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16 mayo, 2012

ARTE

Famoso por haber realizado refinados obsequios para Lady Di, Máxima Zorreguieta y Benedicto XVI, entre otros personajes, Juan Carlos Pallarols proviene de una familia emigrante catalana dedicada a la orfebrería hace ya siete generaciones.

 

Por: Gisela Gallego

 

Sus orígenes son algo que resalta una y otra vez, y algo de lo que se enorgullece: mantiene costumbres como el idioma y el baile típico del lugar de que provienen sus antepasados.

Su taller, integrado al museo y hogar en pleno barrio de San Telmo, está hecho a medida del gran artista,  o artesano, como prefiere que lo llamen. En este espacio físico se mezclan muchas de sus facetas. La ornamentación y el buen gusto dan una impronta muy personal al lugar en el que se pueden apreciar sus trabajos de carácter religioso, civil, criollo o colonial.

La consagración y el reconocimiento como el orfebre argentino que realiza piezas para figuras mundialmente conocidas no le han hecho perder la sencillez ni la humildad que tiñe todo su relato.

Tal vez no es fácil hablar con Pallarols «exclusivamente» sobre su trabajo, porque el amor que profesa a su oficio es indivisible del amor que pone en el resto de las cosas cotidianas.

Indagamos sobre su obra, pero también mas allá de ella, y le preguntamos sobre ese espíritu colectivista que lo ha llevado a convocar al pueblo argentino en más de una ocasión. Por su iniciativa, diversas manos se unieron para cincelar o dejar su huella en piezas que han cobrado un alto valor simbólico.

Sin tapujos, producto de su edad —según nos cuenta—, habló de temas variados, controvertidos y de su forma de ver la vida. Durante la charla dejó claro su largo recorrido y vasta experiencia; pero, por momentos, mostró un dejo de joven veinteañero; pasional, idealista y lleno de ganas.

 

Sabemos que su oficio fue trasmitido por su padre y abuelo, mas allá de su formación en Bellas Artes. ¿Cómo recuerda ese inicio en el ámbito familiar?

Me enseñaron a amar todo lo que tenía cerca, y eso incluye el oficio.

Mi abuelo me enseñó el oficio jugando. No se compraban los juguetes como ahora, los papeles tampoco  se compraban como yo les compro a mis nietos una resma de papel. Tenía que ir a la panadería y, cuando me iban a envolver el pan, les pedía que no retorcieran tanto el papel; entonces llegaba a mi casa, lo doblaba, lo planchaba y me salían dos hojas medianas. Yo juntaba todo: el papel, los palitos, los cajones de la fruta que buscábamos en la feria y enderezaba los clavitos, juntaba las latitas de conservas. Usábamos todo eso para trabajar, con eso teníamos la materia prima para jugar.

 

Al empezar siendo tan niño, ¿lo vivió como algo lúdico o hubo algo de mandato de la tradición familiar?

No. No fue un mandato, en absoluto. Mi abuelo me decía: «hagamos un carrito», entonces yo le decía siempre que sí, siempre me entusiasmaba.

 

¿En qué momento cree que dejó de ser aprendiz?

Ojalá lo supiera. Tengo la dicha y el placer de desconocer si algún día dejé de jugar y empecé a trabajar, o si trabajé toda mi vida, o si jugué toda mi vida.

 

En la manera que usted concibe el trabajo, ¿puede irse del taller y dejar de pensar en sus piezas, o hay creación todo el tiempo?

Yo no estoy nunca tan metido como para olvidarme del resto. El trabajo es parte de mi vida, lo importante es mi vida como persona, mis afectos, y esto es parte de mis afectos. A  veces voy por la calle, veo un nido de pajaritos y me quedo pensando en qué lindo puede ser que haga algo como eso. Uno puede tener cinco ideas a la vez en la cabeza. Afortunadamente tenemos la posibilidad de pensar un montón de cosas a la vez.

 

Más allá del tamaño de la obra que encare, ¿suele hacer trabajos en simultáneo?

Sí. Somos un equipo de varias personas, cada uno hace una tarea o a veces hacemos algo entre dos o tres. Eso es lo lindo: poder compartir.

 

Hablando de compartir, usted tuvo iniciativas como la de cincelar el bastón presidencial, en las que convocó al pueblo. ¿Cómo surge esa inquietud?

En el año 83 me convocaron para hacer el primer bastón de mando para Alfonsín. Yo no sabía que iba a ser para él, solo que había que hacerlo, ya que recién en octubre del 83 se sabría quien ganaría esa elección. Tuve una pelea con el capitán Scilingo; él fue bastante duro conmigo, en ese momento me asusté. Me di cuenta de que el bastón de mando después de una dictadura era una responsabilidad muy grande, me parecía un acto de egoísmo hacerlo solo y, por otro lado, convocando ampliamente, me sentí más protegido.

 

Luego también hizo convocatorias similares con otras piezas.

