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19 septiembre, 2013

IMAGINATIVO TEXTO Y EXCELENTES ACTUACIONES EN “LAS PRODIGIO”, DE JUAN GABRIEL MIÑO

Por Eduardo Barrios, Psicoanalista

 

UNA LECTURA PSICOANALÍTICA DE LA OBRA PARA DESPUÉS DE HABERLA VISTO Y NO ESTROPEAR EL SUSPENSO QUE SUPONE PARA EL ESPECTADOR

 

Grata sorpresa la que nos depara la puesta de “Las prodigio”, que se presenta los sábados a las 20.00 hs en El excéntrico de la 18, en la que Juan G. Miño debuta como autor y director. Dada la juventud de este (tiene solo 23 años), impresiona vivamente su ingenioso tratamiento de pasiones y conflictos humanos universales, a través de una sugerente trama que se inicia en tono de comedia con toques de humor para ir incorporando ingredientes del thriller y culminar prefigurando un final de tragedia griega, con reminiscencias kafkianas.

 

Antes que nada es preciso resumir la historia.

Dos mujeres jóvenes, Julia (Flor Braier) y Paula (Ana Carabajal) se preparan para compartir un departamento. Nos enteramos que actualmente ambas se dedican a dar clases, notándose que sobre todo Paula se siente especialmente frustrada y que hubiese querido ser una gran estrella del espectáculo, lo que en cambio y en parte es ya agua pasada para Julia. En la niñez ambas fueron participantes en un concurso televisivo de canciones populares y apuntaban a “niñas prodigio”. Las dos, en una relación hipócrita, continúan rivalizando, ahora en lo que se refiere especialmente a su trabajo actual.

El espectador no se espera para nada lo que habrá de sobrevenir. Paula, que había sido eliminada en el concurso por Julia, aún envidiosa y resentida con su antigua contendiente (se la percibe hasta humillada al tener que ayudarle a ordenar en un estante los antiguos trofeos de su rival de entonces, presuntamente obtenidos por la precoz actividad artística de esta) tiene perfectamente planificada una acción que constituye una reinvindicación de su propia figura (“Por que no me dejás ganar hoy a mí?”, le preguntará en un momento dado) a la vez que una venganza hacia Julia, quien alcanzó una cierta -aunque efímera- fama en su momento, y que la había así despojado de su ilusión. Para ello habrá de contar nada menos que con la complicidad de su padre (Marcelo Pozzi) al que hace pasar por un hermano suyo. A pedido de Paula, que llama secretamente por teléfono a su padre, este acude al departamento y fuerza a Julia a participar de un extraño juego: se trata de representar una escena que remeda aquel concurso. Pero el resultado de este deberá ser muy distinto del que antes fue. El hombre oficia al mismo tiempo de animador del programa y de único jurado. Paula y Julia, como si volvieran a competir, interpretan canciones propias de la época en que fueran niñas, mientras efectúan los acostumbrados cliches, movimientos rítmicos convencionales y estereotipados propios del medio televisivo y al compás de la música, lo que resulta entre gracioso y patético (mérito, además de las actrices, de Martín Piliponsky, encargado de la coreografía). Julia supera claramente a Paula en todas las facetas de su interpretación, mostrándose sobre todo más segura de sí misma. Sin embargo, en este juego cruel esta vez la ganadora será Paula, según lo dictamina su progenitor. Julia protesta en vano por el trato recibido y por el resultado, entrando en el sádico y satírico juego; pero la cosa no termina allí. Para colmo de males, mientras Paula se halla momentáneamente ausente del departamento, su padre seduce rápidamente a Julia y se acuesta con ella, siendo sorprendidos in fraganti por Paula, lo cual, dicho sea de paso, enfrenta a ésta inconcientemente con la escena de su padre en un coito con su odiada rival, lo que profundamente para toda niña representa y reviva la dolorosa y evitada escena original y primordial de sus padres en su unión sexual.

Lo cierto es que lo acontecido acaba también destrozando a la propia Julia.

A todo esto, sin que Julia se percate de ello, Paula ha efectuado antes sorpresiva y subrepticiamente un atentado: al parecer ha perforado una cañería del gas del pequeño departamento, que parece cerrado a cal y canto (no se aprecia ninguna ventana). El olor penetrante a gas va en aumento, a pesar de lo cual el hombre y Julia no parecen percatarse de qué se trata ni de dónde proviene (solo dicen que perciben un “olor raro”). Pero Paula sí lo sabe y prevé el final (“Morirnos, dice), que se es previsible, ya que las dos mujeres se han ido desvanecido en diferentes momentos, han expresado a su tiempo que les duele la cabeza y que no se sienten bien. Julia pretende salir, pero es imposible, dado que Paula ha cerrado la puerta del departamento con llave. Incluso Paula demuestra que es asmática, lo que significa una dificultad respiratoria agregada.

