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2 septiembre, 2011

Pezones mariposa: El reciclado de la fantasía

Por: Ludmila Barbero

Una obra ambientada en el mundo del fútbol y del club de barrio

En este trabajo, Bernardo Cappa nos muestra, a partir de los vínculos entre tres hombres en el bufet de un club, las pequeñas escaramuzas libradas por la imaginación para escapar de las miserias cotidianas.

 

 

La imagen inasible que nos propone el título de esta obra está vinculada con los dos planos en que se mueve la experiencia vital de sus personajes, fundamentalmente de Cesario, el encargado del bufet de un club de barrio, brillantemente representado por Lorenzo Quinteros. Si su escenografía cotidiana es la de un cafetín de mala muerte con paredes enmohecidas y letreros pintados a mano, su imaginación circula por las paradisíacas arenas de una Bolivia de ensueño, poblada de gráciles divinidades femeninas. Es hacia esa realidad a la que conduce a su ‘protegido’, Lionel, con el que arma una ficción de futuro exitoso, mientras que con Ricardo intenta transitar el camino inverso, llevándolo al universo de los recuerdos compartidos, modificados conforme a las conveniencias del momento.

Las tetas colgantes de un joven jugador de fútbol, que viene desde el Chaco a probarse en un club y termina como encargado de limpiar los vestuarios, contrastan, en un gesto cómico-dramático, con aquellas que pueblan la imaginación de Cesario. En su fantasía, las bolivianas son unas pequeñas diosas de bronce con pezones como ostras que brotan unas del interior de las otras, mientras las mujeres danzan, inalcanzables, a la orilla del río hasta que en el encantamiento del baile esas ostras salen de sus cuerpos volando, como mariposas. Es posible pensar que la ausencia de esos seres míticos en el plano de la realidad, como así también la propia resistencia a acercarse a ‘la letrada’ conduce al viejo ex jugador que encarna Quinteros a propiciar en Lionel una tendencia hacia el travestismo, disfrazándola (trasvistiéndola) de ‘sistema’ para recuperar el estado físico y alcanzar así el triunfo como futbolista. El ‘gordo’ se convierte, de este modo, en objeto (no sin su consentimiento e incluso cierto placer) de un disciplinamiento que lo feminiza, que lo transforma en ‘puto’ y en ‘gorda’, desde la perspectiva de Ricardo. El ‘mariposa’ del título también podemos sospechar que remite, en cierta medida, a los visos de homosexualidad en el atuendo y peinado de Lionel.

El personaje de Ricardo, representado por Darío Levy, es quien posee un mayor nivel de pragmatismo en la historia, y aun así, debe enfrentarse a las dificultades que le impone la culpa y el recuerdo, ese otro espacio en el que Cesario opera las ficcionalizaciones que necesita para sostener su posición en el mundo. Ricardo no pertenece al universo de fantasía del que se alimentan los otros dos personajes: él es el encargado de desarmarla. No obstante, las dificultades sobrevienen porque queda, en un principio, tomado por sus afectos hacia el encargado del bufet, y por la habilidad de este último para enredarlo en esos afectos.

La pregunta que surge a medida que la trama se espesa, como ese café instantáneo, interminablemente batido por Lionel, es cuál es el resorte que mantiene a estos personajes ocupados en sus ‘sistemas’, al servicio de qué está su voluntad de aferrarse a lo que no pudo ser: Ricardo a su ‘letrada’, Lionel a su deseo de ser un jugador exitoso y Cesario a su pasado futbolístico frustrado. El burlador, como en la obra de Tirso de Molina, es quien más engañado resulta, mostrándonos, una vez más, cómo las relaciones amo-esclavo no son unidireccionales. En este sentido, el encargado del bufet es un poeta al mejor estilo pessoano: uno de aquellos que ‘finge tan completamente’ que hasta finge que es su ilusión una ilusión que de veras tiene. Su nivel de compromiso emocional con la mentira que fragua para darle algo de qué sostenerse a su joven compañero va in crescendo al punto tal que no puede soportar la posibilidad de su partida.

