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Martha Rodríguez, la transparencia que da magia ante la luz

Por Margarita Gómez Carrasco

 

 

Las obras de arte de Martha Rodríguez nos transportan a un lugar donde reina la sutileza, donde se respira equilibrio, movimiento y vida. En todas sus esculturas se avizora su alma. Nos deja pensando en los materiales que emplea, con trozos de vidrio atravesados por estructuras de acero, en las que se da una conjunción estética y el juego peligroso que implica su tallado. No hay rosa sin espina o mejor, o como dice Simone de Beauvoir: «Porque el hombre es trascendencia, jamás podrá imaginar un paraíso. El paraíso es el reposo, la trascendencia negada, un estado de cosas ya dado, sin posible superación».

 

En el mes de agosto de este año, tuve la oportunidad de entrevistar en París a Martha Rodríguez, una artista venezolana radicada en ese país desde hace más de treinta años. Exhibió sus obras en importantes museos y galerías de Venezuela, Francia, Hungría, Estados Unidos, Suiza, Alemania y Egipto, entre otros países. Algunas de sus obras están instaladas en espacios públicos, otras pertenecen a colecciones públicas como la del Museum of Geometric and MADI Art en Dallas, EE. UU., Caixa Nova en Ourense, España, y KoKapu en Hungría.

Durante la charla que tuvimos, me mostró algunos de los catálogos que documentaban su recorrido artístico. Puso el acento en el concurso de la Bienal de Guadalajara, con su proyecto Rebozos ―después me enteré que había obtenido el primer premio―. Para esta artista, ese acontecimiento significó una bisagra. Empezó por buscar una razón y se topó con el protagonismo de la mujer en la independencia. Se dedicó a estudiar y escudriñó hasta que encontró un símbolo que le sirvió para crear una forma, el rebozo, una prenda femenina de vestir, usada en México, con forma rectangular y de una sola pieza, y que puede ser usado como bufanda o chal. A menudo, las mujeres lo usan para cargar a sus hijos y para llevar productos al mercado. Durante la independencia de aquel país, las mujeres transportaban el maíz y la leña a sus espaldas, y también lo utilizaron para cubrir a los heridos.

 

En 2010, Martha hace una ruptura con el vidrio, empieza a estudiar los pliegues que luego aplicará en los rebozos. Se podría decir que, en aquel momento, empieza a desplegar su alma y mostrar otras cosas que va descubriendo y que la plasma en su obra.

En la conversación, se deslizan palabras como «claro y transparente» y también afirma que «la transparencia es porque da un poco de magia ante la luz y el aire. Lo claro fue mi problema estético, ya que la creación se me presenta como un hecho abstracto, similar a los vidrios con los que los empiezo a trabajar desde 1995. Luego, se produce una ruptura, y empiezo a experimentar con otros materiales y con obras de mayores dimensiones para los espacios públicos».

Me intriga saber cuándo y cómo descubrió su vocación de artista. Al preguntarle, me confiesa que fue a los treinta y cinco años, cuando trabajaba en diseño grafico. Por aquel entonces, tuvo la necesidad de pegar un salto de fe y de coraje para lanzarse a la creación, porque quería descomponer la estructura y el espacio, para reconstruirlos. Y acota con una sonrisa: «Me eduqué con el circulo y el cuadrado, tuve que romper todo para construir».

La obra de Martha Rodríguez está llena de luz y de vida; pero no por ello todo es tan claro, ya que sus magnificas esculturas conllevan un halo de misterio, algo que la artista aún prefiere dejar guardado en sus pliegues.

En la actualidad, trabaja como docente, enseña a dibujar. Atraviesa un periodo en el cual desea lograr la excelencia, o sea, el justo equilibrio visual. Piensa que la contemporaneidad es relativa y tiene razón: es difícil ser actor y juez al mismo tiempo.

Martha es una artista audaz y multifacética, con una obra versátil, reflexiva, exquisita, que no tendrá que esperar hasta los setenta porque ya tiene la trascendencia asegurada.