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13 mayo, 2013

ARTES VISUALES

La mayéutica implica que el conocimiento se encuentra latente y es necesario descubrirlo

Marcos Luczkow es un artista contemporáneo que quemó sus naves, se marchó de la Capital para ir a vivir en lo más profundo del conurbano bonaerense: Merlo, Marcos Paz, más allá del camino de la Ribera, con el fin de concretar un proyecto de arte cooperativo.

 

Por: Graciela Taquini

 

¿Qué estás haciendo?

Hace más de diez años que soy docente de artes plásticas en escuelas de riesgo de la provincia de Buenos Aires, y hasta llegué a enseñar en un penal. Así conocí el barrio La Estrella, un asentamiento de obreros paraguayos y algunos bolivianos, que en general trabajan en la construcción. También había familiares de presos del penal que deseaban estar más cerca de un padre o un hijo. Sentí que era un momento propicio en mi vida para hacer una acción artística y social. Que debía mudarme allá; de esa manera, el compromiso sería mayor. De eso hace casi dos años.

¿Qué te llevó a esa decisión tan drástica?

La necesidad de realizar un trabajo en serio de promoción social a través del quehacer artístico. Yo llegué a ese lugar que está casi al borde de un campo de soja: calles sin asfaltar, sin agua corriente, tampoco cloacas, ni gas natural, con la energía eléctrica más precaria del mundo Sin embargo, no era un desconocido. Era el profe. Todos sabían quién era.

¿Y cómo fue al principio?

Mis primeros tiempos fueron difíciles: el barrio está bastante incomunicado, no hay transporte público, solo el colectivo de una cooperativa. Las tierras son fiscales; los punteros, celosos y hasta amenazantes. Actué prudentemente, estudiando el lugar, sus características, tratando de ganar la confianza, de ser uno más. Me gustaba que se dieran cuenta de que no era un que venía a extraerles su lado exótico, no pretendía hacer «pornomiseria». Tampoco pretendía convertirlos al consumo del arte contemporáneo, o integrarlos al sistema. Los observé, los escuché, entendí sus gustos y necesidades de expresión, aprendí a comprender su mundo, el arte callejero, la estética del mural, el vibrar de los graffiti, los ritmos del esténcil, las intervenciones, el hip hop, la murga, las fiestas comunitarias. Me sentía una esponja, tratando de absorber la cultura del barrio. El enriquecimiento es mutuo: creo que tenemos cosas que darles, pero ellos tienen una cultura riquísima.

¿Querías descubrír talentos?

Para nada, aunque los hay. Mi propósito trasciende lo artístico. Logré que el INTA nos enseñara la diferencia entre la basura orgánica y la que no lo es, para contribuir a la creación de huertas urbanas, que son realizadas por el Patronato de Liberados, gente que realiza trabajo comunitario para saldar penas menores. Me preocupé para que el barrio pudiera hacer los DNI, estoy obsesionado con llevar agua corriente a La Estrella. Necesito y me cuesta mucho conseguir la personería jurídica indispensable para que las actividades sigan desarrollándose. Amo este barrio; este año pasé las fiestas aquí. Pero, al mismo tiempo, realizo una acción artística constante; este proyecto articula a una serie de personas que colaboran desinteresadamente, se han realizado cursos buenísimos de fotografía, video, esténcil, hip hop. Y todos los docentes trabajan solidariamente, sin cobrar, teniendo que viajar en distintos medios de transporte tres horas para llegar.

¿Cómo estás sustentando el proyecto?

Yo estoy allí, poniendo el cuerpo. Sin embargo, detrás de mí hay muchas personas que colaboran directa o indirectamente. Creo que son más de cincuenta. Lo primero que hicimos fueron encuentros para vender ropa, tipo feria americana, vender comida. A través de donaciones y la ayuda de empresas, universidades, particulares, amigos. Desde el principio, se me acercaron un grupo de mujeres del barrio que no tenían donde reunirse para tratar cuestiones de género, como la reiterada violencia familiar, que luchaban por que no se olvidara a chicas del barrio y los alrededores que habían desparecido por la trata. Ellas se están haciendo cargo de las reuniones para conseguir fondos de la venta de ropa y comida. Recibimos un subsidio grupal del Fondo Nacional de las Artes. Hicimos exposiciones en canal 7, el Palais de Glace, el Centro Cultural Recoleta, formamos parte del Festival de la Luz. Nos ayudó la Universidad Maimónides, que compró una casilla que pintamos en La Estrella y llevamos al encuentro FASE, en Recoleta. Luego, esa casilla se la quedó un alumno del taller cuya familia eran siete durmiendo en una pieza. Las mujeres hicieron una performance para recordar el tema de la trata de personas. Ahora van a hacer un taller con docentes de la Universidad del Museo Social Argentino.

¿Y tus alumnos?

Tienen entre 14 y 17 años, hay alguno mayor. Hacen cosas increíbles, pero no hay que esperar lo mismo que en un taller de la Capital; se hace los sábados, el núcleo es el dibujo, pero no son muy disciplinados, ni estrictos con el horario. No van a la Capital. La niñez se les escurre muy rápida, y a los 16 años varones o mujeres ya tienen hijos y deben salir a trabajar continuidad es todo un tema, pero son impresionantes los logros en tan poco tiempo. Me impresiona y admiro el poder de convicción carismático de Marcos, que logra convencer y encantar a hombres y mujeres, jóvenes y niños, a todo tipo de personas. También su liderazgo, desde la modestia, influye en una serie de amigos y colegas que lo acompañan en lo que pueden. Pero el que vive allá es él. Su trabajo lo hace sin estridencias, sin falsa modestia, con perfil bajo pero arrollador. Si bien siempre hizo arte de compromiso con lo social, de intercambio, de provocación, este gesto actual de su vida es absolutamente revolucionario, sin alardes. Eso se vio en su ponencia en un encuentro de instituciones y autogestion que organizó el Fondo Nacional de las Artes en San Juan. El lema del Proyecto La Estrella es «Pinta tu propia aldea». De esa manera, Marcos es un partero (mayéutica es el oficio de ayudar a dar a luz) que revela la identidad que está dentro de cada persona que

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se deja tocar por La Estrella.

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