La trama puede parecer excesiva, desproporcionada y hasta absurda en cuanto a la dimensión y el dramatismo que llega a adquirir respecto del aparentemente irrelevante y sobre todo olvidable y muy lejano episodio que le dio origen, si bien a una ficción no habría tampoco que exigirle necesariamente demasiada cuota de realismo. Por otro lado, la historia no está exenta de un claro simbolismo, de allí el que se habría grabado a fuego en la mente de Paula.

Es más, podemos tomarnos la licencia de concebir la historia como una verosímil pesadilla de Paula, a la manera de los relatos de Kafka que integran muchos de sus cuentos y de sus novelas, que por lo insólitos y hasta absurdos (kafkianos, en definitiva), recuerdan las producciones oníricas, provistas de una lógica distinta de la del pensamiento de la vida despierta, como ya lo demostró Freud en 1900 en su famoso texto La interpretación de los sueños.

El supuesto sueño de Paula que imaginamos podría haberse iniciado como un típico sueño edípico, vale decir como la tentativa de una satisfacción ilusoria de deseos incestuosos en relación con la figura de su padre, al tiempo que matricidas. Podemos aventurar que este sería un caso en el que la pequeña Paula habría sufrido, como ya en parte quedó dicho, una gran frustración al perder el concurso con quien fuera su rival de entonces, mientras se encontraba atravesando plenamente en esos momentos su complejo de Edipo, por lo que cabe pensar que, como es natural, como niña enamorada de su padre, anhelaría fervientemente ser la ganadora, con la fantasía de agradar y de acabar así conquistando a su amado progenitor (“Te quiero, sabés?”, le dice en cierto momento). Para colmo, su madre no la había acompañado al evento y el padre, si bien la condujo a él, parecía haberla abandonado en el interior del camarín y haberse marchado, tal como se lo recordó inclemente Julia (“Pero te dejó”). La derrota y el desamparo la habrían marcado, quedando fijada a esta traumática escena, plena de significación, que se repite fatalmente en el sueño pero en la que intentaría revertirla, en tanto el padre la reconoce allí como ganadora y la elige sobre quien fuera su rival. A quién representa esta última? Está claro que a la figura materna, a quien Paula odia en parte y en la historia pretende eliminar (aunque, además de envidiarla- imita sus movimientos y su voz- también la admira; quiere aprender a cantar como ella. “Enséñame. Vocalicemos. Fuiste una prodigio, le dice). También da Paula claras muestras de rechazo de la actual mujer de su padre (otro subrogado materno), a la que quiere apartar de su lado (“Como decís que me amás, vení solo, papá”), trata con desprecio y parece odiar; por lo pronto, requiere deshacerse también de ella, que deje a su padre libre para que acuda donde Paula se encuentra para reunirse con él y este se preste para la premeditada ceremonia-pantomima, consentida por él. Pero el sueño rápidamente se habría convertido en una pesadilla: al crimen sucedería la culpa el castigo y se vislumbra que también, junto a su rival y su padre, Paula morirá asfixiada, en una suerte de suicidio culposo que culminaría con el consiguiente triunfo de la pulsión tanática y la muerte del triángulo amoroso. Asimismo habría un fracaso de la tentativa de satisfacción alucinatoria de sus deseos edípicos al reaparecer en la escena su consabido desengaño cuando comprueba que el padre tiene relaciones amorosas nada menos que con su rival, otra vez triunfante sobre ella.

Odio, competencia, celos, envidia, admiración, sentimientos de exclusión, desengaños, hipocresía y deseos de venganza encontramos en esta historia, en medio de un conflicto esencialmente edípico e insatisfactoriamente resuelto que aflora en Paula. Acertada y aguda manera de recrear con talento y recursos propiamente teatrales -y como quien no quiere la cosa- lo que sin duda suele suceder en el mundo interior y se traduce en los sueños y en distintas consecuencias en la vida real de una mujer neurótica.

Desde otra perspectiva, se asiste simultáneamente a una parodia y una ácida crítica hacia este tipo de programas de TV, en los que se juega con los sentimientos de inocentes criaturas que en estas circunstancias se implican emocionalmente mucho más de lo que se supone. (“Nuestro destino se marcó en Telefé”, se oye decir, frase que es un típico exponente de una tragicomedia y que en un principio mueve a gracia al espectador por lo ridícula, pero que convoca a una cierta reflexión).

Notable la composición de los personajes de los tres actores, que alcanzan momentos de alto lucimiento.

En resumen, teatro del bueno, creativo y brillante creación de Miño, que se destaca como una fuerte promesa en su condición de joven autor y director, a tener muy en cuenta de aquí en adelante en la escena argentina.

 

 

 

 

Barcelona, septiembre de 2013.