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6 agosto, 2012

 

El escritor Héctor Tizón espera la salida, a mitad de año, de su nuevo libro. Fue diplomático y juez del Superior Tribunal de Justicia de su provincia. Estuvo exiliado durante la última dictadura militar.

 

Por Gonzalo Figueroa

 

Era plena década del cuarenta. Un adolescente jujeño llamado Héctor Tizón vivía desde hacía poco tiempo en Salta con su familia. Escribió un cuento, uno de los primeros de su vida, y decidió mandarlo a un concurso literario. Su historia fue la ganadora y el joven no supo qué hacer: no sabía cuánta gente iba a haber en la entrega de premios, qué le iban a preguntar. Y decidió no ir a retirarlo. Su obra literaria no existía. Aún no había sido traducida al alemán, al francés, al hebreo, al inglés, al polaco y al ruso. Todavía no había recibido un premio Konex de Brillante, o el premio de la Academia Nacional de Letras,  ni el Gran Premio 2000 del Fondo Nacional de las Artes, ni el Gran Premio de Honor de la SADE. Aún no había recibido la distinción de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia, pero aquel cuento fue el germen de una vasta producción que a la fecha lleva 21 libros (entre cuentos, novelas y ensayos) y cuyo segundo escalón fue un suplemento del diario El Intransigente de Salta donde publicaba cuentos, siendo adolescente.

Pasaron unos 65 años desde que aquel joven tímido se transformó en este hombre de 82 años que camina despacio, que vive en San Salvador de Jujuy, y que a mediados de año publicará un nuevo libro.

¿De qué se trata?

Son escritos, ensayos sobre la vida de gente que he conocido y que vivió aquí, un tiempito aunque sea.

¿Quiénes, por ejemplo?

El Mariscal Tito, que estuvo acá trabajando en el ferrocarril. Fue un tipo notable.

¿Cómo lo conoció?

Lo conocí en mi casa. Mi padre era funcionario del ferrocarril y un día lo encontró, otro día vino de visita. Él tenía una zorrita y se iba de Jujuy a Yala y de Yala hasta La Quiaca, parando en el medio. Yo a veces me iba con él. Tenía 13 o 14 años.

El libro también incluye, por ejemplo, la vida de un pianista que era primo del rey de Bélgica que estuvo en Salta y Jujuy dando clases de piano. Luego de eso, conoció a la dueña de un prostíbulo de La Quiaca llamado Recuerdos del 37 y pasaba las noches tocando el piano en el local.

La voz del pueblo

Lo primero que leyó Héctor Tizón fue un libro del escritor español Pío Baroja. Siguió con los cuentos de Jack London. También escuchaba historias que su niñera le contaba. Esas diferentes formas de relato hicieron que notara que la gente que él conocía no hablaba igual que los personajes de los libros. En su literatura hizo prevalecer la voz de su pueblo, ese lenguaje que lo hace sentirse parte de un lugar.

En alguna entrevista había contado que la literatura no se escribía de la misma forma en que habla la gente en Jujuy y que ha tratado de combinar los dos mundos.

Claro, en realidad, están amaneradamente separados, distintos. Cuando uno cree que tiene que hablar muy «en culto» no habla en lenguaje común, coloquial, ordinario. No usa el lenguaje de una conversación. Es una manera de hablar que ni siquiera está en la literatura.

Como Roberto Arlt, que describió los suburbios de Buenos Aires y lo que la literatura no contaba de ellos —lugares, personajes, expresiones—, Héctor Tizón, sin proponérselo, hizo algo parecido con Jujuy en general, y con la Quebrada de Humahuaca en particular. Sin embargo, más allá del amor por su tierra, su gente, su lenguaje, no cree que sea correcto hacer una «exaltación nacionalista, racista y folclórica» de lo nativista.

¿Se refiere a la defensa que se hace de los pueblos originarios para que permanezcan tal y como están?

Un poco sí. Cuando hacen mucho hincapié en eso, me parece que comenten un grave error, porque los aleja; en vez de acercarlos, los aleja.