Sí, con la corona de la Virgen de San Nicolás, porque veía que millones de personas ponen tanta fe, pensé que era una gran oportunidad para la gente devota. Lo mismo cuando hicimos la máscara de Eva Perón. Yo no tenia la misma admiración antes y después de hacer este trabajo y conocer a esta mujer, cuánto luchó, cuánto le costó, hasta dejar su pellejo por lo que ella creía. Podía estar equivocada o no pero… El Che Guevara también dejó el pellejo, para mí el Che estaba todavía más equivocado que Eva, pero lo importante es que la gente deje la vida, deje la piel por lo que cree, por lo que está convencido que es para bien.

Hice el cáliz del Papa y muchas otras cosas junto a la gente, porque veía que hay muchos colaborando atrás, gente que no puede comprar un espacio o no puede pagar una entrada para ir al museo importante. Estas son posibilidades de que participen, pero son ellos los que me enriquecen a mí con su participación.

 

De todos modos, no deja de ser un acto de humildad, porque este y muchos otros oficios que rayan entre lo artesanal y lo artístico a veces no dan esa cabida a la participación popular.

Bueno, la soberbia te hace creer que sos Gardel… Yo creo que soy un instrumento, soy parte del Universo, trato de ser obediente a ese Dios o Naturaleza que me da la posibilidad de hacer lo que estoy haciendo. Yo no puedo pensar como la mayoría de los personajes, porque hoy estoy acá de casualidad y mañana me puedo caer.

 

¿A qué otras motivaciones atribuye su apertura a trabajar de manera conjunta?

Mi papá, después de sufrir una hemiplejía, a causa de su tristeza tenía la mano apta para sostener el cincel, pero no apta para cincelar. Cando yo empecé a trabajar el bastón de mando descubrí que si tuviera ese problema podría igual trabajar, siempre y cuando tenga a alguien que me quiera y me golpee. Entonces, entre los dos podríamos, es mucho mejor hacer las cosas entre todos y para todos.

 

¿Hay alguna pieza en especial, o la convocatoria a hacer un trabajo, con la que se sintió muy halagado?

Absolutamente todas. Hay piezas como la rosa y la bandeja de casamiento de Máxima Zorreguieta que recuerdo especialmente, pero porque estaba acompañada de toda esa fanfarria de cuatrocientos millones de personas que miraban ese casamiento… con lo cual, cuando apareció la bandejita, la rosa y suena la música de Piazolla, fue una cosa muy escenográfica, pero también hago alianzas para parejitas que se casan y lo hago con la misma devoción.

 

Tal vez esa sea la parte más desconocida de su labor como orfebre. Comúnmente se lo asocia más a grandes trabajos como el escudo de la Ciudad, elementos de la Catedral metropolitana o la máscara de Eva Perón.

Sí, yo no hacía anillos, es un objeto demasiado chiquito y prefería otros que tuvieran mayor vuelo, pero descubrí que la gente creía que el nombre alianza era el del anillo, pero no es así. Alianza es lo que hace el hombre con la mujer que se unen para compartir la vida. El primero que hice fue para Lautaro Murúa, que se quería casar con una chica española. Le hice el anillo, finalmente terminamos poniéndole una frase en árabe, porque se habían conocido en Marruecos. Así, hace un montón de años, vengo haciendo cada tanto las alianzas para parejitas. Hay una única condición: traer oro o plata, lo que quieran usar, pero que tenga que ver con la familia, con la historia de ambos, así cuando purificamos el metal simbólicamente estamos purificando el alma; les pido que cuando estamos derritiendo recen, se digan cosas lindas y cuando terminamos de fundir los que se funden, los que hacen la alianza son ellos, eso me emociona un montón. Estas obras, que son mínimas, me llenan de emoción y de orgullo.

 

Claro, hay todo un valor o una concepción mas allá del tamaño del trabajo realizado.

Sí, eso es una obra de arte. Lo que vale son las personas, ese es el verdadero valor de una persona. Nos están acostumbrando a pensar que somos un número de identidad, o un determinado peso de carne y huesos y no es así, somos seres que piensan, que sienten; eso es lo que nos estamos olvidando. Pasamos a ser un número, no una persona. ¿Viste cómo hablan los críticos o los políticos? Hablan de porcentajes, de índices, y no somos nada de eso, ¡somos personas!

 

Con todo este bagaje, que va mas allá del oficio, imagino que habrá tenido muchos más aprendices que los miembros de su propia familia.

Sí, tengo el orgullo de encontrarme en las provincias, en España, en Italia y en muchos lugares gente a la que le enseñé el oficio o, en realidad, no es que trato de enseñarlo porque a mí nadie me lo enseñó. Mi papá me dijo que iba a «tratar» de enseñarme este oficio con alegría y con dignidad, porque decir «yo quiero que seas doctor» es bastante soberbio, ¿no?

 

Después de tanta experiencia y trabajo, ¿hay algo que le quede pendiente?