La escenografía de Félix Padrón rezuma abandono, con su óxido y suciedades añejas. La pancarta de: ‘Bienvenidas campeonas’ parece burlarse de su propio contenido. Pero más allá de su ineficacia económica (e incluso de las pérdidas materiales que genera) parece haber algo en el bar que funciona, o que al menos inercialmente continúa operándose: Lionel baldea los pisos y recolecta restos de jabones usados para reciclarlos, clasificando por grosor y colores los pelos que encuentra adheridos. De la misma manera, los deseos fracasados del pasado se reciclan en Cesario y le permiten representar a otros jugadores. Además, una misma historia le sirve para lograr un acercamiento sentimental con Ricardo y luego para culpabilizarlo por el destino malogrado de su padre en el fútbol. La ropa de los personajes, por otra parte, también responde al concepto de aprovechamiento de lo desechable: Lionel se abriga con una campera olvidada por algún socio en los baños, y además utiliza un corpiño y un rollo de plástico para quemar calorías, en una suerte de unión de travestismo y reciclaje. El trabajo de Paola Delgado con el vestuario es efectivo y afín a la propuesta escenográfica. Se trata de exhibir ese contacto plácido con objetos descartables que encuentran una función dentro de la fantasía: le otorgan materialidad e incluso ayudan a justificar cierta utilización del tiempo en el día a día de dos hombres que sólo tienen lo que no tendrán o lo que nunca han tenido.

 

Por: Ludmila Barbero

Una obra ambientada en el mundo del fútbol y del club de barrio

En este trabajo, Bernardo Cappa nos muestra, a partir de los vínculos entre tres hombres en el bufet de un club, las pequeñas escaramuzas libradas por la imaginación para escapar de las miserias cotidianas.

             La imagen inasible que nos propone el título de esta obra está vinculada con los dos planos en que se mueve la experiencia vital de sus personajes, fundamentalmente de Cesario, el encargado del bufet de un club de barrio, brillantemente representado por Lorenzo Quinteros. Si su escenografía cotidiana es la de un cafetín de mala muerte con paredes enmohecidas y letreros pintados a mano, su imaginación circula por las paradisíacas arenas de una Bolivia de ensueño, poblada de gráciles divinidades femeninas. Es hacia esa realidad a la que conduce a su ‘protegido’, Lionel, con el que arma una ficción de futuro exitoso, mientras que con Ricardo intenta transitar el camino inverso, llevándolo al universo de los recuerdos compartidos, modificados conforme a las conveniencias del momento.

             Las tetas colgantes de un joven jugador de fútbol, que viene desde el Chaco a probarse en un club y termina como encargado de limpiar los vestuarios, contrastan, en un gesto cómico-dramático, con aquellas que pueblan la imaginación de Cesario. En su fantasía, las bolivianas son unas pequeñas diosas de bronce con pezones como ostras que brotan unas del interior de las otras, mientras las mujeres danzan, inalcanzables, a la orilla del río hasta que en el encantamiento del baile esas ostras salen de sus cuerpos volando, como mariposas. Es posible pensar que la ausencia de esos seres míticos en el plano de la realidad, como así también la propia resistencia a acercarse a ‘la letrada’ conduce al viejo ex jugador que encarna Quinteros a propiciar en Lionel una tendencia hacia el travestismo, disfrazándola (trasvistiéndola) de ‘sistema’ para recuperar el estado físico y alcanzar así el triunfo como futbolista. El ‘gordo’ se convierte, de este modo, en objeto (no sin su consentimiento e incluso cierto placer) de un disciplinamiento que lo feminiza, que lo transforma en ‘puto’ y en ‘gorda’, desde la perspectiva de Ricardo. El ‘mariposa’ del título también podemos sospechar que remite, en cierta medida, a los visos de homosexualidad en el atuendo y peinado de Lionel.

