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Si bien su apellido evoca a su tío abuelo, el compositor de tangos Julio De Caro, Marina viene de una familia de arquitectos que parece haberle transmitido algo más que el gusto por el arte.

 

Por: Julio Sánchez

 

Marina De Caro es una artista dúctil que serpentea por todos los soportes disponibles, que emerge en circuitos internacionales y se recluye en su taller de Boedo, que teje sus dibujos con el mismo entusiasmo con que empuñala docencia.

Son inolvidables aquellos raros vestidos tejidos que creó a fines de los noventa, con dedos y cabezas extendidos más allá de la lógica y con clausura de ojos, nariz, boca y oreja. Fueron hechos con una máquina de tejer Lady Tricot, y si bien se emparentaban con los diseños performáticos de la alemana Rebecca Horn, la obra permaneció en un limbo local, excluida tanto del diseño de indumentaria como del Parnaso de las artes plásticas.

Esto marcó una constante en su producción: la capacidad de pisar varias disciplinas a la vez, sin permanecer en ninguna.

Su formación es teórica y de la teoría exigente, ya que obtuvo un título de licenciada en Historia del Arte, otorgado por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires; y paralelamente asistió a los talleres de Pepe Cáceres y de Julio Flores. Probablemente aquella formación universitaria fue la que forjó en Marina una matriz centrada en la educación artística, algo que ejercita en su taller y en trabajos de mayor envergadura, como cuando coordinó el Proyecto Trama de Cooperación y Confrontación Internacional entre Artistas, o el proyecto pedagógico Artistas en Disponibilidad para la Séptima Bienal del Mercosur.

Marina parece tener muy claro aquel concepto de Joseph Beuys, quien sostuvo: «Enseñar es mi mayor obra de arte», ya que para él era mucho más transcendente modelar el pensamiento de la gente que un material cualquiera. De hecho, Marina parece más preocupada por definir qué es un artista, cuál es su función social y otras preguntas más, antes que desarrollar una praxis sin sustento.

Preocupada por las desviaciones que se ejercen sobre el arte, la presión de las tendencias, la «carrera de honores», las demandas del mercado, coleccionistas y curadores, Marina cree que ser artista no es un título nobiliario; reconoce que algunas veces se ha sentido ahogada por las exigencias, a tal punto de querer dejarlo todo, pero luego de la crisis, se anima a decir: «Creo que voy a seguir siendo artista». El libro-objeto que ha publicado recientemente —Manuscrito, editado por Patricia Rizzo— parece confirmar que su flujo de creatividad difícilmente se detenga.

Marina pertenece a ese grupo de artistas desapegados a una disciplina que los identifique, aborda el diseño de moda, el dibujo, la cerámica, la instalación, la performance y hasta la educación artística en forma circular (según su propia definición: «me corro todo el tiempo»), no tiene etapas abocadas a uno u otro soporte, sino que sobrevuela sobre todos y aterriza sobre algunos cuando quiere y como quiera.

El primer material que trabajó fue la lana; en ella se hallan implícitos los temas que le preocuparían una y otra vez: por un lado, el color y la línea, que luego se cristalizan en sus dibujos e instalaciones; también el carácter corporal de la lana que se usa como prenda pegada al cuerpo, el mismo cuerpo que se planta en la escena de la performance.

Marina sabe explotar las cualidades del textil, ella misma apunta: «la lana se teje a sí misma, se puede destejer y la hebra se arremolina, se arman formas; la lana tiene algo de continuo infinito, es flexible y tiene memoria».

Cuando la artista trabaja el color, lo hace con una táctica de impacto, no le interesa tanto su valor simbólico como el efecto que ejerce tanto en el ojo como en la intuición: «El cuerpo es el que sabe, se apodera del color, después viene la cabeza, son necesarios los dos opuestos», afirma.

La performance que hizo en la Maison de l´Amérique Latine, en París, se llamó Magic Colour News. ¿En qué consistía? «Busco el acto más utópico que puedo realizar, ¿cómo hacer que se cumplan nuestros deseos de cambio? Quisiera hacer magia y cambiar la realidad, inaugurar otros principios; estoy decidida a empezar con mi ritual. Primer paso: transformar la realidad (noticias de prensa) en energía y color», explica la artista que, vestida con un delantal de trabajo diseñado por ella misma, se puso a licuar periódicos y a teñir la mezcla con colores mientras un chelista musicalizaba el ritual alquimista de transmutación de la realidad.

Esta búsqueda incesante de la piedra filosofal entendida como un estado de beatitud artística se repitió en el cierre de la galería Belleza y Felicidad, el 30 de diciembre de 2007, cuando su directora, Fernanda Laguna, le propuso acompañarla. El resultado fue La belleza es de los artistas cuando la felicidad es compartida. Parecía una definición del Conde de Lautréamont, pero técnicamente consistió en una intervención urbana: la esquina fue cubierta por un enorme tejido de rayas horizontales fucsias, naranjas, grises, blancas, rosas y rojas; una vez concluido el «cierre», que implicó un cerramiento multicolor y textil de la arquitectura urbana, Marina confeccionó ropa para los dieciséis artistas que colaboraron en el proyecto.