Nómade o sedentario

Héctor Tizón nació en Jujuy en octubre de 1929. En la adolescencia se con su familia a vivir a Salta; cuando terminó la escuela secundaria, se mudó a La Plata para estudiar Derecho. Se graduó en 1953 y cinco años más tarde se fue a México como agregado cultural. Más tarde, fue cónsul en Milán. En1976, a causa de la última dictadura militar, tuvo que exiliarse en España. Pero aun así, habiendo vivido en tantos lugares, habiéndose radicado en tantas ciudades, siempre vuelve a Jujuy. Ahí está su lugar en el mundo, su casa, su ciudad, su gente, el lugar que suele contar en sus libros.

¿No siente que a usted le hubiera gustado ser sedentario y vivir siempre en Jujuy, pero que, sin embargo, vivió como si fuera nómade?

Es cierto lo que usted dice. Tengo una especie de propensión o impulso al nomadismo, pero en el fondo tengo la necesidad de pertenecer a algún lugar de forma permanente, de formar parte de algún lugar. Creo que el modo de formar parte de ese lugar es el habla.

Era 1976, la última dictadura militar en Argentina —o «la dictadura», a secas, en el habla común— y Héctor Tizón no era bien recibido por el presidente de facto Jorge Rafael Videla. Se fue exiliado junto a su familia a España, donde escribió dos libros (El traidor venerado y La casa y el viento).

Usted, en algún momento, dijo que más allá del sufrimiento propio del exilio, sufrió menos porque siempre se sintió en la periferia, como «ex-céntrico». ¿Esto es así?

Sí, traté de reproducir siempre un lugar preciso a mis necesidades, incluso en España.

Héctor Tizón habla pausado, lento, como con cansancio. Respira con dificultad y cada tanto la tos lo interrumpe: hace un año que dejó de fumar tres paquetes por día, vicio que tuvo durante dieciocho años. Cuenta: «Me decía: no puede ser que yo sea sirviente de un objeto, como es el cigarrillo; pero dejé de fumar y no lo extrañé nunca para nada. Por ahí trataba de ubicar el bolsillo donde los guardaba, pero enseguida me daba cuenta y me reía».

Un hombre libre que escribe

Al inaugurar la Feria Internacional del Libro en Buenos Aires en 2003 dijo: «De todas las experiencias de mi vida, la de escribir no estuvo nunca por encima de la de vivir de acuerdo con los principios naturales de la dignidad y la decencia; y si alguna vez debí pagar con el silencio, la pobreza y el exilio a los amos del poder, con dolor lo pagué, porque un escritor no puede ser un bello pájaro ciego que canta para cualquiera, sino tan sólo un hombre libre que escribe».

Héctor Tizón, a sus 82 años, con problemas para respirar por haber sido fumador, final y definitivamente asentado en Jujuy, siendo un escritor reconocido a nivel internacional, espera la salida de su vigésimo segundo libro. Y con él, volverá a demostrar que sólo es un hombre que tiene cosas para decir, y que las dice: es un hombre libre que escribe.

LITERATURA

Por Gonzalo Figueroa

El escritor Héctor Tizón espera la salida, a mitad de año, de su nuevo libro. Fue diplomático y juez del Superior Tribunal de Justicia de su provincia. Estuvo exiliado durante la última dictadura militar.

Era plena década del cuarenta. Un adolescente jujeño llamado Héctor Tizón vivía desde hacía poco tiempo en Salta con su familia. Escribió un cuento, uno de los primeros de su vida, y decidió mandarlo a un concurso literario. Su historia fue la ganadora y el joven no supo qué hacer: no sabía cuánta gente iba a haber en la entrega de premios, qué le iban a preguntar. Y decidió no ir a retirarlo. Su obra literaria no existía. Aún no había sido traducida al alemán, al francés, al hebreo, al inglés, al polaco y al ruso. Todavía no había recibido un premio Konex de Brillante, o el premio de la Academia Nacional de Letras,  ni el Gran Premio 2000 del Fondo Nacional de las Artes, ni el Gran Premio de Honor de la SADE. Aún no había recibido la distinción de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia, pero aquel cuento fue el germen de una vasta producción que a la fecha lleva 21 libros (entre cuentos, novelas y ensayos) y cuyo segundo escalón fue un suplemento del diario El Intransigente de Salta donde publicaba cuentos, siendo adolescente.

