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10 noviembre, 2011

Literatura

Sus libros han recibido los más prestigiosos premios, han sido publicados y reeditados alrededor del mundo. Su ilustración genera rupturas y se consolida desde la búsqueda permanente de nuevas formas de expresión.

Por: Marisa Vidal Varela

Las influencias artísticas en la primera infancia son semillas que suelen germinar, tarde o temprano, en algún aspecto de nuestras vidas. A veces, permanecen latentes por mucho tiempo e incluso, cuando nos permitimos expresarnos fuera de las estructuras preconcebidas del universo adulto y tenemos un impulso creativo que nos sorprende, tardamos en asociar esa expresión con nuestras experiencias primeras.

No es el caso de Isol. Cantante, artista plástica, escritora e ilustradora, Marisol Misenta ha encontrado la manera de expresarse en estas disciplinas tan diversas, reinventándose permanentemente y volviendo a esa etapa lúdica de su infancia en la que todo es cuestionable y divertido.

¿Cuándo te diste cuenta que querías hacer de la ilustración tu camino?

Es como un amor paulatino que nace del disfrute de los libros ilustrados. En un momento me di cuenta de que quería hacer esto, quiero provocar ese disfrute en los otros. Cuando estaba estudiando Bellas Artes empecé a hacer pequeños dibujitos. Siempre me gustó mucho la gráfica, el diálogo entre imagen y texto, y en un momento me dije que podría hacer un libro ilustrado. Hice comics, pinturas y poesías, y después de ilustrar notas, de trabajar en prensa —que es una gimnasia muy buena—, me di cuenta de que me gustaba esta idea del libro-álbum. Los cuadros son objetos únicos; me divierte mucho más pensar que puedo hacer este objeto para mucha gente. Además, cuando disfrutás mucho algo, pensás que otros lo van a disfrutar.

¿Cuáles fueron las semillas que abonaron tu camino profesional?

Vengo de una familia muy vinculada con lo artístico: mi viejo es pintor y escritor, mi madre, cantante. Yo soy un poco el producto de los amores de mis padres. Mi viejo nos inventaba un montón de cuentos y estábamos viendo todo el tiempo muchas imágenes muy variadas, libros de arte y libros-álbumes. Para trabajar en un libro-álbum no tenés que leer solo libros para chicos. También leí muchos cómics como la Humi, una revista que era un delirio, de los mismos autores que hacías la revista Humor. Mi dibujo tiene mucho del ritmo del comic.

Pareciera haber algo de collage en tu estética, algo estable que te identifica y algo que muta todo el tiempo.

Por un lado, lo de la búsqueda tiene que ver con esto. Yo estudié Bellas Artes, y repetir siempre lo mismo me resulta aburrido. Se hacen series y la gente las sigue; pero a mí me aburre hacer lo mismo. Solo lo hice con un comic en colaboración con Jorge Luján, pero no es una elección. Voy avanzando en la vida, quiero hacer cosas distintas, cambio de técnicas.

 

¿Qué elementos son imprescindibles para construir una estética narrativa?

En mi caso, la línea siempre está en primer plano; lo que va por detrás es como una mentalidad de grabado: el dibujo, solo con la línea podría sostenerse. No es que yo piense que hay que saber dibujar, sino tener un nivel plástico. Con una buena línea se puede hacer un libro, pero es mucho más difícil. Lo importante es qué hacés con lo que sabés y cómo sacarle jugo a eso. No hay tantos escritores que ilustren o que tengan en cuenta cómo van a ser ilustrados sus textos. Mis libros cuentan mucho desde cómo son ilustrados; el concepto está presente en la forma de ilustrar. El libro todavía parece muy enclaustrado en lo literario, pero en un libro-álbum el texto y la ilustración, lo visual, tienen que ir juntos. Esa combinación es parte de la poética del libro. Tenés que saber y armarte visualmente de una manera de narrar.

 

¿Cuál será la clave de un buen libro-álbum digital?

Creo que el libro digital es una nueva herramienta; hay que encontrar lo específico en esa herramienta y explotarlo. Un libro es —para mí— un objeto inanimado. Yo cuento con las elipsis y con que vos pongas el ritmo. Los niños tienen más tiempo y más capacidad para el juego.

¿Hay temas que no deben tocarse en la literatura Infantil?

