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9 octubre, 2012

En mayo de este año fue reinaugurado el Teatro Picadero, espacio que representó todo un símbolo de resistencia cultural durante la última dictadura militar. Para compartir esta nueva fase de la sala, fuimos a visitarla y disfrutamos de una de sus obras en cartel: La historia del señor Sommer.

Por Ariana Pérez Artaso

Cuando uno entra a un teatro, suele concentrarse en los espectáculos que en él se montan, dejando en segundo plano el edificio, con sus particularidades y anécdotas. Pero hay espacios llenos de vida que hablan desde el centro de lo que es nuestro país y que rompen su fachada de contenedores neutrales de los rituales que allí se despliegan. Este es el caso del actual Teatro Picadero, cuya historia vale la pena conocer.

La edificación en la que se encuentra fue diseñada originalmente para ser una fábrica de bujías que abrió en 1926, cuando por el pasaje Coronel Rauch (hoy Enrique Santos Discépolo) pasaba todavía la mítica locomotora La Porteña (exhibida por estos días en el Museo de Luján).

Fue a fines de los 70 cuando la actriz Guadalupe Noble y el director Antonio Mónaco comenzaron a soñar con una sala en la que fuera posible instalar diversos tipos de espectáculos, y no sólo los que siguieran la disposición tradicional del teatro a la italiana. Este anhelo se concretó el 21 de julio de 1980 con la apertura del Teatro del Picadero en lo que antaño fuera aquella fábrica.

La otra versión del Jardín de las Delicias, espectáculo inspirado en La máscara de la muerte roja, de Poe, marcó el comienzo de la etapa inicial de la sala. Luego de unos meses, esta era elegida como sede de lo que fue el primer ciclo de Teatro Abierto, movimiento naciente que, en plena dictadura militar, se propuso defender la libertad de opinión y demostrar la vitalidad de la dramaturgia local, que por ese entonces era expulsada de las salas oficiales.

Entendiendo la impronta política del movimiento, que unía «peligrosamente» a más de 100 artistas que llamaban a la reflexión y a la crítica, el gobierno militar no tardó en actuar con su brutalidad característica: bombas de magnesio arrojadas durante la madrugada del 6 de agosto de 1981 destruyeron por completo el interior del teatro. Lo único que el atentado terrorista dejó en pie fue la fachada de aquel símbolo de resistencia artística.

Tiempo después, el edificio fue reconstruido. En él se instaló una sala de grabación, hasta 2001, año en el que se lo intentó recuperar como espacio escénico. Pero El Picadero, en plena crisis económica, no duró mucho, y sus puertas fueron cerradas otra vez.

Varios dueños pasaron por el historial del teatro, hasta llegar al actual: el productor Sebastián Blutrach, quien —con la ayuda del Ministerio de Cultura de la Ciudad y algunas empresas privadas— pudo finalmente reabrir la sala que hoy goza de un interior completamente renovado. Este acontecimiento fue recibido con satisfacción por muchos artistas y el público en general. El mismo Tito Cossa, participante activo de Teatro Abierto, afirmó que ya el «hecho de que la sala se haya recuperado es, para muchos, una reivindicación», y que quedará vivo en las paredes de la sala «el recuerdo de un fenómeno que se constituyó en el mayor referente de la resistencia cultural a la dictadura».

En este contexto de alegría, El Picadero presentó las primeras obras de la temporada 2012, entre las que figuran la comedia musical noruega For Ever Young, el colorido show de Concha del Río Simplemente Concha y La historia del señor Sommer, impecable unipersonal que merece algunas palabras aparte.

Escrita por el alemán Patrick Süskind (más conocido por su novela El perfume, llevada a la pantalla grande en 2006), La historia del señor Sommer fue adaptada y es dirigida por Guillermo Ghio. Él, junto con Carlos Portaluppi, ofrece una tierna puesta del cuento devenido en obra, que todos los domingos por la tarde invita a los espectadores a viajar por caminos, bosques y lagos del viejo continente.

Lo que se destaca de esta versión de La historia del señor Sommer es la actuación de Portaluppi, quien, con destreza, transforma su cuerpo en base a los recuerdos que van asaltando al personaje que encarna. Frente al público, el actor trepa grandes árboles y otra vez tiene ocho años, vuelve a dar las lecciones más odiosas de piano y se enamora en su primera adolescencia, mientras el doloroso duelo por la niñez perdida da sus primeros signos en la vida del personaje.

Durante los 60 minutos que dura la obra, Portaluppi —que en estos momentos también forma parte del elenco de La Dueña (Telefe)— logra mantener el interés de los que escuchan su relato. Sorprende la forma en que no suelta la mano de su audiencia hasta terminar con el último recuerdo que tiene para contarle.

De esta manera, darse una vuelta por el renovado teatro El Picadero y ocupar una de sus casi 300 butacas para conocer La historia del señor Sommer puede ser un muy buen plan para despedir el fin de semana.

[showtime]

Detalle

El Picadero queda en el pasaje Enrique Santos Discépolo 1843.

La Historia del señor Sommer va todos los domingos a las 18. Las entradas salen entre 80$ y 100$.