¡Claro que sí! Seguir viviendo los días que me quedan.

 

Pero respecto al trabajo…

No. He reinventado montones de cosas para enriquecer el rubro de la orfebrería. Por ejemplo, hace quince años no hacía lapiceras, hace treinta no hacía rosas.

 

¿Eso respondía a una especie de código dentro de la orfebrería?

No. Así como no creo que haya genios —por eso no acepto mucho que me digan artista— trato de hacer lo mejor. Si algo no me sale mejor es porque no puedo, yo no me voy a quedar en la mitad del camino por decir ya gasté todo el tiempo que me pagaron, no, yo lo hago hasta que considero que está todo lo bien que debe estar. Sigo buscando cosas. Ahora me estoy por ir a España para encontrar a una persona que hace los conductos de la tinta con materiales orgánicos, para seguir perfeccionando mi pluma. Yo no quiero que sea la más cara del mundo, quiero que sea la mejor del mundo.

 

En su web vi a alguna foto suya con su nieta muy pequeñita, transmitiéndole lo que sabe. ¿Qué siente al pensar en ese recuerdo de usted como nieto, hoy como abuelo y, de manera transversal, en este oficio?

Me gustaría poder ser tan buen abuelo como fue mi abuelo. No sé si, a veces, en el exceso de pasión por una cosa, uno descuida otras cosas, pero espero que todos mis hijos, mis nietos y todos los jóvenes del mundo, todas las personas, puedan ser felices a través de lo que pueden realizar y a través del afecto.

 

¿Hay algún peligro de que se extinga el oficio o es un mito?

No, para nada. Si no se extinguió cuando yo era pibe no se extingue más, porque realmente en ese momento quedaban muy pocos artesanos, nadie quería aprender. A mí me tenían casi lástima, me decían que lo pensara bien. Un exempleado de mi papá me decía: «pibe, vos te das cuenta en lo que te estás metiendo, con esto te vas a morir de hambre, de qué vas a trabajar cuando seas grande».  Una vez llegó a ofrecerme una parrillita para vender chorizos en la cancha de Boca, que era lo que él hacía. Me daba mucha pena decirle que no, pero a mí me gustaba hacer esto. Por otro lado, tenia a mi papá, que me decía: «no hagas caso, si vos aprendés bien todas las técnicas, en el año 2000 te van a meter en una vitrina». Mi papá no se equivocó, porque me metieron en una vitrina en el año 90.

Por otro lado, pienso que en este momento todo está tan deshumanizado que las tareas están también deshumanizadas. ¿Para qué quiero un robot que pinta un automóvil si puedo darle trabajo a cuarenta personas y va a estar mejor pintado a mano? A lo mejor es menos negocio, pero es distinto lo que implica.

 

A eso me refería, al preguntarle si peligra el oficio.

Cualquier trabajo es mejor realizado por un ser humano. Para empezar, porque le estoy dando trabajo a un hermano. Las leyes no están hechas para que todos vivan en paz: están los abogados picapleitos, arreglados para que uno le haga juicio al otro, y el otro, al otro. No hay reglas claras, es una incoherencia total. Yo, por ejemplo, estoy en contra del aborto, porque me parece que es matar una vida. La prevención es otra cosa, hay que enseñar que el sexo debe ser una cosa responsable. Cuando le hacen un aborto a una chica humilde no pasa nada, pero ayer, cuando se descompuso una heladera que tenía los ovocitos y los espermas congelados para transferencias se armo un despiole bárbaro, porque cada tratamiento sale 25.000 dólares. Es un problema de guita, no es un problema de respetarla vida. Fijatela hipocresía de los políticos, de los científicos, de todos. Hay defensa de intereses mezquinos, pero yo creo que lo más importante que tiene la tierra es la gente que camina arriba.

 

Veo que tiene intereses muy diversos, muchas inquietudes. ¿Alguna vez se dedicó a otra actividad?

Me dediqué a muchas cosas. La misma pasión que pongo para hacer platería es la que pongo en hacer mermeladas con frutos de mi quinta. Cuando hago cualquier otra cosa la hago con amor; si agarro una ruta no tengo el objetivo de llegar, sino disfrutar de cada metro.

 

Después de una charla distendida, pero intensa, Juan Carlos nos invitó a recorrer su taller: un espacio lleno de herramientas donde resuenan los sonidos de las labores artesanales y reina un clima amigable. Sus familiares, colegas y aprendices deambulan por el salón con las manos ocupadas y las mentes concentradas. Nos topamos con una escultura brillante, ultra moderna, conceptual, puro metal de forma estrambótica coronada con una pelota del fútbol del Barcelona. Entretanto, nos adelanta que esa escultura será un obsequio para un homenaje que próximamente le harán a Lionel Messi. Le preguntamos si es fanático del equipo catalán. Fiel a su estilo y en consonancia absoluta con todo lo que dejó ver nos despide respondiendo: «No, no soy fanático del Barça, soy fanático de la vida».

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