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8 junio, 2012

 

En los últimos años la provincia reutilizó varios lugares históricos para albergar al arte y a la memoria. Sin embargo llama la atención el ambiguo tratamiento que se le da a la identidad y al patrimonio arquitectónico de la ciudad.

 

Por Carlos Spedale

 

Siempre es bueno y saludable fomentar al arte y a la cultura, más cuando es el Estado el promotor. En el caso de Córdoba, la provincia ha inaugurado y ampliado varios museos ubicados en lo que se conoce comola Media Legua de Oro Cultural. Sin embargo en este proceso de recuperar espacios para la naturaleza, el arte y la memoria, han sido diversos los modos en que la provincia reutilizó el patrimonio arquitectónico local. En algunos casos los rescató del letargo, pero en otros prácticamente lo eliminó o amputó.

 

 

Recuperando la memoria

A lo largo del tiempo el pasaje Santa Catalina estuvo relacionado a la historia de Córdoba. Ubicado entre la Catedral y el Cabildo, este pasaje -antes llamado Cuzco- fue utilizado como cementerio, lugar de fusilamientos o para caballada policial. De aquí cuenta el historiador Efraín Bischoff, que en 1865 salió el batallón Córdoba Libre a reprimir la rebelión contra el gobernador Roque Ferreyra, y en el siglo XX sirvió como lugar estratégico para el ataque al Cabildo provincial, debilitando al presidente Perón en la llamada Revolución Libertadora.

Pero sus peores años los escribió dos décadas después, ya que allí se ubicó el temible Departamento de Informaciones de la Policía de Córdoba, más conocido como D2, donde funcionara uno de los principales Centros Clandestinos de Detención del país. Según los documentos policiales se cree que entre 1971 y 1982 pasaron cerca de 20 mil personas por el lugar.

Afortunadamente en diciembre de 2006 el gobierno provincial le entregó las llaves del lugar ala Comisión Provincial de la Memoria, que ahora se ocupa de hacer funcionar allí el Archivo Provincial de la Memoria y el Museo de Sitio.

La labor que se hace desde allí es de gran importancia para mantener viva la memoria sobre las atrocidades de la última dictadura. Aquí pueden observarse sitios de detención y tortura en muy buen estado de conservación, ya que las paredes cuentan con láminas de acrílico para cuidar las marcas que dejaron los detenidos. También puede apreciarse una sala de escrache donde además de materiales y documentos están los nombres de los torturadores que actuaron allí.

Quizás puede atribuírsele al Museo caer en cierto fetichismo sobre el tratamiento de la figura del desaparecido, o al menos en lo que el filósofo Carlos Asselborn llama su estetización, ya que en algunos sitios están expuestos objetos de las víctimas como un vestido, una motoneta y hasta una guitarra, al igual que escritos que si bien tienen una gran carga emotiva, minimizan el contenido político del desaparecido y por momentos lo reducen a monumento, víctima o en este caso a una pieza de museo.

Sin embargo, el lugar no solo cumple un rol importante como archivo y difusión de documentos de la época, sino que además se realizan diversas exposiciones y manifestaciones artísticas relacionadas a la temática. Es llamativo lo vinculado que está a la sociedad cordobesa, ya que es normal ver gente visitando el museo y la biblioteca o participando de las actividades que allí se recrean. Afortunadamente este es un lugar que le da la posibilidad al visitante de interaccionar con el pasado participando como testigo y descubridor, tomando conciencia y humanizándose.

 

 

Promoviendo Amnesia

Si del pasaje Santa Catalina usted camina seis cuadras rumbo a la avenida Hipólito Yrigoyen, llega a Nueva Córdoba. En este barrio de clase media alta se ubica otro lugar emblemático de la ciudad: el Paseo del Buen Pastor. Ubicado frente a una joya arquitectónica como es la Iglesia de los Capuchinos.

Desde 1897 funcionó allí la Cárcel Correccional de Mujeres, a cargo de la Congregación de Nuestras Sra. dela Caridad del Buen Pastor de Angers, la que en el año 1901 se le agregó una capilla en forma de cruz griega –única en la ciudad- que contiene cuadros y murales de Cardeñoza, Gómez Clara y Emilio Caraffa.

Además de las reclusas comunes, en varias ocasiones albergó presas políticas. En el año 1975 el Ejército Revolucionario del Pueblo realizó una espectacular fuga de veintiséis cautivas, nueve de las cuales aún están desaparecidas.