Creo que según los temas que quieras tratar, hacés un libro pensando en un tipo de lector. En general, hago libros que me interesan a mí y no pienso en lo que no puedo contar. Tengo un código en la forma de narrar. Por ejemplo, La bella Griselda se publicó en México, un país con una visión de mujer bastante machista; allá no se leyó igual que acá. Pienso que el libro trata temas que pueden ser para adultos, pero como no cierro la historia en una bajada moral, dejo que el libro respire una cosa más de juego. Siempre me relajan mis libros sobre los temas que me preocupan, como si al hacer el libro yo sacara temas con los que tengo necesidad de jugar desde la frescura, nunca desde un lugar solemne. Hay maneras que no usaría. Un objeto creativo tiene que ser entretenido y dejar cosas abiertas; me tiene que dar gracia, como una picazón, aunque sean libros terribles como El pato y la muerte de Wolf Erlbruch. El tratamiento estético es el marco de cómo hablo del tema. Los temas no son tantos. Creo que siempre hablo de temas complejos, pero me divierte la forma en que los cuento. Son temas que me preocupan a mí personalmente.

¿Cómo surgen entonces las ideas de los libros?

En general es dejar que crezcan las ideas. Escribo o hago dibujos. Tanto La bella Griselda como El globo son poesías que surgieron de una imagen visual, esto que yo hacía de chica: una imagen escrita era tan bella que todos perdían la cabeza por ella. La ilustración nunca tiene que ser literal, pero si jugás con ser extremadamente literal, lo llevas al delirio. Me gusta jugar con las ideas instaladas en la sociedad.

¿A qué libros de tu infancia volvés una y otra vez, por el puro placer de sumergirte en sus páginas?

Tengo los cuentos de Polidoro ilustrados. Estoy tratando de que los reediten, porque sería hermoso, cuando los vuelvo a ver me doy cuenta de la influencia plástica que tenían, porque fue el momento del informalismo, de un montón de movimientos plásticos de esa época, la nueva figuración. Su bagaje respira por ahí; noto de qué manera eso me influyó. Tener muchas miradas diferentes te da libertad mental y de expresión.

Desde muy chica seguía un tipo de humor muy nuestro: escuchaba Les Luthiers desde los siete años, Quino con Mafalda, Astérix. En todos está presente la ironía y el uso de los lugares comunes; juegan con el preconcepto o lo que se recrea después, juegan con los géneros.

 

Tu primer libro, Vida de perros, ganó una mención especial en un concurso de Fondo de Cultura Económica. Ya en ese primer libro tu estética estaba bien definida.

Mis dibujos siempre, desde el primer libro, fueron como un motivo de conflicto. En Vida de perros las caras de mis personajes les resultaban un tanto psicóticas. Yo venía de Fontanarrosa, y empecé a preguntarme por qué eran así y no de otra manera, qué podía cambiar y qué no. Si los cambiaba demasiado, no eran míos. Encontré en el proceso de defender mi libro una explicación acerca de mi estética: esa es mi forma de narrar. Los demás empiezan a conocer tus códigos. Siempre pensé en los libros que a mí me gustan de esa editorial: Lentes, ¿quién los necesita?, de Lane Smith; ¡Osito! ¿Dónde estás? de Ralph Steadman, un ilustrador muy de la prensa política, muy salvaje y expresivo, un cuento alucinante. Ahora, cuando te llega un texto de otro autor, hasta que le sacás la forma de expresarlo desde la ilustración, ese trabajo es una búsqueda. El ilustrador ahí es muy importante, porque define cómo va a ser leído ese texto. Con el que más cambio mi estética es Jorge Luján, porque son textos ajenos; hasta que me los apropio, es una búsqueda en la que se presentan los cambios.

¿Cuáles son tus ilustradores favoritos?

Wolf Erlbruch, me gusta como narra; hay gente que dibuja muy bien, pero no me interesa lo que cuenta. Beatrice Alemagna, me gusta mucho Olivier Douzou, el estilo de edición que tiene, por ejemplo, en Cándido, un libro-objeto hermoso e inteligente. También me gusta Lane Smith. Todo el tiempo estoy mirando artistas que me gustan. En el caso de Květa Pacovská —artista checa que en 1992 obtuvo el Premio Hans Christian Andersen, con quien Isol realizó unos cursos—, sus narraciones son solo visuales. A veces me falta el texto, pero contagia esa libertad formal que da no partir de un texto desde el lenguaje, sino desde la forma. Eso es lo que yo trabajé con ella.

¿Cómo fue ilustrar al talentoso Paul Auster?