Pasaron unos 65 años desde que aquel joven tímido se transformó en este hombre de 82 años que camina despacio, que vive en San Salvador de Jujuy, y que a mediados de año publicará un nuevo libro.

¿De qué se trata?

Son escritos, ensayos sobre la vida de gente que he conocido y que vivió aquí, un tiempito aunque sea.

¿Quiénes, por ejemplo?

El Mariscal Tito, que estuvo acá trabajando en el ferrocarril. Fue un tipo notable.

¿Cómo lo conoció?

Lo conocí en mi casa. Mi padre era funcionario del ferrocarril y un día lo encontró, otro día vino de visita. Él tenía una zorrita y se iba de Jujuy a Yala y de Yala hasta La Quiaca, parando en el medio. Yo a veces me iba con él. Tenía 13 o 14 años.

El libro también incluye, por ejemplo, la vida de un pianista que era primo del rey de Bélgica que estuvo en Salta y Jujuy dando clases de piano. Luego de eso, conoció a la dueña de un prostíbulo de La Quiaca llamado Recuerdos del 37 y pasaba las noches tocando el piano en el local.

La voz del pueblo

Lo primero que leyó Héctor Tizón fue un libro del escritor español Pío Baroja. Siguió con los cuentos de Jack London. También escuchaba historias que su niñera le contaba. Esas diferentes formas de relato hicieron que notara que la gente que él conocía no hablaba igual que los personajes de los libros. En su literatura hizo prevalecer la voz de su pueblo, ese lenguaje que lo hace sentirse parte de un lugar.

En alguna entrevista había contado que la literatura no se escribía de la misma forma en que habla la gente en Jujuy y que ha tratado de combinar los dos mundos.

Claro, en realidad, están amaneradamente separados, distintos. Cuando uno cree que tiene que hablar muy «en culto» no habla en lenguaje común, coloquial, ordinario. No usa el lenguaje de una conversación. Es una manera de hablar que ni siquiera está en la literatura.

Como Roberto Arlt, que describió los suburbios de Buenos Aires y lo que la literatura no contaba de ellos —lugares, personajes, expresiones—, Héctor Tizón, sin proponérselo, hizo algo parecido con Jujuy en general, y con la Quebrada de Humahuaca en particular. Sin embargo, más allá del amor por su tierra, su gente, su lenguaje, no cree que sea correcto hacer una «exaltación nacionalista, racista y folclórica» de lo nativista.

¿Se refiere a la defensa que se hace de los pueblos originarios para que permanezcan tal y como están?

Un poco sí. Cuando hacen mucho hincapié en eso, me parece que comenten un grave error, porque los aleja; en vez de acercarlos, los aleja.

Nómade o sedentario

Héctor Tizón nació en Jujuy en octubre de 1929. En la adolescencia se con su familia a vivir a Salta; cuando terminó la escuela secundaria, se mudó a La Plata para estudiar Derecho. Se graduó en 1953 y cinco años más tarde se fue a México como agregado cultural. Más tarde, fue cónsul en Milán. En1976, a causa de la última dictadura militar, tuvo que exiliarse en España. Pero aun así, habiendo vivido en tantos lugares, habiéndose radicado en tantas ciudades, siempre vuelve a Jujuy. Ahí está su lugar en el mundo, su casa, su ciudad, su gente, el lugar que suele contar en sus libros.

¿No siente que a usted le hubiera gustado ser sedentario y vivir siempre en Jujuy, pero que, sin embargo, vivió como si fuera nómade?

Es cierto lo que usted dice. Tengo una especie de propensión o impulso al nomadismo, pero en el fondo tengo la necesidad de pertenecer a algún lugar de forma permanente, de formar parte de algún lugar. Creo que el modo de formar parte de ese lugar es el habla.

Era 1976, la última dictadura militar en Argentina —o «la dictadura», a secas, en el habla común— y Héctor Tizón no era bien recibido por el presidente de facto Jorge Rafael Videla. Se fue exiliado junto a su familia a España, donde escribió dos libros (El traidor venerado y La casa y el viento).

Usted, en algún momento, dijo que más allá del sufrimiento propio del exilio, sufrió menos porque siempre se sintió en la periferia, como «ex-céntrico». ¿Esto es así?

