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28 diciembre, 2012

 

Paradigma del creador rebelde y transgresor, tras la filmación de Príncipe azul, su novena película, Jorge Polaco reflexiona sobre los sinsabores del arte, la falta de estímulos y las carencias que afrontan sus protagonistas. Crudo, genuino y provocador, el guionista y director decidió resistir desde su postura artística las controversias generadas por sus obras.

 

Por: Carlos Algeri

 

A los 65 años, Jorge Polaco terminó su novena película como director: Príncipe azul, adaptación cinematográfica de la obra de teatro homónima de Eugenio Griffero, emprendida por el propio director, Marcos Rodolosi y Tatiana Barrero. El filme, protagonizado por Ariel Bonomi y Harry Havilio, cuenta la historia de la relación amorosa entre dos jóvenes de 16 años que, habiendo sido separados por sus familias en su momento, prometieron encontrarse sesenta años después, con la esperanza de que su amor resistiera el paso del tiempo.

Conociendo el estilo y la obra del cineasta (que incluye títulos como Diapasón, En el nombre del hijo, Kindergarten, Viaje por el cuerpo y La dama regresa), resultaría poco menos que una ingenuidad esperar una transcripción literal de la pieza. Reivindicado con justicia como un creador vanguardista, transgresor y dueño de un estilo indefinible, Jorge Polaco habla, vive y sufre como un artista despojado de toda artificiosidad. Y, si en algún momento de su serena charla con El Gran Otro aparece un destello de pretenciosidad, pareciera responder más a un profundo mandato existencial que a un superficial ejercicio de vanidad.

 

Aunque usted dirigió teatro, sorprende, en principio, la elección de una obra como Príncipe azul para ser llevada al cine. ¿Es una película con una historia más convencional que sus filmes anteriores?

No, dos veces no. Yo no hago nada que tenga que ver con los convencionalismos. Creo que el ser humano y el artista están muy capacitados para no recurrir a esos lugares comunes. Vivimos a través de todo tipo de imposibilidades. ¿Qué pasa con esas imposibilidades, con esos límites, cuando nos quedamos solos con la obra? Pasa que no nos reconocemos con la obra, ni alrededor de la obra. No nos reconocemos, porque no tenemos una identidad clara, ni siquiera una toma de conciencia a partir de la utilidad.

Gran parte de sus películas tratan sobre la identidad. ¿Existe una explicación?

Vos lo percibiste. Hay muchos que no lo perciben ni por casualidad. O piensan que mi obra es una oda a la asquerosidad, a lo malo o a lo feo. Toda esa gente que piensa en esos términos, ¿qué pensará realmente cuando piensa a solas, si es que piensa?

¿Podría ocurrir que esas personas consideraran revulsivas sus películas, en tanto puedan recibirlas como espejos de sí mismas?

Creo que es una repulsión, como vos dijiste, frente a los espejos de sí mismos. Y esa imagen ante los espejos les produce terror. Algunos se escandalizan. ¿Cómo no nos escandalizamos cuando nos encontramos con una mujer amiga y, de la noche a la mañana, vemos que tiene unos pechos enormes? ¿Cómo no vamos a escandalizarnos frente a eso? Es decir, frente a los cambios en el físico o en el alma, si es que el alma existe.

Leyendo informaciones preliminares de su adaptación de Príncipe azul, aparecen algunas constantes de su obra cinematográfica: el amor, el paso del tiempo, el reencuentro (muchos de sus filmes tocan este tema: Diapasón, En el nombre del hijo y hasta en Kindergarten se habla de ciertos regresos), y también la incomunicación. ¿Comparte esta apreciación?

Yo estoy en esa tónica. Convivo con ella, y me las tengo que aguantar, ya que yo elegí esta forma de vida, una identidad diferente. Tengo que acostumbrarme a una Argentina que será fabulosa, pero que tiene sus limitaciones dentro del universo del arte. Es muy difícil cuando hablamos de lugares comunes, porque estamos frente a estereotipos permanentemente. Es decir: no se sabe dónde termina exactamente una situación y dónde la otra.

¿El cine argentino tiene identidad?

Voy a ver cine argentino y me gusta mucho, pero lo que no puedo perdonar es la falta de identidad. Porque ningún productor, que me conste, nos obliga a prostituirnos artesanalmente. Al contrario, nosotros tenemos en cultura gente muy importante.

Si existe un paradigma de artista en la Argentina bien podría ser usted. ¿El artista genuino, constante, está destinado inexorablemente al sufrimiento?

Creo que sí. Vos lo dijiste: el artista constante, al no tener lugar o espacio para él, comienza a morirse. Comienza a morirse desde el primer día en que empieza a faltarle todo. Entonces eso es muy terrible. Yo lo viví mucho a lo largo de todos estos años. Gente maravillosa, culta, fuera de lo ordinario, a la que, cuando la encuentro, hubiera preferido no encontrarla, porque quien no tiene dinero para llegar al 10 del mes mejor que no viva. Yo creo que, si vos no tenés plata, tu vida es una catástrofe. Hablo de plata para comer. Es muy duro esto, porque es como si estuviera haciendo la apología de la muerte, y no es eso lo que quiero decir. Quiero hacer apología de la vida.

