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1 enero, 2012

La obligación feliz de hacer del arte una espada

Entrevista a Andrés Zerneri

 

Que el arte no es un fin en sí mismo sino un medio para comunicar y expresar ideas políticas, que debe ser para todos y que poderosa es su realización colectiva. Zerneri dice en esta nota lo que sus obras ya vienen diciendo.

 

Por Jimena Pautasso

 

Andrés Zerneri se posiciona en un lugar preciso e igual no deja de moverse. Crea, crea junto a otros, busca el encuentro. Saca sus pinturas a la calle, conversa con los vecinos, hace monumentos. Denuncia, comunica, suma proyectos. Zerneri no es: está siendo.

Reflejo de ese ser y estar, en su taller de la calle Cabrerano para de entrar y salir gente. En ese espacio inquieto, repleto de sus obras, el artista plástico define lo que piensa y, en ese pensar, no hace más que definirse.

 

Elegiste comenzar el libro que expone las obras que conforman tu trayectoria, Zerneri: pintura insomne, con dos citas, dos definiciones dadas por artistas sobre lo que consideran que implica su rol. Kandinsky señala que artista es quien tiene algo para decir, que su deber no está en dominar la forma sino en adecuarla a un contenido, y Picasso lo describe como un ser político. ¿Por qué decidiste incorporarlas? ¿Cuál es para vos el rol del artista en la sociedad?

Yo soy un artista autodidacta, y no recuerdo haber tomado un tipo de decisión, a ver en qué tipo de política me acomodo para emplear lo que sé técnicamente en el arte. Producto de no sé si una serie de casualidades, una serie de acontecimientos personales y a la vez políticos, se fue dando que el arte, la política y la comunicación fueron como criándose en la misma cuna, casi como un sinónimo. Tomé de esos artistas las frases porque me identifico con esas ideas, me veo reflejado en mis acciones en esta especie de obligación feliz de hacer del arte una espada, una herramienta de lucha. Por alguna razón me comí esta historia, este cuentito del estoicismo de ser fuerte, de decir, de arremeter en una acción donde poner el cuerpo es muy importante. Y el arte se transformó en esa herramienta política. Es una obligación, pero también es un hecho feliz, como todo lo que genera el arte realizado. Lo que genera el acontecimiento del encuentro, cuando se cierra el círculo de la comunicación, cuando hay alguien que lo ve.

 

¿Qué te aporta a vos la opinión de ese alguien que ve tu obra?

A mí me es muy importante el qué dirán (risas). Saber que el otro completa desde su lógica, le agrega ese eslabón donde la comunicación se desarrolla. A veces me escondo en mis exposiciones escuchando a las personas, quiero saber qué es lo que opinan. Yo hago el paralelismo con un espejo: dos personas paradas frente a un espejo es como estar frente a una obra, la persona mirando a la obra me va a ver a mí, o mirando al espejo me va a ver a mí, y viceversa, con sus opiniones yo la veo, entiendo su perspectiva mirando la obra, porque a través de esa obra nos podemos comunicar. Quizás la obra incluso va más allá que la propia cáscara porque indaga elementos mucho más profundos que lo que se ve por fuera. Me es muy importante incluso a la hora de crear, tengo en cuenta constantemente que hay otro que lo va a entender y hay discursos que defender. No soy un artista que diga palabras fáciles, o un discurso tan directo. Sí soy consciente de que, a través del color, del gesto de la mancha, hay otro que lo tiene que entender. Yo no pretendo que entren a mi perspectiva de ver la realidad, sino que trato de llegar a una especie de acuerdo: qué entendemos por un hecho, cómo lo miramos. Obviamente que hay una subjetividad y que abuso del poder de ser el creador de esa obra para poder llevar a alguien a mi perspectiva, pero indefectiblemente el bagaje cultural que tenga quien la observa va a agregarle de sí, y de eso me alimento.

 

El mes pasado hiciste una muestra llamada Situación de calle. Cuando uno piensa en la escena típica de una muestra de un artista, imagina una sala de exposición y personas interesadas trasladándose a ese lugar para verla. En este caso fue al revés. Fuiste vos quien sacaste tus obras a la vereda, los vecinos se encontraron con ellas en su camino. ¿Por qué elegiste esa modalidad?