Sí, traté de reproducir siempre un lugar preciso a mis necesidades, incluso en España.

Héctor Tizón habla pausado, lento, como con cansancio. Respira con dificultad y cada tanto la tos lo interrumpe: hace un año que dejó de fumar tres paquetes por día, vicio que tuvo durante dieciocho años. Cuenta: «Me decía: no puede ser que yo sea sirviente de un objeto, como es el cigarrillo; pero dejé de fumar y no lo extrañé nunca para nada. Por ahí trataba de ubicar el bolsillo donde los guardaba, pero enseguida me daba cuenta y me reía».

Un hombre libre que escribe

Al inaugurar la Feria Internacional del Libro en Buenos Aires en 2003 dijo: «De todas las experiencias de mi vida, la de escribir no estuvo nunca por encima de la de vivir de acuerdo con los principios naturales de la dignidad y la decencia; y si alguna vez debí pagar con el silencio, la pobreza y el exilio a los amos del poder, con dolor lo pagué, porque un escritor no puede ser un bello pájaro ciego que canta para cualquiera, sino tan sólo un hombre libre que escribe».

Héctor Tizón, a sus 82 años, con problemas para respirar por haber sido fumador, final y definitivamente asentado en Jujuy, siendo un escritor reconocido a nivel internacional, espera la salida de su vigésimo segundo libro. Y con él, volverá a demostrar que sólo es un hombre que tiene cosas para decir, y que las dice: es un hombre libre que escribe.

LITERATURA

Por Gonzalo Figueroa

El escritor Héctor Tizón espera la salida, a mitad de año, de su nuevo libro. Fue diplomático y juez del Superior Tribunal de Justicia de su provincia. Estuvo exiliado durante la última dictadura militar.

Era plena década del cuarenta. Un adolescente jujeño llamado Héctor Tizón vivía desde hacía poco tiempo en Salta con su familia. Escribió un cuento, uno de los primeros de su vida, y decidió mandarlo a un concurso literario. Su historia fue la ganadora y el joven no supo qué hacer: no sabía cuánta gente iba a haber en la entrega de premios, qué le iban a preguntar. Y decidió no ir a retirarlo. Su obra literaria no existía. Aún no había sido traducida al alemán, al francés, al hebreo, al inglés, al polaco y al ruso. Todavía no había recibido un premio Konex de Brillante, o el premio de la Academia Nacional de Letras,  ni el Gran Premio 2000 del Fondo Nacional de las Artes, ni el Gran Premio de Honor de la SADE. Aún no había recibido la distinción de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia, pero aquel cuento fue el germen de una vasta producción que a la fecha lleva 21 libros (entre cuentos, novelas y ensayos) y cuyo segundo escalón fue un suplemento del diario El Intransigente de Salta donde publicaba cuentos, siendo adolescente.

Pasaron unos 65 años desde que aquel joven tímido se transformó en este hombre de 82 años que camina despacio, que vive en San Salvador de Jujuy, y que a mediados de año publicará un nuevo libro.

¿De qué se trata?

Son escritos, ensayos sobre la vida de gente que he conocido y que vivió aquí, un tiempito aunque sea.

¿Quiénes, por ejemplo?

El Mariscal Tito, que estuvo acá trabajando en el ferrocarril. Fue un tipo notable.

¿Cómo lo conoció?

Lo conocí en mi casa. Mi padre era funcionario del ferrocarril y un día lo encontró, otro día vino de visita. Él tenía una zorrita y se iba de Jujuy a Yala y de Yala hasta La Quiaca, parando en el medio. Yo a veces me iba con él. Tenía 13 o 14 años.

El libro también incluye, por ejemplo, la vida de un pianista que era primo del rey de Bélgica que estuvo en Salta y Jujuy dando clases de piano. Luego de eso, conoció a la dueña de un prostíbulo de La Quiaca llamado Recuerdos del 37 y pasaba las noches tocando el piano en el local.

La voz del pueblo

Lo primero que leyó Héctor Tizón fue un libro del escritor español Pío Baroja. Siguió con los cuentos de Jack London. También escuchaba historias que su niñera le contaba. Esas diferentes formas de relato hicieron que notara que la gente que él conocía no hablaba igual que los personajes de los libros. En su literatura hizo prevalecer la voz de su pueblo, ese lenguaje que lo hace sentirse parte de un lugar.

