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10 junio, 2012

 

Un camino que sí tiene retorno.

 

¿Cuál es la verdadera situación de las mujeres en la cárcel? ¿El encierro las prepara para su reinserción social? Consultamos a dos especialistas que día a día trabajan para que estas personas puedan salir de su situación y acceder a una vida digna.

Por Gimena Rubolino

Martha Inés Miravete Cicero es defensora de las Naciones Unidas y fundadora de Grupo de Mujeres de la Argentina, una ONG que lucha por los derechos de las presas y que ha logrado importantes mejoras en el sistema presidiario de nuestro país.

«La ONG nació en 1992, yo estuve detenida en 1994. Estudié Sociología dentro de la cárcel y te puedo decir que no hay un tipo específico de mujeres desde el encierro. Yo creo que desde la necesidad las causas pueden ser: la pobreza, la desesperación, la adicción a las drogas, etc. Muchas mujeres son analfabetas y por ser mula de fronteras han estado detenidas. El sistema es cada vez más limitado. Por eso, trabajamos este tema desde la ONG», explica Miravete.

«En mi caso, estuve detenida por causa de mula. Me invitaron a hacer un evento y después terminé involucrada. Yo no sabía que había drogas en las valijas, fue una trampa de mi expareja. Como no hubo ninguna prueba real del hecho, quedé implicada».

Martha cuenta que su paso por la cárcel la ayudó a conocer a fondo esta situación y a entender la problemática. Su experiencia, en términos generales, fue buena porque siempre realizó actividades dentro de la cárcel, como trabajar, estudiar y hasta explotar su faceta de actriz.

De acuerdo con los datos de la Procuración Penitenciaria de la Nación, 9.653 es la cantidad de detenidas que hay en la actualidad.

«No hay diferencias en relación a los hombres, aunque las cifras van en auge. Antes había muy pocas detenidas mujeres, y por eso había una sola unidad, que era la 3», agrega Miravete.

Por su parte, la psicoanalista Brenda Cali, quien trabaja en las unidades penitenciarias 10 (de Melchor Romero) y 45, desde hace cinco años, observa algunas características generales en estas mujeres: «La dificultad para controlar impulsos, la ausencia de capacidad reflexiva y de anticipación con respecto a las consecuencias de sus actos, escasa capacidad para sentir culpa y arrepentimiento, y dificultades en la diferenciación del bien y del mal».

Además, según la licenciada, «la población femenina es más conflictiva a nivel convivencial, y a nivel de las conductas con respecto al personal penitenciario, las mujeres tienden a ser más desafiantes y menos reflexivas a la hora de evaluar las consecuencias que sus conductas pueden traer aparejadas, por ejemplo al momento de obtener algún beneficio a nivel judicial».

Cómo se trabaja desde la ONG

La falta de un salario digno, la escasez de recursos para estudiar y acceder a alimentos, y la precariedad del sistema impulsaron a Martha Miravete a luchar por obtener avances para ella y sus compañeras desde un «lugar real».

«La idea comenzó desde adentro. No era de repente reclamar por reclamar. Necesitamos: una planta de madres, de menores, pañales, juguetes, etc. Las menores vivían una violencia muy fuerte en una época de compartir con las adultas».

«Con mi ONG, logramos que el tema de salud sea algo importante, intervenimos con el tema de la hepatitis, la diabetes, como también en la reforma del artículo 33 en materia de salud. Además, en estos últimos años logramos que haya una reforma de la ley para que algunas madres puedan estar en arresto domiciliario», detalla.

Miravete explica que el Grupo de Mujeres de la Argentina cuenta con apoyo económico de organizaciones internacionales (Sure International Global Sound of Woman, vera.org y la ONU, entre otras) que las ayudan a hacer relevamientos y concretar distintos tipos de proyectos, tanto a nivel nacional como internacional.

«Hablamos de los problemas de vivienda, pueblos originarios, ahora de torturas justamente en cárceles. Estos financiamientos nos ayudan a participar de estas reuniones y lo básico de lo que tenemos que pagar en una ONG, impresora, nafta, etc.».

Aunque no trabajan con ningún centro penitenciario en particular, la fundadora explica que su ONG está muy vinculada a las unidades provinciales y al trabajo con otras instituciones que brindan herramientas de capacitación a las exreclusas.

«Lo que hacemos nosotros es articular con otras instituciones, por ejemplo una de costura, otra de corte y confección, etc. Es más, nos han donado revistas para que las chicas puedan tener una base de formación. Algunas empresas son amigas y otras se contactan a través de nuestro teléfono. Nos manejamos mucho con el boca a boca. Pero también trabajamos con las que están dentro de la cárcel. Logramos que ahora no sólo haya teléfonos en cada pabellón, sino que los familiares te pueden llamar. Y que en algunas unidades, como en la 31, haya talleres, trabajos, jardinería y guardería para chicos», explica.

Por un lugar digno en la sociedad

Desde su experiencia laboral, la licenciada Cali sostiene que los servicios penitenciarios en los que trabaja cuentan con educación primaria, secundaria, terciaria y universitaria.

«Además, se realizan actividades laborales intra y extramuros, de mantenimiento de la unidad, como jardinería, y talleres en distintas especialidades, con el fin de enseñar oficios que permitan la inserción laboral de estas personas cuando obtengan su libertad. Y algunas internas participan de grupos evangélicos creados dentro de la institución».

El sistema presidiario obliga de cierta forma a las reclusas a estudiar y participar de los talleres a través de la obtención de puntos.

«Si no hacés nada, el puntaje te queda en cero y no podés acceder a otros beneficios, como tener visitas, por ejemplo», explica Miravete.

Sin embargo, detalla que una de las deficiencias más grandes que nota en el sistema presidiario es la falta de recursos para que las presas puedan prepararse y tener un lugar en la sociedad. Si bien dentro de las cárceles son muchas las que estudian y realizan talleres, que van desde costura hasta panadería y jardinería, al salir no cuentan con ningún tipo de ayuda, y la mayoría no tiene elementos para poder abastecerse económicamente.

«Notamos que de repente sería mejor para el sistema dar herramientas, donación de máquinas de tejer, de coser, etc. Nosotros necesitamos constantemente ropas, telas, elementos que no utilicen, batidoras, máquinas de tejer, porque después otros pueden utilizarlas. Por otro lado, sería productivo que no todo se maneje por el contacto político y que se le dé más participación a las ONG que ya tienen su trabajo y proyectos en marcha».

«Nuestro próximo paso es lograr que no haya tanta frialdad y discriminación con el reo, que se lo incluya en la sociedad», agrega.

Miravete sostiene que el sistema presidiario funciona mejor a nivel general, pero que aún quedan muchas cosas por mejorar, y pone gran énfasis en la eliminación de la violencia.

«Si queremos erradicar la violencia, debemos empezar por dejar de ser violentos. Dentro de las cárceles hay mucho maltrato, y esto sólo genera mayor maltrato, no educa».

Por su parte, la licenciada Cali sostiene que «si bien se han logrado muchas mejoras en el sistema carcelario, en cuanto a la materia edilicia, aún es necesario implementar estrategias y herramientas que apunten, desde lo psicológico, a una modificación en la posición subjetiva de las personas que delinquen, con el fin de que logren otro tipo de respuestas frente a situaciones conflictivas».

«También, considero que es necesario cambiar algunos criterios a nivel judicial, con respecto al tratamiento de la delincuencia como fenómeno social y en cuanto a la equidad de las penas, ya que, frente a delitos menores, se sancionan penas interminables, y muchas veces, frente a delitos de mucha gravedad, se aplican penas mínimas», concluye.

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