Yo una sola vez expuse en una galería, lo hice para probar y no me gustó la experiencia. Defiendo la idea de un arte democrático, de un arte que esté al alcance de todos. Las muestras que yo hago no persiguen el propósito de vender, sino de mostrar y de escuchar. La cultura de los argentinos es tan vasta, que me encanta escuchar las opiniones de cualquier persona, un cartonero, el almacenero, la vecina que pasa ahí con las bolsas del supermercado.  Siempre dicen algo que va enriqueciendo la obra. Y así como, si expongo en una universidad va a ser una universidad pública, si expongo en un espacio grande va a ser un espacio público. Creo que la obra no es sólo el objeto y que no es indemne al lugar donde se muestra: el lugar donde se expone es parte dela obra. De ahí la decisión de poner las obras en las veredas, en el lugar más democrático que hay, el espacio de los vecinos, un lugar legítimo, auténtico, donde la gente pasa y se encuentra con cuadros. No hay que pensar que se encuentran con la cultura, ni con el arte, porque es más cultura la vecina yendo al supermercado que el artista exponiendo los cuadros. Es sólo un hecho que rompe con la tradición cotidiana. Se genera un punto de encuentro, nada más. Un punto de encuentro de dos mundos totalmente unidos. El artista no está en una torre de Babel, sino en un espacio totalmente común al del vecino. Exponer en la calle es un juego de sorpresa y también una decisión de defender espacios.

 

Cuando le preguntaron sobre vos al historiador Osvaldo Bayer, una cuestión que resaltó para definirte es el hecho de que vos creés en la fuerza que nace de lo colectivo. ¿Por qué gran parte de tu obra se realiza de manera colectiva?

Yo me crié en un contexto de un barrio que nacía, varias familias con hijos muy chiquitos que andábamos todos juntos en Merlo, provincia de Buenos Aires. Nos criamos en un espacio en el que todas las mujeres hacían los carteles de las paradas de colectivos, todos los varones hacían el club, los padres cuando volvían de trabajar hacían la iluminación de las calles. En la Navidad había una sola mesa en una de las calles: todos salían con su comida y con su mesa para juntarla una con otra. El trabajo mancomunado y la multiplicación de las fuerzas físicas, de la fuerza intelectual, eran moneda corriente. Mi mamá era la enfermera del barrio, y el albañil de al lado era el albañil del barrio, cada uno tenía algo para poner en función de los demás. Yo aprendí a dibujar porque tenía esa facilidad. Como me crié en un contexto donde lo que cada uno sabía tenía que ponerlo en su comunidad, se fue dando también eso en mí. Y lo mismo que hacía cuando yo tenía seis años es lo que hago ahora, sólo que de una manera un poco más profesional.

 

El hecho de que elijas crear colectivamente hace que la gente pueda participar, ser parte de la realización de una obra artística. Los chicos en Grande, por ejemplo, fueron murales que pintaste junto a chicos de José León Suarez. ¿Qué iba sucediendo con ellos mientras iban pintando las paredes de su barrio?

El proyecto se gestó en un barrio que se llama 8 de Mayo. La gente de ahí no quiere que lo llamen villa 8 de Mayo, teniendo todas las características de una villa. En ese espacio, donde los adolescentes, cuando se iban al centro, nunca contaban su verdadero domicilio porque les daba vergüenza, comenzó un taller de escultura, donde usamos como materia prima la basura del basural que casi está asentado encima de ese barrio. En este contexto nace la idea. A ciertas fotos que yo sacaba, que eran retratos de los chicos, las imprimía en una filmina, en tamaño de una diapositiva. Después las llevaba a la siguiente clase, y las proyectábamos a la noche sobre los frentes de las casas. Entre todos decidían a quién íbamos a retratar en la pared bien grande. El hecho feliz de pintar entre todos un mural, aun gente que en su vida no había pintado nada y que después terminaron siendo protagonistas de un retrato, hizo que se sientan muy orgullosos de haberlo realizado. Ahora es una calle maravillosa, digna de que vaya un contingente de turistas: pasó de ser un lugar donde a uno le daba vergüenza decir que era de ahí, a transformarse en un recorrido de murales. Y todo lo que se habló en el transcurso de esa realización tuvo que ver con la identidad, con el contexto, con el barrio al que uno pertenece.

 

Otro proyecto colectivo del que fuiste precursor fue el proyecto San Martin. ¿De qué se trataba y con qué objetivos se llevó a cabo?