¿En cuánto depende hoy un proyecto artístico del dinero, en comparación con años anteriores? ¿Es más fácil o más complicado conseguir financiación hoy que cuando usted comenzó a filmar?

Cuando comencé, era totalmente distinto. En cine, por ejemplo, había diez o doce directores de primer nivel (Eliseo Subiela y otros tantos), y era magnífico, porque tenías muchas posibilidades para poder explayarte.

¿Por qué cree que en el cine argentino hoy están faltando nombres como los de Adolfo Aristaráin, Leonardo Favio, Héctor Olivera, entre muchos otros? Cada uno, con su estilo, aportó una cuota muy importante de creatividad en la pantalla argentina. ¿A usted le ocurre algo similar?

Me ocurre tal vez peor. Me parece que vos sos muy generoso con los juicios que emitís, son muy poéticos. Pero aparte necesitamos todo. Cuando yo te digo todo, te digo comida y bebida. No justifico de ninguna manera que a un ser viviente le falte eso. Yo siento lo mismo que vos: no se han muerto, pero siento que se han ido los buenos directores. Entonces los pequeños directores no se pueden desarrollar, porque no tienen plata para conseguir un productor, invitarlo a cenar y convencerlo para que les produzca la película. Con tan poca plata, ¿se puede hacer algo con nivel artístico, se puede hacer una película? No. Porque ese director ya dejó el proyecto, renunció o no tiene más ganas de luchar.

¿En algún momento le sucedió?

A mí todavía no me pasa eso, pero presiento que me va a pasar.

 

Dicen que los artistas nunca piensan en el retiro. ¿Coincide?

Los verdaderos artistas no piensan en el retiro. No hay lluvia ni nada que los frene; ni la familia, ni los grupos de niños, ni las enfermedades. No hay nada que los frene.

En su obra cinematográfica usted le dio una importancia a la mujer, amoldándola a su estilo, desde Margotita (Margot Moreyra), pasando por Graciela Borges en Kindergarten hasta Isabel Sarli en La dama regresa. Fueron ejemplos de mujeres desde una óptica con la cual nunca se las había retratado. ¿Considera que tuvo un sesgo anticipatorio respecto de estas épocas de fuertes reivindicaciones de los derechos femeninos? ¿Pensó alguna vez en ello?

Sí. Me parece muy injusto. No solamente me puse a pensar, sino que esas queridas estrellas compartieron conmigo esta situación ideal. No sé por qué, pero no todo el mundo quiere reconocer la participación del otro cuando se encuentran en una obra. Es muy triste eso. Por ejemplo, yo he dicho varias veces que la reaparición artística de Isabel Sarli tuvo que ver íntimamente conmigo: yo la llevé al cine y al teatro en un momento en el que nadie se acordaba de ella. ¿De quién es la responsabilidad por ese olvido? Creo que el ambiente artístico es muy jorobado. No creo que Isabel se ocupe de esas cosas; es el medio —te repito— el que se ha ocupado de no desatar a Isabel Sarli de las manos de Jorge Polaco.

Cuando se habla de rescate, es porque existe un olvido. ¿El olvido es una forma de muerte?

Es una forma de muerte. Lo más triste es que se trata de una forma de muerte lenta: vos no desaparecés de un día para el otro, y hay mil formas de darle muerte a un artista. Y eso es lo peligroso: el artista es endeble, por eso muchos de ellos padecen enfermedades terribles, lo que habla de la vulnerabilidad del artista. Es triste este tema, porque la gente a veces no lo conoce.

¿A quién o a quiénes les convendría propiciar el silencio o el olvido de un artista?

Uhhh… Hay muchos que están en el banquillo. Vos de pronto te encontrás frente a grupos de artistas que han puesto lo mejor en sus obras y que, al no ser reconocidos, saben que se están muriendo. El artista que no tiene una nota en un diario o en una revista no puede existir. Entonces se lo mata muy rápidamente. Es así: vos habrás visto la muerte de muchos artistas.

¿Qué sensación le provoca no haber podido estrenar comercialmente todavía su película Kindergarten?

Cuando surgió la primera prohibición de estreno, me sentí mal y comencé a odiar a la obra. Cuando tomé conciencia de eso, me dije: «Pucha, yo soy un miedoso como todos estos, y en este momento la película me necesita más que nunca: para defenderla o para matarla».

¿Qué cree que molesta tanto de Kindergarten a punto tal de impedir su estreno?

Yo creo que la existencia de los artistas es nociva para nuestra cultura, aunque hagan una buena película.

¿Por qué motivos?

No sólo por las imágenes o las palabras, sino por el descubrimiento que conlleva esa obra. Igual es algo que no se entiende mucho.

En España y en la India, le realizaron varios homenajes a usted y a su obra. ¿Qué experimenta al volver a la Argentina? ¿Se siente ignorado?

Me causa mucho dolor, un gran dolor, porque no sabés la cantidad de gente que me llama por día aquí, a mi casa. Es gente con grandes conocimientos, lo mejor de lo mejor: cineastas, escritores, periodistas. Y, sin embargo, en mi país no recibo nada.

¿Existe una especie de estigma del artista?

Y sí, a mí por lo menos me duele muchísimo. Aunque haya mucha gente que me diga: «No importa, vos estás más allá del bien y del mal».

¿Usted se siente más allá del bien y del mal?

No, para nada.

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