Ya en democracia, en 1994 bajo el gobierno radical de Eduardo Angeloz, un legislador cercano a él, Luis Medina Allende terminó preso por defraudación al intentar vender los 10.396 m2 del inmueble a un ciudadano alemán apellidado Thesing, quien acusó al legislador de haberle pagado más de 4 millones de dólares por el lugar.

Para el año 2000, la cárcel dejó de funcionar y el Gobernador De la Sota anunció su demolición “para hacer un espacio verde total, que se pueda visualizar mejor la Iglesiade los Capuchinos”. Fue entonces que el arquitecto Freddy Guidi, presidente del ICOMOS Argentina (Consejo Internacional de Monumentos y Sitios) hizo una contrapropuesta para preservar el edificio, ya que este ejemplificaba técnicas y diseños del siglo XIX.

El ejecutivo aceptó modificar el proyecto por otro que contemplara reutilizar “toda la estructura existente jerarquizando la crujía principal y la Capilla”, de acuerdo a un informe de Guidi ante el ICOMOS. Pese a ello, en el 2005 se descubre que el gobierno no estaba respetando el proyecto y según la arquitecta e investigadora de Universidad de Córdoba, Patricia Patti, el entonces director de Arquitectura de la Provincia Héctor Spinsatti había “elaborado su proyecto en secreto y así comenzó la destrucción de otro bien patrimonial de Córdoba”.

Finalmente, el Paseo del Buen Pastor fue inaugurado en agosto de 2007 con bombos, platillos y construcciones nuevas en las que se ubica una galería de arte, dos restaurantes, un bar, una vinoteca y otra casa de venta de productos de cuero. También tiene una hermosa fuente de aguas danzantes y 6400 m2 de espacio libre demolidos a la cárcel. Del edificio antiguo solo se dejó un frente y la Capilla.

Ciertamente, la nueva plaza es un sitio que se ha adaptado muy bien a la zona, ya que es normal que los estudiantes la utilicen. Sin embargo no ocurre lo mismo con la galería de arte, que a diferencia del Archivo Provincial de la Memoria, es poco concurrida salvo para inauguraciones o eventos puntuales.

No es menester discutir la calidad estética de la arquitectura actual, o si se adapta a las necesidades para la que fue creado. El problema del Buen Pastor es que con la demolición de la cárcel se demolió una historia centenaria que era parte del patrimonio de los cordobeses.

Hoy en día, como símbolo de un momento trascendental de la historia queda una reja recordando la fuga y desapariciones y además una placa del Gobernador De la Sota–quien dijo que las madres no cuidaron bien a sus hijos desaparecidos- homenajeando a las presas que pasaron injustamente por el lugar.

De la arquitectura antigua permanece la capilla, muestra de un pasado centenario de gran valor histórico, dueño de una arquitectura única y emblemática encastrada ahora en una centro comercial con un espacio abierto hibrido e iconoclasta, sin pasado y con amnesia.

 

 

La mutilación de la memoria

Tres cuadras más arriba, también por la Yrigoyen, llegamos al Museo Provincial de Bellas Artes Evita Palacio Ferreyra. Ubicado en un hôtel particulier que perteneció a los Ferreyra, una familia tradicional de Córdoba. Esta residencia fue símbolo del desarrollo de principios del siglo XX y testimonio de la opulenta Argentina del Centenario.

Por su calidad arquitectónica y decorativa, fue uno de los palacios más importantes de Sudamérica. Su dirección estuvo a cargo de dos destacados arquitectos franceses dela Belle Epoque Ernest-Paul Sanson y su hijo Maurice, mientras que la obra fue de Carlos Agote, quien en Capital Federal realizó el edificio La Prensa, (actual Casa dela Cultura) y el fastuoso Palacio Paz.

La Casa Grande, como le llamaba su propietario original Martín Francisco Ferreyra, se habilitó en junio de 1916 y fue una adaptación ampliada del Hôtel Kessler en París. Tiene una superficie cubierta de 5145 m2, en un terreno de 10958 m2. Por fuera es una muestra del clasicismo francés del siglo XVII y XVIII. Por dentro se destaca por el imponente hall de honor y la escalera de hierro forjado con incrustaciones de bronce que conducía a los dormitorios principales. Todo el interior del palacio fue decorado por la casa Krieger de París siendo una versión del estilo Imperio, únicos en América.