El cuento de Navidad de Auggie Wren es un libro-collage. En España, a la editorial Lumen le había interesado un libro que finalmente se vendió a otra firma; cuando fui a visitarlos me ofrecieron ilustrar el cuento de Auster. La propuesta me interesó mucho, pero había que convencerlo de que yo fuera la ilustradora. Yo tenía ganas de trabajar esta técnica de las fotos que había usado en Bratislava para un proyecto de Alicia… parece que a él le encantó, ya no me pidieron cambios y me divertí mucho haciéndolo. Trabajar con un texto tan bueno y un escritor tan conocido te abre propuestas en otros lugares. Este libro me dio una libertad adicional, porque es un libro ilustrado, no un libro-álbum. No estaba atada a tener que narrar la historia, pero las ilustraciones tienen un hilo conductor. No es tan fácil encontrar textos para un lector juvenil que puedan ser ilustrados; algunos están bien así y una ilustración no les sumaría nada. Yo me siento muy libre para buscar textos que me gusten.

El cantante trabaja compartiendo con los otros ahí presentes, pero en la literatura y en la ilustración, el oficio se practica a solas. ¿Cómo conviven en vos estas dos facetas artísticas tan distintas?

Las dos cosas me balacean un montón. Cuando me siento muy expuesta al cantar, donde no hay mucho que no se puede controlar, me voy al trabajo encerrado de los libros, a pesar de que yo trato de exponerme en la ilustración. El canto es algo grupal. Ahora estoy escribiendo mis propias canciones, eso me lleva mucho tiempo y toda mi atención. Por suerte, como puedo hacer un libro por año, después de haber hecho tantos, eso me permite tener espacios de tiempo para otras cosas.

Estuviste en la feria internacional del libro infantil de Bologna, que es el mayor evento del género…

Sí, cuando fue la comitiva argentina yo hice la imagen de la Muestra. Fue fabuloso conocer tanta gente que se apasiona por lo mismo que vos. Me divierte ver qué es lo que están haciendo los otros ilustradores y reconocer que hay tanta afinidad.

Hay en las ferias infinidad de discusiones sobre qué es la literatura infantojuvenil.

Sí. Yo no entro mucho en las cuestiones de «qué quieren los niños», pienso en qué me interesaba a mí cuando era chica y trato de ser sincera. Me parece que de chica era mucho más seria que ahora, con los años me fui relajando.

Quizás la originalidad de tus libros se deba a que no estás tan pendiente de esas discusiones acerca de lo que se supone que los niños quieren.

Creo que tiene que ver con que si a los padres les divierte, a los niños les divierte. A la Feria del Libro de Buenos Aires vienen muchos adultos a los que les gustan mis libros; no me extraña, porque imagino que cuando ellos los leen, también se divierten.

¿Cómo es tu último libro, Nocturno?

Siempre me gustó la tinta fluorescente, quería experimentar con una segunda lectura a través de esa tinta que con la luz del día no se ve y que aparece en la oscuridad. La estructura narrativa está construida a partir de eso. Es un catálogo de sueños posibles. Conviven dos escenas en la misma hoja, como en el consciente y en el inconsciente. No se pueden ver simultáneamente, tenés que apagar la luz y ver qué pasa. Empecé a trabajar la técnica, los que los dibujos sin la tinta son mínimos (eso fue un desafío), después, a ver cómo funcionaba en lo concreto. Fui trabajando sin saber cómo iba a quedar; debe ser la primera vez que no tengo quejas de impresión. Todo el tiempo estoy tratando de que el objeto tenga algo especial, que quede bien, trato de ayudar a que eso suceda. Creo que el libro es muy plástico, y tiene eso de dar una pista y que vos puedas imaginar más, es el único libro mío que no es una historia, no hay un personaje. En ese sentido, es un libro completamente distinto, tiene una cosa mágica. Ahí volvemos al comienzo, es una búsqueda constante de ir cambiando y experimentando estilos nuevos.

Lo presentamos en la Feria Internacional del libro de Buenos Aires. Trabajamos con los sueños del público e ilustramos ahí, con ellos. A mí me gusta que sea un evento, sino es aburrido. Es un libro ambicioso, pero afortunadamente ya recibió su primer premio de la Asociación de Literatura infantil y Juvenil de la Argentina (ALIJA) como Álbum Destacado.

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Vidente natural, Isol

7 de julio al 25 de agosto, de martes a sábado de 15 a 20

Galería Mar Dulce, Uriarte 1490

http://www.isol-isol.com.ar