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25 julio, 2012

 

¿Qué pasa con la Ley de Basura Cero?

Los problemas de gobernabilidad se hacen evidentes. La vida útil de los rellenos sanitarios es corta, y ya no hay donde colocar la basura. La Ley de Basura Cero, sancionada en 2006, no se tomó en serio y terminó por no cumplirse. Paradójicamente, lejos de retroceder, la cantidad de desechos de la ciudad de Buenos Aires aumentó en un 50%; la meta era reducirla en ese exacto porcentaje.

Por Valeria Bula

Es hora de enfrentar la realidad y desarrollar nuevas tecnologías sociales y materiales. Los desafíos de responsabilidad ecológica y concientización son clave para los gobiernos de la Ciudad y de la Provincia.

El sistema de basurales, CEAMSE, creado por la dictadura, colapsó. Las autoridades de la CABA y de la provincia de Buenos Aires, comenzaron a pelearse porque la basura se hizo visible. Este problema ya no se puede guardar debajo de la alfombra.

Ante esta situación, el gobernador de la Provincia, Daniel Scioli, abrió el paraguas y le exigió al fefe del Gobierno porteño, Mauricio Macri, que cumpliera con la Ley de Basura Cero, sancionada en 2006. Su artículo sexto propone como meta que se reduzcan en un «50 % los residuos sólidos urbanos para 2012 y un 75% para 2017 y se prohíbe para el 2020 la disposición final de materiales reciclables y aprovechables». La ciudad genera 6.000 toneladas de basura por día, que se llevan diariamente a los basurales del conurbano, y de las cuales 1.000 quedan en manos de los cartoneros, que la recuperan (y  entierran el resto).

Si bien está claro, desde el punto de vista ambiental por lo menos, que los rellenos sanitarios deben cerrarse, pues producen sustancias contaminantes, tóxicas y cancerígenas, el foco debería colocarse, como bien indica la ley 1854 o de Basura Cero, en reducir la cantidad de basura que se produce. Según declaraciones de Greenpeace a Página/12, en la Ciudad de Buenos Aires y el área metropolitana la recuperación de residuos no avanzó más del 5 o el 10%, mientras que en el resto del mundo la aplicación de la «ley de basura cero» fue más allá del 30%.

Reciclar es fundamental si se quiere reducir la basura, pero ¿cuántos vecinos saben cómo realizar la separación en origen de forma efectiva, uno de los ítems planteados en la Ley de Basura Cero? ¿Cómo elegir cada producto que se compra, y saber cuáles son duraderos y los de menor perjuicio ambiental? Todo es un círculo, y puede comenzar a ser virtuoso si existe información masiva.

Evidentemente (y lamentablemente), y a la vista está —¡pilas de montañas de basura!—, los programas de concientización son muy pobres aún. Se necesita un cambio cultural urgente. Decir basta a la cultura de lo desechable y hacer viable una responsabilidad después de utilizar un producto. Y no solo hacer responsables a los consumidores, sino también a los que producen. ¿Se tiene conciencia o uno se maneja de manera automática respecto de los productos que se compran? Los envases y los envoltorios son «tierra de nadie»: cuando uno compra un producto, se inicia la competencia a ver quién da más cantidad de papel de regalo o bolsitas. O los papeles celofanes con que recubren el fiambre, las facturas o las empanadas que vienen en sus respectivas bandejitas de cartón, envueltas de papel y, para rematarla, las entregan en una bolsita de nailon…

Para disolver estos comportamientos autómatas, es necesario fomentar una contracultura, establecer nuevas reglas. El Estado tiene las herramientas comunicacionales para promover esos cambios de paradigma en forma masiva. ¿Qué se necesita entonces? Voluntad política.

A los vertederos llegan, por equivocación y negligencia, residuos con un alto potencial para reciclarse industrialmente, y esto es provocado por la mala gestión en origen.

Según Gonzalo Roqué, coordinador programático de la Fundación Avina, en Argentina, tanto en la ciudad de Buenos Aires como el resto del país los gobiernos están fallando en el plano comunicacional, que debería ser perdurable en el tiempo, a pesar de los gobiernos de turno. Un ejemplo es Curitiba, que tiene treinta años de constantes campañas de concientización, donde la propaganda está presente en todo lugar público visible.

En el Plan Maestro de Higiene Urbano que el Gobierno presentó este año, se habla de la doble contenerización. ¿Qué se ve en las calles hasta el momento? Un solo contenedor.

La especialista de ciencias ambientales y coordinadora del grupo Manejo Integral de los Residuos por el Ambiente (MIRA), de la Facultad de Agronomía de la UBA, María Semmartín, coincidió con Roqué en que la contenerización nunca fue efectiva, y mucho menos cuando no se instalan los dos recipientes. La mezcla de residuos es muy peligrosa. El sistema de contenedores comenzó con la Ley de Basura Cero, pero no estaba funcionando porque los residuos reciclables terminaban mezclados y, por ende, se arruinaban.

Semmartín explica que la ley 1854 debiera estar acompañada de otras leyes que sigan los procesos productivos y de consumo de la sociedad: como una de producción extendida a las empresas; esto significa que deben hacerse cargo del producto que se vende cuando termina su vida útil.

En la Capital, se van cantidades abrumadoras de pesos en el manejo de los residuos, pesos que el ciudadano paga con sus impuestos, pero hay pocos resultados: el presupuesto 2012 de la ciudad destina a «servicios de higiene urbana» unos 1678,4 millones de pesos.

Los ritmos son lentos. Hay planes, incluso leyes, pero nada concreto; por el contrario, el problema de la basura sigue siendo una constante.

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