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9 noviembre, 2012

Un formidable replanteo de la vida a partir de la muerte, la familia y el universo sentimental propone Andrés Neuman en su flamante novela Hablar solos, una excitante y arriesgada aventura literaria, plasmada con notable sutileza estilística por el escritor argentino.

 

Por Carlos Algeri

«Me pregunto si, quizá sin darnos cuenta, vamos buscando los libros que necesitamos leer. O si los propios libros, que son seres inteligentes, detectan a sus lectores y se hacen notar. En el fondo, todo libro es el I Ching. Vas, lo abres y ahí está, ahí estás», reflexiona en un momento de la extraordinaria novela Hablar solos, de Andrés Neuman (Alfaguara, 2012, 192 páginas), Elena, una de las tres voces que sostienen este relato perturbador, incómodo, deslumbrante.

Elena sabe que a su esposo, Mario, una enfermedad le ha puesto límite a sus días. Ambos se lo esconden a Lito, el hijo de la pareja que acaba de cumplir diez años, y que espera que su padre cumpla con la promesa empeñada: un largo viaje en camión por rutas para él inexploradas y subyugantes.

Entre esa pareja desmoronada por el hastío, el dolor y la inminencia de una partida, Neuman filtra la voz luminosa e ingenua de Lito para aliviar (aliviarnos) la crueldad de lo inevitable. Lito tiene la esperanza que Elena y Mario han perdido. Por sus venas palpitan la vida, la necesidad de recrear el mundo como una aventura que merece ser vivida. Puede que entre esos extremos habite lo que llamamos existencia. Aunque no lo sabremos nunca. Las apariencias engañan. O encubren. O, simplemente, maquillan la verdad.

Neuman estructuró su novela a partir de capítulos intercalados, en los cuales cada uno de los tres protagonistas discurre sobre sus angustias en primera persona, pero a la vez interactúa con lo narrado en el universo de los otros, sin que estos se enteren.

El lector, una suerte de privilegiado voyeur, acompaña los sucesos con la inquietante certidumbre de que Hablar solos es, entre muchísimas otras cuestiones, una posibilidad sutil para enfocarnos en la vida a partir de la muerte. La de Mario que, no obstante, se da a sí mismo la chance de ese viaje iniciático y final a bordo de Pedro, el enorme camión al que Lito le otorga cualidades extraordinarias. Pedro es para Lito y Mario lo que el Pequod para Ismael en Moby Dick, o el Nan-Shan para el capitán MacWhirr en Tifón: la posibilidad de atrapar a la gran ballena blanca, de atravesar la tempestad, sabiendo de antemano (por lo menos, Mario) que la suerte está echada. ¿Por qué no enfrentarla entonces con una dignidad casi épica, con una última y desafiante mueca burlona?

Mientras, Elena tropieza, en los libros que lee, con situaciones que la remiten a su propio drama. Casi con naturalidad, se deja llevar por la posibilidad de sufrir y gozar, de atormentarse y liberarse, redefiniendo sus límites sexuales, en sus borrascosos encuentros con Ezequiel, el médico que atiende a su marido moribundo. Entre la culpa y el éxtasis, este personaje que cautivaría al francés Philippe Djian (36˚2 le matin; ¿Por qué no un porno?; Impardonnables), atesora su presente (aunque le duela, a pesar de que muchas veces se sienta ruin), previendo que el futuro devendrá desolador.

Con personajes construidos con desbordante carnalidad y hondura psicológica, una trama calibrada magistralmente a través de tres voces que, por invisible alquimia literaria, se convierten a menudo en una única y potente voz, Neuman aporta su inmensa capacidad de narrador para que esta formidable novela sea también un reverencial homenaje a la escritura. Y, por ende, a la lectura. No solo por los funcionales textos de notables autores que aparecen en el mundo de Elena (que es el de Neuman), sino también porque, acaso como la mujer redefine su universo erótico y emocional, el autor hace lo propio con el suyo: el de las palabras, el de las historias, el de las narraciones.

Hay, en lo profundo de Hablar solos, un mensaje desgarrador e inapelable: sin literatura, estaremos indefensos ante el dolor, resignados ante la muerte, espantados frente a la posibilidad del futuro.

Rica, compleja, lúdica, la novela de Andrés Neuman es, por lejos, una de las piezas literarias más valiosas y con mayor sustancia estilística que me ha tocado leer en estos últimos años. ¿A quién debo agradecerle? ¿Al autor o al libro, que me detectó como lector?

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