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3 agosto, 2015

El estado de no ser

El estado de no ser

«Agrado: Una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma».

Todo sobre mi madre (1999). Pedro Almodóvar.

Por Francisco Giarcovich

 

Después del fulgor solar, la cosa más primitiva para nosotros, la causa primera en la historia del mundo, lo más antiguo y lo único esencial, tanto como nutrirse y respirar, lo único debe ser ese tipo de unión celular que causa la multiplicidad, es decir, el sexo.

Uno de los grandes directores de cine que ha dedicado y orientado su carrera y su lenguaje hacia el orden caótico de la sexualidad es Pedro Almodóvar. En sus películas, a sus personajes más importantes, en sus historias más recordadas, lo que los moviliza es el sexo. Como marca de la memoria y como marca bíblica que es, a la vez, el nombre de la bestia y el número de su nombre. El sexo como la combinación, la clave de cada uno. Como algo primitivo, propio de las penumbras, campo donde se albergan los más grandes anhelos y las más «etruscas» perversiones. Y también el científico sexo psicoanalítico, intrínseco a la falta, a la pérdida, a la mismísima causa del deseo.

Almodóvar habla en sus filmes, y dice que toda identidad es una identidad sexual; y que eso es todo lo que nos guía y condiciona, es la estrella que nos muestra el camino. Sus historias retoman tragedias y desencuentros guiados por las pasiones hacia la debacle. Hablan de amor herido, atrofiado, sin lugar para «medias naranjas». Se trata de una sexualidad similar a un vidrio blindado detrás del cual se encuentra un holograma del romance perfecto hacia el que todos corremos estúpidamente.

Con una filmografía de más de veinte películas, sus filmes más representativos en materia de búsqueda de una identidad sexual son: La ley del deseo (1987), Todo sobre mi madre (1999), La mala educación (2004) y La piel que habito (2013). Este es el Almodóvar con personajes de una infancia dañada, con una pérdida de la inocencia afectada por curas pedófilos, como en La mala educación, o por una relación paterna atrofiada, o hasta por una relación fraternal conflictiva, como en La ley del deseo. En estas películas, el cineasta no solo habla de sexo, sino que logra ir más allá, para entrar en el campo de la identidad de género, para marchar sobre esa delgada línea que separa, de un lado, la gravedad del trastorno de identidad de una persona y del otro, una libertad acerca de poder elegir el propio género. Se trata de un abanico entre la existencia de dos extremos, desde lo clínico hasta el derecho civil de libertad individual.

Almodóvar, con argumentos psicoanalíticos, también parece sugerir que algo oscuro se gesta en la infancia, o que al menos todo se termina por resolver allí, en el campo de la neurosis infantil. Aunque es ambiguo, a su vez, una de las preguntas que nos hace en Todo sobre mi madre es si no podría resolverse la patología del trastorno de identidad con una simple cirugía plástica, y así no se trataría todo de algo relativo.

Las dinámicas entre sus personajes y esa bruma de ética filosófica que se forma alrededor de la resolución de sus historias, buscan finalmente naturalizar el hecho sexual en toda su existencia desesperada y contradictoria, y nos invitan a relacionarnos, a mimetizarnos, a permeabilizarnos o a embarrarnos de todo lo tabú, lo prohibido, lo incómodo, lo que es y existe pese a todo. Lo pone frente a nosotros y nos obliga a digerirlo con sus males y sus penas, que están marcadas por la marginación y el maltrato de una fina mezcla de ignorancia: la de todos los que no necesitan verdaderas razones para odiar y la de todo el miedo hacia lo desconocido que puede entrar en el prejuicio. La mirada almodovariana se enfoca hacia la lógica de la inclusión cultural.

Con una perspectiva tal vez más etnográfica, la cultura es la que se ocupa de trabajar por la humanidad en todos sus niveles para ejercer el mismo papel que ejerce el rayo lumínico: germinar, hacer crecer, cultivar la conciencia y la inteligencia de todo a quien llegue a alcanzar con su halo de luz. ¿Qué, si no esa cualidad de la cultura, ocupa el lugar necesario para que exista la humanidad como tal? Es la aceptación y la construcción de una sociedad legislada por un pueblo, en menor o mayor medida, equilibrado filosófica y espiritualmente. La construcción de la cultura es otra de las patas de la mesa que sostienen el mundo. En un artículo del pensador argentino Andrés Tejada Gómez acerca del antropólogo Marc Augé, El desierto abigarrado, se menciona una frase esclarecedora para nuestra hipótesis: «La antropología cultural entendida como una rama del conocimiento que considera que nuestra especie depende de la cultura como medio principal por el cual nos adaptamos al entorno, nos reunimos entre nosotros y sobrevivimos. Dicho de manera sencilla: la cultura ha sido, para los seres humanos, un paso adaptativo de magnitud inigualable».

Las artes se ocupan, entonces, no de esclarecer, sino de complicar el debate, de sacar a la superficie este fenómeno de «el espíritu de un hombre en el cuerpo de una mujer» o «el espíritu de una mujer en un hombre», o bien, un estado en el que no se es ninguno, o la habilidad de ser ambos, o hasta una categoría del todo independiente de lo masculino y lo femenino. Esta última definición es la favorecida por aquellos que argumentan por una interpretación estricta del concepto de «tercer género». La ilusión de Almodóvar ofrece todo eso que implica aceptar el misterio del sexo, de la relación con nuestra carnalidad y con la del prójimo, con nuestra sed primitiva de sangre, que no tiene que tener lógica ni explicación, y además nos moviliza: estamos estrictamente atados a sus designios, a sentir debilidad por él. Entonces, ¿puede quedar alguna duda de que seguirán surgiendo nuevas manifestaciones sexuales a lo largo de la historia, como también nuevas lecturas acerca de esas nuevas manifestaciones? ¿Y que, en cada caso en su momento dado, algo que parezca rebuscado y fuera de toda categoría ganará un lugar mediante una lucha cultural, y encontrará una forma de convivencia en nosotros?