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19 septiembre, 2012

Gran parte de los mayores exponentes de la intelectualidad y del mundo de la cultura latinoamericana del siglo XX fueron captados por Sara Facio: una fotógrafa excepcional que supo capturar el detalle constitutivo de cada retratado. 

Por Martín Jali

En la última edición del Festival de la Luz, el Centro Cultural Recoleta cedió su sala Cronopios para una muestra antológica de la obra de la fotógrafa y periodista Sara Facio. La muestra consistía de doscientas piezas ordenadas en distintas series, dos de ellas inéditas hasta el día de hoy: la maravillosa Por amor al arte que centraba su atención en espectadores y visitantes de los museos más importantes del mundo y Escenarios, que incluía, por ejemplo, retratos de Tita Merello, entre otros actores y personalidades del universo cinematográfico y teatral. Sin embargo, los espacios centrales de la muestra privilegiaban los trabajos ya clásicos de Facio: las fotografías de Julio Cortázar, que incluyen la emblemática imagen de Cortázar con el cigarrillo apretado entre los labios. Por supuesto, la muestra también recorría las colecciones dedicadas a Borges, a Maria Elena Walsh y una de las más famosas de Facio: Escritores de América Latina (1960-2005) que contiene retratos de Adolfo Bioy Casares, Victoria Ocampo, Diana Bellesi, Ernesto Sábato, Leopoldo Marechal, Cabrera Infante, Alejandra Pizarnik y Mario Vargas Llosa, entre muchos otros escritores, poetas e intelectuales.

Un buen retrato es una biografía pintada, dijo alguna vez Anatole France a finales del siglo XIX. Naturalmente, la cita puede trasladarse con facilidad al siglo XX y referir al arte de la fotografía. Un buen retrato, entonces, debe significar al retratado de la manera más fiel posible. Pero, ¿qué sucede cuando se trata de figuras universalmente conocidas, como el caso de Julio Cortázar, Gabriel García Marquez, Mercedes Sosa o Juan Carlos Onetti? Sobre este punto, Renato Rita, curador de la muestra antológica, comentó: «Retratar a un personaje cuya carga de significado es trascendente, por caso la de un escritor consagrado, es intentar atravesar el aura condicionante y dejar al descubierto un detalle constitutivo de su humano doméstico, poniendo en evidencia un aspecto inconfundible de su singular personalidad».

No es casual que los trabajos más celebrados de Sara Facio son retratos en blanco y negro de grandes figuras de la intelectualidad y la cultura de América Latina, no solo escritores sino también músicos (Astor Piazzolla, Aníbal Troilo, Rodolfo Mederos) y actores. De todas maneras, a lo largo del tiempo los escritores han tenido una especial preponderancia en la maquinaria sensible de Facio. Su primer libro, Buenos Aires Buenos Aires (1968), creado junto a Alicia D´Amico, contenía textos del propio Cortázar. Ahora bien, esta preponderancia no es solo del orden cuantitativo: Facio ha elaborado series que atraviesan un importante arco temporal. Un buen ejemplo de esto último es la colección dedicada a Jorge Luís Borges, que va desde 1963 hasta 1980. Facio retrató a Borges  en su casa de la calle Maipú o recorriendo los pasillos de la antigua Biblioteca Nacional. Los escritores, no hay que olvidar, no son fáciles de aprehender visualmente. Salvo casos particulares —como el de Alan Pauls, Cabrera Infante o Cortázar— el escritor no posee histrionismo, no es gestualmente dotado ni se siente cómodo ante la cámara. Quizá por esto, el retrato de Ernesto Sábato, sentado en una banca del Parque Lezama con una hoja en la mano, es excepcional y, sin dudas, una de las grandes proezas de Facio. Por otra parte, es posible que en esta dificultad, en esta zona opaca o significante visual que es un escritor, Sara Facio encontró un verdadero desafío y la posibilidad de configurar su propio universo estético.

De todas maneras, una vez cimentada su percepción, Facio expandió los límites de su área de trabajo y realizó series como Perón vuelve (1972-1974) o Los funerales del Presidente Perón, donde se plasma otra marca característica de la impronta fotográfica de Sara Facio: la cercanía. Sobre este punto, Facio alguna vez declaró: «No soy de los fotógrafos que sacan de lejos con tele o que están fuera de la escena: yo estoy ahí al lado». Facio, a lo largo de su carrera, también llevó adelante de trabajos por encargo, como el caso de su serie Humanitario, realizada a pedido de la Dirección de Salud Mental del Ministerio de Salud: en este caso, Facio retrató a enfermos psiquiátricos del hospital Borda, Moyano y Open Door. Fue esta, según declaró, la experiencia más intensa que le deparó su carrera.

¿Pero qué opinan los retratados, absorbidos por la mirada de Facio? Maria Elena Walsh comentaba sus sensaciones: «Sara Facio me ha retratado infinidad de veces, muchas contra mi voluntad, pero siempre me permito reconocerme como querría ser. Quizá se trata de una magia embellecedora, pero prefiero creer que Sara Facio sorprende una espiritualidad, un indicio de lo mejor de retratado».

 

Ahora bien: ¿dónde ubicar a Facio, en relación al plano ideológico y el punto de vista que construye en sus fotografías? Por lo general, Facio retrató a personalidades, en principio, asociadas a una perspectiva política de izquierda. Desde ya, hay excepciones (Borges o Bioy Casares, por ejemplo) y, aunque así lo fuera, la evidencia tampoco es concluyente. Del mismo modo, sus trabajos en relación al peronismo también permiten entrever su propia construcción ideológica. Sin embargo, sobre este punto Facio ha declarado: «Lo que yo hago en fotografía es para lograr que el día que yo me muera no digan que se murió una vaca sino que se murió una persona que vio eso. Y lo que yo vi está en mis fotos. Como si dijera esta es mi ciudad, mi gente, la que admiro, la que me gusta. Ese es mi canon».

El currículo y la trayectoria de Sara Facio son extraordinarios. Si bien es reconocida por su obra fotográfica, Sara Facio llevó adelante importantes trabajos en el ámbito de la política cultural, ya que ocupó, durante trece años, la dirección de la Fotogalería del Teatro General San Martín. Además, junto a María Cristina Orive, fundó la editorial La Azotea, donde buscó preservar el patrimonio fotográfico, tanto internacional como nacional. Actualmente se desempeña como asesora de la Secretaría de Cultura de la Nación. A pesar de sus 80 años, se mantiene conectada con los avances en su campo. Hace poco tiempo declaró: «Estuve en la Guggenheim de Bilbao viendo una exposición de fotografía digital. Me gustó, pero lo que no me gustaron fueron los resultados. No veo nada que se aparte de una forma creativa estética y de contenido de lo que fue la fotografía del siglo pasado. En cine cada vez está peor la imitación de lo que fue el cine de otras décadas. Ahora se estrenó una película que es la recreación de una de Rosellini y sin duda será muy bonita y nostálgica, pero no va a agregar nada que no sea que la chica, que es muy mona, va a ser, seguramente, más linda que Anna Magnani». Sara Facio, una artista incansable.

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