luego de la crisis del 2001. Las pequeñas editoriales no paran de producir y de crear nuevos espacios literarios y camadas de nuevos lectores ávidos de relatos. La búsqueda de lo estético y la vanguardia en tapas y contenidos arrasan con los años 90, que dejaron rastros de lecturas únicas y poco creativas o experimentales. Arriesgan y ganan pasión y lectores.

Por: Eurídice Ferrara

Un manual de supervivencia, mezcla de libro de terror con autoayuda, películas mentales inventadas por escritores que conforman relatos y se plasman en pósters realizados por diseñadores y se presentan en eventos con música en vivo, organizados por la editorial Clase Turista. Dibujos de diseño que despiertan la poesía o ensayos que hablan sobre el metalenguaje en formato de diario íntimo, de la editorial Pánico el Pánico. Libros, ensayos, poesías recubiertas de cartón y sus portadas pintadas a mano, de la editorial Eloísa Cartonera, y autores jóvenes que pululan y se redescubren en la escena literaria con su primer o segundo libro, de la editorial Mar Dulce.
Y la lista sigue, sorprendiendo las miradas curiosas que se van cansando del libro como objeto de consumo, de las historias conocidas y obvias de best sellers, y salen al encuentro de editoriales independientes, chicas, con una estructura pequeña, made in home, algunos libros hechos artesanalmente con sus tapas adornadas con toallas de colores y jugando a las carcajadas con la vetusta y cerrada idea de la literatura de clase, de una elite, de los grandes escritores, de La Literatura Argentina, una, sola, que ya no existe más.
La escena cambió. Los espacios se abrieron. Las mentes ya no temen navegar palabras nuevas y aprender de generaciones jóvenes que tanto tienen por decir. Las editoriales fueron cambiando de perspectiva, de rumbo, y abriendo nuevas posibilidades y pluralidad de voces. Esas palabras que se decían, se escribían pero no aparecían en escena más que de modo íntimo. ¿Por qué? Es que el mercado manda y comanda. Y los grandes grupos editoriales, en tanto grandes empresas o grupos empresariales, no dudan en abarcarlo todo, con dinero y estableciendo parámetros de lectura claros, delimitados, hasta que casi parezcan únicos. Pero ¿quién dijo que las voces que no se escuchaban, las que no podían publicar más de 5 mil ejemplares porque nadie creía en ellas, se esfumaron? Esas voces nuevas, esas que te hacen reír y al segundo logran la contemplación, como la poesía de Horny Housewife Kidnapped (Ama de casa calentona secuestrada), nombre de una colección de poemas, de las plumas de Esteban Castromán, Lorena Iglesias e Iván Moiseeff, de la editorial Clase Turista:

«¿Acaso existe algo más perturbador que el dibujo de un pene sobre un banco de plaza, junto a la frase: “Te estaba esperando”?»

O la ternura de Gare Du Nord, por Lorena Iglesias:

«Madre, he visto el mundo…
Pensé que al llegar acá
estaría tan feliz.
Pero un punto de tristeza
infecta los paisajes.
Madre,
He visto el mundo…
Las postales son hermosas,
El tipo que las vende tiene una vida miserable».

