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11 agosto, 2015

¿Qué hacemos con el cuerpo… Antígona?

Por Nicolás Cerruti

a María Magdalena

Este texto será el esbozo, una guía, de un año de investigación sobre el mito de Antígona, un año de interrogantes, de ardor. Lo sugiero como “mito” ya que no es sólo la obra de Sófocles la que se indagará, sino todo lo que se fue tejiendo alrededor de este personaje (por ejemplo, Antígona Vélez, de Leopoldo Marechal, Antígona Furiosa, de Griselda Gambaro, etc.), de esta mujer que clama por su singularidad… cuando el Otro decididamente la acorrala. ¿Pero dónde exactamente ocurre esto? Tal vez en su deseo.

Antígona interesa por el deseo, nos interpela en una línea ética ligada al goce, ejemplifica la persistencia de un deseo por fuera de la ley, nos acerca a un amor que puede destruir sus lazos, más que unirlos ilusoriamente. Pero, también, Antígona nos cuestiona directamente en el cuerpo. Por eso, la pregunta podría ser: ¿qué hacemos con el cuerpo? En su caso, además, qué hace con el cuerpo muerto.

Un deseo, un cuerpo, una ética, un goce: una política. Antígona tiene un lugar en el Otro, tiene un lugar en la Polis, y allí es acorralada como mujer. Como mujer, no de tal o de cual, sino, en este caso, como hermana. El vínculo que habría que destacar es el de hermano-hermana. Según Hegel, éste posee una investidura ética peculiar que no encontraríamos, por ejemplo, entre esposo-esposa. En el vínculo hermano-hermana, Antígona es tenida en cuenta como persona singular[1]. Tras la pérdida del hermano –una pérdida que no puede decidirse si no se realizan los ritos necesarios– ocurre la pérdida de su propia identidad y de su reconocimiento en el seno de la comunidad.

«Antígona entrega, según Hegel, toda racionalidad práctica o interés humano en pago por el más puro interés por la verdad, acaba con su vida física y mental y pone a la polis en el más grave peligro de autoaniquilamiento (reta al estado a cometer el peor delito), con tal de hacer inevitable una aclaración colectiva radical sobre la naturaleza de la ley»[2].

Con todo esto, no dudemos en situarnos en el plano del ser, en el deseo, en la ley… en un plano ontológico. Aunque la cuestión nos lleve a preguntarnos más bien por el ente, o tal vez, por el estar (siguiendo a Kusch), por el existente.

«El proyecto de existir surge de una inmersión en lo negativo mismo. No habría proyecto si no hubiera un horizonte de negación que niega o tiende a negar el hecho mismo de vivir. (…) Por aquí se desciende a la verdad del existente»[3].

Antígona no sólo cuestiona la ley, sino que la desbarata totalmente, y al hacerlo se ubica en ese lugar equívoco de una muerta-viva.

Hay interrogantes diversos y por eso mismo se necesitarán actores diversos. Pues la verdad que buscamos no está sólo a medio decir, sino apartada de allí, o, en todo caso, de su posibilidad simbólica. Interrogarnos por el mito de Antígona será proponernos todo lo que queda por fuera del sentido, lo que el arte nos lleve a desarrollar. La poesía, como siempre, nos dará el tono. El camino no es sencillo, como no lo fue el de Edipo, aunque Antígona le haya servido de guía.

Una maldición atraviesa a la familia de Antígona, y en su recurrencia algo del Otro oracular aún nos enseña… tal vez la insistencia de un goce, equívoco.

 

«de sueños antígona no vive de partos no ha
muerto sobre hijos no responde poderosos
recluta poesía sabe poco transpira madre apenas
el incesto de padre sólo la miseria en los ojos
hermana huérfana belleza y contrapunto de amor
lo sabe todo lo sabe nada aunque renuncie»[4].

 

[1] Cabrera, Mónica L. y Vidiella, Graciela A., “Antígona y el traspié de la ironía hegeliana”.

[2] Varona, Ciro Alegría, «Hegel, la tragedia y la posibilidad de una ética moderna», ARETÉ, Revista de filosofía, Vol. VI, Nº 1, 1994 pp. 7-23.

[3] Kusch, Rodolfo, “La negación en el pensamiento popular”, Obras completas, tomo II, Fundación A. Ross, Rosario, 2007, página 643.

[4] Malusardi, María, diálogo con pescadores, Alción Editora, Córdoba, 2007, página 63.