             El personaje de Ricardo, representado por Darío Levy, es quien posee un mayor nivel de pragmatismo en la historia, y aun así, debe enfrentarse a las dificultades que le impone la culpa y el recuerdo, ese otro espacio en el que Cesario opera las ficcionalizaciones que necesita para sostener su posición en el mundo. Ricardo no pertenece al universo de fantasía del que se alimentan los otros dos personajes: él es el encargado de desarmarla. No obstante, las dificultades sobrevienen porque queda, en un principio, tomado por sus afectos hacia el encargado del bufet, y por la habilidad de este último para enredarlo en esos afectos.

             La pregunta que surge a medida que la trama se espesa, como ese café instantáneo, interminablemente batido por Lionel, es cuál es el resorte que mantiene a estos personajes ocupados en sus ‘sistemas’, al servicio de qué está su voluntad de aferrarse a lo que no pudo ser: Ricardo a su ‘letrada’, Lionel a su deseo de ser un jugador exitoso y Cesario a su pasado futbolístico frustrado. El burlador, como en la obra de Tirso de Molina, es quien más engañado resulta, mostrándonos, una vez más, cómo las relaciones amo-esclavo no son unidireccionales. En este sentido, el encargado del bufet es un poeta al mejor estilo pessoano: uno de aquellos que ‘finge tan completamente’ que hasta finge que es su ilusión una ilusión que de veras tiene. Su nivel de compromiso emocional con la mentira que fragua para darle algo de qué sostenerse a su joven compañero va in crescendo al punto tal que no puede soportar la posibilidad de su partida.

             La escenografía de Félix Padrón rezuma abandono, con su óxido y suciedades añejas. La pancarta de: ‘Bienvenidas campeonas’ parece burlarse de su propio contenido. Pero más allá de su ineficacia económica (e incluso de las pérdidas materiales que genera) parece haber algo en el bar que funciona, o que al menos inercialmente continúa operándose: Lionel baldea los pisos y recolecta restos de jabones usados para reciclarlos, clasificando por grosor y colores los pelos que encuentra adheridos. De la misma manera, los deseos fracasados del pasado se reciclan en Cesario y le permiten representar a otros jugadores. Además, una misma historia le sirve para lograr un acercamiento sentimental con Ricardo y luego para culpabilizarlo por el destino malogrado de su padre en el fútbol. La ropa de los personajes, por otra parte, también responde al concepto de aprovechamiento de lo desechable: Lionel se abriga con una campera olvidada por algún socio en los baños, y además utiliza un corpiño y un rollo de plástico para quemar calorías, en una suerte de unión de travestismo y reciclaje. El trabajo de Paola Delgado con el vestuario es efectivo y afín a la propuesta escenográfica. Se trata de exhibir ese contacto plácido con objetos descartables que encuentran una función dentro de la fantasía: le otorgan materialidad e incluso ayudan a justificar cierta utilización del tiempo en el día a día de dos hombres que sólo tienen lo que no tendrán o lo que nunca han tenido.

Por: Ludmila Barbero

Por: Ludmila Barbero

Una obra ambientada en el mundo del fútbol y del club de barrio

En este trabajo, Bernardo Cappa nos muestra, a partir de los vínculos entre tres hombres en el bufet de un club, las pequeñas escaramuzas libradas por la imaginación para escapar de las miserias cotidianas.

             La imagen inasible que nos propone el título de esta obra está vinculada con los dos planos en que se mueve la experiencia vital de sus personajes, fundamentalmente de Cesario, el encargado del bufet de un club de barrio, brillantemente representado por Lorenzo Quinteros. Si su escenografía cotidiana es la de un cafetín de mala muerte con paredes enmohecidas y letreros pintados a mano, su imaginación circula por las paradisíacas arenas de una Bolivia de ensueño, poblada de gráciles divinidades femeninas. Es hacia esa realidad a la que conduce a su ‘protegido’, Lionel, con el que arma una ficción de futuro exitoso, mientras que con Ricardo intenta transitar el camino inverso, llevándolo al universo de los recuerdos compartidos, modificados conforme a las conveniencias del momento.