El jardín del Palacio era de puro lenguaje francés, como cuenta Carlos Page en su libro “Palacio Ferreyra”. Este tiene una gran diversidad de árboles: acacias, casuarinas, eucaliptos y jacarandás, así también plátanos y palmeras. Además se destaca la fuente de fundición ornamentada y los424 metros de rejas, que son de fundición francesa de Val d’ Osne. El portón proviene de un castillo antiguo, mientras que el parque fue diseñado por el prestigioso paisajista francés Charles Thays, quien en la época proyectara los más importantes trabajos en Córdoba y fuera director de Parques y Paseos de Buenos Aires.

El edificio causa una gran admiración al visitante. En 1960 el famoso crítico de arquitectura Nikolaus Pevsner lo describió para la BBC como una mansión imponente, pura y virtuosa. Asimismo destacó su majestuoso hall central “que mide alrededor de 100 pies por 100” y por sobre todo hizo notar que “la sala de baile del Palacio de Buckingham mide 120 por 60 y45 piesde altura, mientras que el hall del Palacio Ferreyra es de 75 pies”.

La residencia fue ocupada durante varios años hasta la muerte de su último morador. Después fue repartida entre los descendientes, que salvo detalles dejaron intacto el mobiliario y la decoración original. En los años posteriores el palacio sufrió los daños del tiempo. Sin embargo de acuerdo a la Fundación Legado Cultural, salvo por roturas y rajaduras, no presentaba grandes alteraciones.

En el año 2004 la provincia se la expropió a la familia y partir de allí se pensó utilizarla como casa de gobierno, pero finalmente se decidió convertirla en museo.

A partir de ese momento fue llamativa la construcción del museo, puesto que se mantuvo un total hermetismo sobre lo que se estaba haciendo. Ni expertos en conservación, ni legisladores ni la prensa pudieron ver lo que sucedía adentro. Desde la calle lo único claro eran escombros saliendo del primer piso.

Finalmente el palacio Ferreyra dejó de existir para dar paso al museo, inaugurado el 17 de octubre de 2007. Una vez abierto se pudo constatar lo que el gobierno y el estudio de arquitectura GGMPU habían escondido durante el tiempo de refacción. Se había quitado gran parte de la flora original que proyectó Thays, además en la fachada del edificio los trofeos, ménsulas, tímpanos y otros elementos decorativos fueron pintados para resaltarlos sobre el resto de la arquitectura sin valorar la sobriedad de su estética original. También se perforaron los muros para colgar cuatro carteles, cuando normalmente esto se hace en las rejas para cuidar la estructura.

Pero el mayor daño fue dentro del edificio, ya que se demolieron casi todos los ambientes que tenía el lugar. También se quitaron cuatro arañas de la casa Krieger y gran parte del mobiliario original. De aquí salió el museo, que se compone de 14 salas de exhibición donde puede verse la colección permanente de la provincia, con obras de Antonio Seguí, José Malanca, Emilio Caraffa, Petorutti y la serie Manos Anónimas, del genial Carlos Alonso. Además se adicionó un ascensor y una escalera revestida en cuero de vaca, mientras que a las ventanas se le agregaron láminas de PVC que le da diversos y fluorescentes colores a los vidrios.

Si bien es admirable la calidad de las obras que contiene el Ferreyra, pudo haberse conservado el palacio bajo sus condiciones originales y emplazado un museo de arte decorativo como el Nissim de Camondo en París o el Frick Collection de Nueva York. Sin embargo, se decidió mutilar otro edificio histórico con un valor patrimonial inigualable para montar un museo que podía construirse en otro sector de la cuidad.

Es saludable tener museos y galerías que rescaten los acontecimientos históricos y culturales de la sociedad, más si tenemos en cuenta que estos bienes son piezas fundamentales de las civilizaciones. Ellos nos ayudan a comprender la historia y mantener la memoria de los pueblos. Una parte de estos es el patrimonio que nos ha dado nuestra arquitectura urbana, por lo que allí se vivió y por lo que ello representa. Eso es parte de nuestro legado como civilización.

Si la provincia rescata de un modo tan ambiguo la historia arquitectónica local, como ciudadanos deberíamos pensar qué hacemos con nuestro pasado y cómo dejamos que el Estado actúe sobre él, ya que destruir patrimonios históricos en pos del arte no significa ganar mayor cultura, sino perder identidad y parte de la memoria local, así como hipotecar el futuro.

 

 

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