Las empresas no quieren perder, nunca. Y van por lo seguro. Nadie quiere perder. Pero hay veces en que se pierde mucho más si no se arriesga a conocer «lo otro», aquello que no está ahí pero está de otra forma. Así, bajo la pura necesidad de ser escuchados y con la convicción irrefrenable de que se podían cambiar las cosas y generar nuevos espacios culturales, nacieron las editoriales independientes. Chicas, pequeñas, cartoneras algunas, otras minipymes y nada hippies. Con mucho gusto, placer, dedicación en la edición y en la selección de las voces, están, desbordan liberarías y confían en algún lector. Sin más y con mucho.
«Después del 2003 hubo un boom de pequeñas editoriales independientes, hoy creo que son más de 300. Y esto es porque fueron generando un circuito de editoriales. Es una pequeña escena cultural de sellos alternativos, que básicamente publicaban a gente que no estaba siendo publicada. También se organizan ferias y ciclos de lecturas como lugares de encuentro». Las palabras de Iván Moiseeff, de Clase Turista, resumen claramente el camino que fueron tomando las llamadas editoriales independientes hoy. Y agrega: «La posibilidad de hacer pequeñas tiradas y tu esquema de autogestión es darle la oportunidad a alguien que no puede con una gran tirada y te permite arriesgar y apostar a otras voces». Surge la pregunta de si esas nuevas voces ya hicieron nuevos géneros. «Hay mucha experimentación. No sé si ha forjado un nuevo género. Pero hay nuevos trabajos sobre los ya existentes y la literatura», comenta Lorena Iglesias, de Clase Turista, y deja el espacio al otro integrante de la editorial, Esteban Castromán: «Lo autogestivo construye un estilo y un género en el camino, en la marcha. Y, además de generar nuevos lectores, construye nuevas posibilidades de sentido. Y eso es, me parece, el objetivo del arte o la cultura en general».
En Clase Turista la decisión de los tres integrantes fue no vivir de la editorial por ahora. Cada uno tiene otro trabajo aparte, y expande su vida y sus intereses literarios con la editorial. Pero quizás en unos años todo se dé. «Ahora no nos apura eso. Es una editorial hecha con un catálogo con mucho placer y caprichosamente», agrega Iván. Así describen el catálogo que los define como escritores y editores: «Tenemos una colección de libros artesanales, que es de poesía argentina contemporánea. Es muy heteróclito, un manual de supervivencia. Ahora vamos a sacar una colección que es solamente de poesía, que tiene algo de microensayos y de experimentación. Después está Mental Movies. Son relatos que se forman a partir del pedido que le hacemos a un escritor para que nos cuente cómo sería la película que haría si tuviera todo el presupuesto del mundo para poder filmarla. A partir de eso, sale un relato, y luego un músico hace la música de esa película imaginaria, y un artista plástico o un diseñador compone un póster».
La puesta en escena de este proyecto, denominado Mental Movies, se realizó a través de eventos culturales multidisciplinarios que tuvieron lugar en Buenos Aires, México, Bélgica y Madrid, y se renovará el próximo año en diferentes provincias argentinas. «En realidad, es un proyecto de divulgación de lecturas porque muchos pósters se regalan. Y otros se venden en circuitos de librería. Pero en total ya imprimimos 50 mil ejemplares de cada póster», aclara Iván. Finalmente, cuentan con una colección de géneros de ficción, pulp, que son los géneros considerados menores, según Lorena: «Nos parece interesante trabajar con las formas que parecen despreciadas o no tan valoradas como objeto de la alta cultura, y con eso generar algo que sea profundamente literario. El pulp es ciencia ficción, western, horror, aventuras».
Los libros están en librerías de Capital Federal, Mar del Plata, Córdoba, Madrid, México. Depende del libro, Clase turista realiza una tirada de 500 ejemplares, o ediciones artesanales que van sacando de a 300 y después renuevan. Ante la pregunta de qué harían si el día de mañana viene una empresa y les propone hacer una megaeditorial, Lorena es tajante: «Les vendemos nuestra patente y después nos vamos. Hacemos al lado un quiosco de la editorial».
Te saludan y siguen trabajando sin parar mientras hablan, encolan los cartones, pintan las tapas, ordenan las pilas de miles de libros que los rodean, y los colocan en una de esas bolsas bolivianas grandes, listos para ser distribuidos en las librerías.
En Eloísa se respira trabajo arduo, manual e intelectual. Todo en cooperativismo, con una gran conciencia social y claridad respecto del lugar donde están parados en el mundo, con sus vidas y con la editorial: «Ni pensamos ir contra el mercado, sería como una batalla perdida. Es como pelear contra un banco. Con que funcione para nosotros, basta. No nos importa el mercado editorial, y nosotros no le importamos a él. Uno tiene que crear su poder, en vez de pelear contra él. Creamos nuestro público, nuestro sistema, y vivimos tranquilos. No nos tocamos, somos planetas no alineados», aclara Alejandro Miranda, trabajador hace 10 años de la cooperativa. Y surge la pregunta de qué es lo diferente que hacen con respecto al resto de las editoriales.