             Las tetas colgantes de un joven jugador de fútbol, que viene desde el Chaco a probarse en un club y termina como encargado de limpiar los vestuarios, contrastan, en un gesto cómico-dramático, con aquellas que pueblan la imaginación de Cesario. En su fantasía, las bolivianas son unas pequeñas diosas de bronce con pezones como ostras que brotan unas del interior de las otras, mientras las mujeres danzan, inalcanzables, a la orilla del río hasta que en el encantamiento del baile esas ostras salen de sus cuerpos volando, como mariposas. Es posible pensar que la ausencia de esos seres míticos en el plano de la realidad, como así también la propia resistencia a acercarse a ‘la letrada’ conduce al viejo ex jugador que encarna Quinteros a propiciar en Lionel una tendencia hacia el travestismo, disfrazándola (trasvistiéndola) de ‘sistema’ para recuperar el estado físico y alcanzar así el triunfo como futbolista. El ‘gordo’ se convierte, de este modo, en objeto (no sin su consentimiento e incluso cierto placer) de un disciplinamiento que lo feminiza, que lo transforma en ‘puto’ y en ‘gorda’, desde la perspectiva de Ricardo. El ‘mariposa’ del título también podemos sospechar que remite, en cierta medida, a los visos de homosexualidad en el atuendo y peinado de Lionel.

             El personaje de Ricardo, representado por Darío Levy, es quien posee un mayor nivel de pragmatismo en la historia, y aun así, debe enfrentarse a las dificultades que le impone la culpa y el recuerdo, ese otro espacio en el que Cesario opera las ficcionalizaciones que necesita para sostener su posición en el mundo. Ricardo no pertenece al universo de fantasía del que se alimentan los otros dos personajes: él es el encargado de desarmarla. No obstante, las dificultades sobrevienen porque queda, en un principio, tomado por sus afectos hacia el encargado del bufet, y por la habilidad de este último para enredarlo en esos afectos.

             La pregunta que surge a medida que la trama se espesa, como ese café instantáneo, interminablemente batido por Lionel, es cuál es el resorte que mantiene a estos personajes ocupados en sus ‘sistemas’, al servicio de qué está su voluntad de aferrarse a lo que no pudo ser: Ricardo a su ‘letrada’, Lionel a su deseo de ser un jugador exitoso y Cesario a su pasado futbolístico frustrado. El burlador, como en la obra de Tirso de Molina, es quien más engañado resulta, mostrándonos, una vez más, cómo las relaciones amo-esclavo no son unidireccionales. En este sentido, el encargado del bufet es un poeta al mejor estilo pessoano: uno de aquellos que ‘finge tan completamente’ que hasta finge que es su ilusión una ilusión que de veras tiene. Su nivel de compromiso emocional con la mentira que fragua para darle algo de qué sostenerse a su joven compañero va in crescendo al punto tal que no puede soportar la posibilidad de su partida.

             La escenografía de Félix Padrón rezuma abandono, con su óxido y suciedades añejas. La pancarta de: ‘Bienvenidas campeonas’ parece burlarse de su propio contenido. Pero más allá de su ineficacia económica (e incluso de las pérdidas materiales que genera) parece haber algo en el bar que funciona, o que al menos inercialmente continúa operándose: Lionel baldea los pisos y recolecta restos de jabones usados para reciclarlos, clasificando por grosor y colores los pelos que encuentra adheridos. De la misma manera, los deseos fracasados del pasado se reciclan en Cesario y le permiten representar a otros jugadores. Además, una misma historia le sirve para lograr un acercamiento sentimental con Ricardo y luego para culpabilizarlo por el destino malogrado de su padre en el fútbol. La ropa de los personajes, por otra parte, también responde al concepto de aprovechamiento de lo desechable: Lionel se abriga con una campera olvidada por algún socio en los baños, y además utiliza un corpiño y un rollo de plástico para quemar calorías, en una suerte de unión de travestismo y reciclaje. El trabajo de Paola Delgado con el vestuario es efectivo y afín a la propuesta escenográfica. Se trata de exhibir ese contacto plácido con objetos descartables que encuentran una función dentro de la fantasía: le otorgan materialidad e incluso ayudan a justificar cierta utilización del tiempo en el día a día de dos hombres que sólo tienen lo que no tendrán o lo que nunca han tenido.

Por: Ludmila Barbero