Eso abarca dos cuestiones. Por un lado, los murales. Era la idea de trabajar en el partido que lleva su nombre con la figura San Martín, como algo identitario, casi como iconográfico del partido. Empezamos a hacer muchos murales con esa figura. Lo hacíamos con algunas cooperativas de trabajo, o con chicos de algún colegio secundario. Pero también se realizaron bustos de San Martín. Eso arrancó con un taller de escultura que di en una cooperativa de reciclado, en la que trabajan vendiendo cosas de la basura: metal, vidrio, plásticos. Empezamos a hacer moldes del busto de San Martín para reproducirlo con una mezcla de resina poliéster y elementos dela basura. Nos dimos cuenta, además, de que se podía solucionar algo muy difícil, como es el tema de la contaminación de las pilas. Teníamos la posibilidad de pedir en los colegios que se junten pilas para utilizarlas, inactivarlas, o sea, sacarlas de la posibilidad de contaminar agua y encapsularlas en la resina y el cemento. Y esto sin dejar de trabajar el tema de la identidad sanmartiniana.

 

Siguiendo con esta manera de trabajar colectiva, ¿Podés comentarnos qué es la cooperativa de trabajo Ikatú?

La especialidad de Ikatú durante el tiempo que estuvo funcionando –ahora se va a activar de nuevo– es el reciclado, la confección de muebles con material 100% de la basura. Tiene una serie de requerimientos sobre la perdurabilidad de los materiales, la resistencia y el diseño que se ofrece como un sistema. El sello Ikatú es como si fuera una garantía, algo que se hace reciclado pero que garantiza la perdurabilidad del material. Eso tiene un destino de venta, y la ganancia pertenece a un sistema cooperativo, gana lo mismo el diseñador industrial que el realizador.

 

En el 2008 se inauguró también una obra artística de cuya realización participaron miles de personas, quienes seguramente nunca se hubieran imaginado el poder formar parte de algo así, como lo es la creación de un monumento. ¿Cómo se fue gestando la idea de hacerle un monumento al Che Guevara, y de hacerlo, además, colectivamente?

Hay como una raíz conceptual en todo esto que estamos hablando, que es la capacidad del trabajo colectivo, lo que eso puede lograr a nivel político, a nivel social: es un aprendizaje, un ensayo de organización. Un monumento al Che es un monumento a la Revolución Cubana, a Fidel, a las ideas guevaristas, genera una potencia política a la que yo adhiero. Pero un proyecto que apunta a esa línea política yo nunca lo impondría, no haría lobby para conseguir el dinero y hacerlo. Yo creo que, cuando se trata del espacio público, eso tiene que estar convalidado por quienes lo van a ver todos los días, que es la gente que está en la calle. Entonces, si no es con la anuencia del tipo que está en la calle, la obra no debería estar. Una forma de hacer una evaluación de si queremos hacerla es que casi todo el esfuerzo de la construcción dependa de la sociedad: nadie va a poder decir que se está utilizando dinero de sus impuestos para hacer un monumento con el que no se sienten representados. Esa obra tuvo, entonces, como forma de construcción, la donación de llaves y pequeños elementos de bronce que fueron resolviendo la cuestión material, pero también el apoyo político: fueron solidificando la intención de que se haga.

 

En este momento, con la misma modalidad, se está llevando a cabo la construcción del monumento a la mujer originaria…

La idea de rendir un homenaje a los pueblos originarios es una posibilidad estratégica de comunicación para hablar sobre la identidad de todos. Estamos en un punto de inflexión con respecto a la realidad de los pueblos originarios, algo va a pasar con todo esto de que la gente se va enterando sobre la existencia de los pueblos originarios, que hemos negado durante mucho tiempo. Este proyecto intenta contribuir a esta especie de bisagra, brindando una información muy básica que va a permitir que más cantidad de gente mire esa realidad, se sensibilice con la realidad de los pueblos originarios y que entienda mejor por qué es asesinada una persona en una provincia por reclamar tierras perteneciendo a un pueblo originario, por qué un grupo hace una huelga de hambre. Es una información para que podamos entender mejor una realidad que hace a nuestra identidad: saber que en nuestro país cohabitan de 26 a 30 naciones, se hablan 14 lenguas, y más del 61% de la población posee un vínculo genético con los pueblos originarios.

 

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