En principio, el material que utilizan es cartón, que es comprado a cartoneros: les pagan mejor que en cualquier otro lado y conforman hasta una cooperativa social con ellos, donde todos trabajan contentos. Antes no era así, pero se dieron cuenta de que allí estaban; luego de la crisis del 2001, cada vez eran más los desempleados y los cartoneros en la ciudad. Alejandro recuerda sus comienzos: «Empezamos a fines del 2002, principios del 2003. Vamos a cumplir 10 años. En realidad, eran dos personas: Washington Cucurto, escritor, y Javier Vasilaro, artista plástico. Ellos tenían una pequeña editorial que se llamaba Eloísa Latinoamericana y hacían libros de cartulina. Después, con la crisis, no pudieron seguir haciendo eso, entonces idearon un sistema para hacer los libros fotocopiados, y la novedad era ponerles cartón para abaratar costos». Con tiradas de 200 a 1.000 ejemplares, realizan una encuadernación puramente artesanal y colorida, sobre el marrón de los cartones; todo lo imprimen en una imprenta que tienen allí, en el local de la Boca. Así, fueron los pioneros en crear la primera editorial cartonera de las más de 80 que existen hoy en la ciudad.
¿Otro detalle diferencial? Ricardo Piña, poeta histórico desde los comienzos de Eloísa, nos resume: «Eloísa no espera a que vengan los clientes, sale a buscarlos, va a vender a marchas, ferias». Por su parte, Alejandro recuerda cómo fue instalarse con este emprendimiento en Buenos Aires, la ciudad de la furia: «Cuando íbamos a las librerías a ofrecer los libros, nos decían: “Pero ¿qué es esto?, qué feo. No, salí de acá”. Y la gente común se acercaba y nos decía: “Uy qué bueno, ¿qué es esto?”. Después de diez años nos sigue pasando, entonces tenemos que hacer una pedagogía sobre lo que hacemos, porque esto es algo raro para los que no nos conocen».
El sello es mayormente latinoamericano, pero publican autores europeos también, y hay una variedad de temas sobre política, dramas, humor, sexo, infantil, ensayo. Ricardo nos trae a la realidad: «Lo más importante de todo esto es que este tipo de proyecto no podría seguir adelante si no es colectivo. Porque somos un grupo de gente y no hay jefes, somos todos parejos. Uno ayuda al compañero cuando le falta», remata.
Luciano Lutereau y Marina Gersberg, ambos psicólogos y escritores, crearon Pánico el Pánico en el 2009 y definen lo que para ellos significa ser una editorial independiente: «Creo que se llama editoriales independientes a las que no lo son. Todos decimos serlo y no se sabe hasta dónde y respecto de qué sos independiente. Para mí, no es respecto del mercado, es utopista plantear eso. Yo como editor quiero que mis libros se vendan. Quizás, la diferencia radica en que no me siento subordinado a satisfacer una necesidad del mercado, pero sí estoy muy interesado en crear lectores que crean que lo que mis libros les dan no se los pueda dar ninguna otra editorial».
Y conforma una definición propia de aquello que considera editorial independiente para Pánico el Pánico: «Lo independiente para mí marca una relación entre el autor y el editor. Yo recibo una obra, la edito si estoy interesado en publicarla, pero el autor no firma un contrato de sesión de derechos. La obra sigue siendo del autor. Yo no negocio con los derechos de la obra». Esa es una variante del modus operandi de lo independiente: crear nuevas formas en la relación del trabajo humano es parte de crear otra escena literaria. En Pánico el Pánico, hablan de una búsqueda estética que necesitaron emprender en el mundo literario, alejándose de los resabios de los años 90.
«En ese entonces no había editoriales independientes que publicaran ensayos. Era un género olvidado, a menos que fuera un ensayo académico, pero nada de un ensayo trash», comenta Luciano y nos saca de la duda de por qué le pusieron el nombre Pánico el Pánico: «La frase sale de una indicación de Oscar Masotta en su libro sobre el Pop Art en el 67, donde dijo lo siguiente: “Los pánicos de una cultura atormentada por el peligro de convertirse en naturaleza”. Y eso describía el paisaje literario de la cultura argentina en los años 2008 y 2009. El pánico que nos producía una cultura que se estaba convirtiendo en naturaleza. Ya fuese porque la poesía se había convertido en un naturalismo pobre o burdo, de una chica que habla de un anecdotario de su vida cotidiana, o porque hubo un giro hacia el realismo en la narrativa. El autor se convirtió en un star televisivo o en un “te cuento del conurbano”. No, dejá no más, eso no es literatura, eso se lo dejamos a Graña».
Con una tirada de entre 1.000 y 2.000 ejemplares, Mar Dulce se creó en el 2011 y ya se consideran una minipyme. Como las que nombramos, exportan a México, Chile y España. El escritor Damián Tabarovsky, editor a cargo, reflexionó sobre el público y la tendencia que se fue creando a partir de este fenómeno de editoriales que buscaron su lugar y lo encontraron: «No sé si un lector de best sellers va a saltar a una editorial independiente. Las editoriales independientes crean su público, y ya hay una generación de lectores de libros independientes. Cuando haya dos generaciones, va a haber una masa de lectores importante. En Francia pasó eso de una forma impresionante. Pero lo que hay ahí, que no hay en la Argentina, es una política estatal para la creación de editoriales independientes, hay muchos incentivos. Y eso te hace la diferencia y te da ganas de apostar porque sabés que tenés un piso para arrancar».
La literatura tiene formas infinitas, nuevas, y mucho por decir. Solo basta con darse una vuelta y ver qué hay.

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Fotos: gentileza de Eurídice Ferrara