En alguna entrevista había contado que la literatura no se escribía de la misma forma en que habla la gente en Jujuy y que ha tratado de combinar los dos mundos.

Claro, en realidad, están amaneradamente separados, distintos. Cuando uno cree que tiene que hablar muy «en culto» no habla en lenguaje común, coloquial, ordinario. No usa el lenguaje de una conversación. Es una manera de hablar que ni siquiera está en la literatura.

Como Roberto Arlt, que describió los suburbios de Buenos Aires y lo que la literatura no contaba de ellos —lugares, personajes, expresiones—, Héctor Tizón, sin proponérselo, hizo algo parecido con Jujuy en general, y con la Quebrada de Humahuaca en particular. Sin embargo, más allá del amor por su tierra, su gente, su lenguaje, no cree que sea correcto hacer una «exaltación nacionalista, racista y folclórica» de lo nativista.

¿Se refiere a la defensa que se hace de los pueblos originarios para que permanezcan tal y como están?

Un poco sí. Cuando hacen mucho hincapié en eso, me parece que comenten un grave error, porque los aleja; en vez de acercarlos, los aleja.

Nómade o sedentario

Héctor Tizón nació en Jujuy en octubre de 1929. En la adolescencia se con su familia a vivir a Salta; cuando terminó la escuela secundaria, se mudó a La Plata para estudiar Derecho. Se graduó en 1953 y cinco años más tarde se fue a México como agregado cultural. Más tarde, fue cónsul en Milán. En1976, a causa de la última dictadura militar, tuvo que exiliarse en España. Pero aun así, habiendo vivido en tantos lugares, habiéndose radicado en tantas ciudades, siempre vuelve a Jujuy. Ahí está su lugar en el mundo, su casa, su ciudad, su gente, el lugar que suele contar en sus libros.

¿No siente que a usted le hubiera gustado ser sedentario y vivir siempre en Jujuy, pero que, sin embargo, vivió como si fuera nómade?

Es cierto lo que usted dice. Tengo una especie de propensión o impulso al nomadismo, pero en el fondo tengo la necesidad de pertenecer a algún lugar de forma permanente, de formar parte de algún lugar. Creo que el modo de formar parte de ese lugar es el habla.

Era 1976, la última dictadura militar en Argentina —o «la dictadura», a secas, en el habla común— y Héctor Tizón no era bien recibido por el presidente de facto Jorge Rafael Videla. Se fue exiliado junto a su familia a España, donde escribió dos libros (El traidor venerado y La casa y el viento).

Usted, en algún momento, dijo que más allá del sufrimiento propio del exilio, sufrió menos porque siempre se sintió en la periferia, como «ex-céntrico». ¿Esto es así?

Sí, traté de reproducir siempre un lugar preciso a mis necesidades, incluso en España.

Héctor Tizón habla pausado, lento, como con cansancio. Respira con dificultad y cada tanto la tos lo interrumpe: hace un año que dejó de fumar tres paquetes por día, vicio que tuvo durante dieciocho años. Cuenta: «Me decía: no puede ser que yo sea sirviente de un objeto, como es el cigarrillo; pero dejé de fumar y no lo extrañé nunca para nada. Por ahí trataba de ubicar el bolsillo donde los guardaba, pero enseguida me daba cuenta y me reía».

Un hombre libre que escribe

Al inaugurar la Feria Internacional del Libro en Buenos Aires en 2003 dijo: «De todas las experiencias de mi vida, la de escribir no estuvo nunca por encima de la de vivir de acuerdo con los principios naturales de la dignidad y la decencia; y si alguna vez debí pagar con el silencio, la pobreza y el exilio a los amos del poder, con dolor lo pagué, porque un escritor no puede ser un bello pájaro ciego que canta para cualquiera, sino tan sólo un hombre libre que escribe».

Héctor Tizón, a sus 82 años, con problemas para respirar por haber sido fumador, final y definitivamente asentado en Jujuy, siendo un escritor reconocido a nivel internacional, espera la salida de su vigésimo segundo libro. Y con él, volverá a demostrar que sólo es un hombre que tiene cosas para decir, y que las dice: es un hombre libre que escribe.