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15 julio, 2016

«El alma no se disimula, está ahí en cada pieza». Del cuento de hadas, del sueño, desde su primer contacto con las telas, introdujo el barro, como símbolo del estar presente en el aquí y ahora, y despertar por fin de ese estado de ensoñación.

Por: Valeria Bula

Raquel Podestá, artista textil, dibujante y artesana, logra visibilizar a través de su obra la violencia de género, como el maltrato emocional, que se hace sutil y hasta imperceptible en el trato íntimo doméstico. Muchas mujeres sufren el agobio de una sociedad de corte patriarcal; en el pasado, muchas ahogaban sus penas a través de la costura, quehaceres, a su vez, desvalorizado y percibido con desdén por el solo hecho —quizá— de ser realizado por personas del sexo femenino.

Podestá logra desarticular lo que tantas mujeres padecen y, sin darse cuenta, reproducen de ese universo simbólico patriarcal, donde se hostiga lo diferente de la figura hegemónica del varón blanco heterosexual.

La especialista sobre temas de género de la UBA, Alejandra Lo Russo, explica que en el ser humano no se puede diferenciar entre lo cultural y lo físico, y la mujer sociabilizada desde la infancia en este universo simbólico patriarcal tarda en detectar el malestar de un abuso de tipo emocional.

En su niñez aprendieron que son merecedoras de esos ultrajes, o se entrenaron para soportarlo y disimular, a favor de no quebrantar las estructuras sociales dadas.

Con el refinamiento de su obra, la artista logra representar este universo con objetos textiles ensimismados, que demuestran confusión y tortura, cubiertos de bellas y finas telas de terciopelo y perlas que revelan que el maltrato no distingue clase social.

Así, «Lo bello puede lastimar» es lo primero que uno lee al entrar en la página web de la artista, en alusión a una vida familiar de buen pasar económico, pero no tan bueno en lo afectivo. Sí, lo bello puede destruir, pero en este caso, el arte, lo bello, sirvió como vehículo para dar luz y reflejar situaciones hostiles y desintegradoras.

En el desarrollo de su obra, fueron claves la crítica de arte Valeria González y el filósofo Bernardo Nante. Este último la introdujo en la idea de la alquimia y la importancia en estos fines del tiempo y concentración. Pero estos períodos no son como los conocemos en la era de la post-revolución industrial, sino como los seres humanos primitivos lo experimentaban: cada acontecimiento tiene sus propios tiempos, fuera de toda lógica capitalista.

La autora refiere que todo lo que hace, comenzó por accidente y un poco por intuición. Lo energético, lo inconsciente, la integración cuerpo, mente y espíritu están presentes en su obra. «Me parece potente la idea del hilo y la aguja como en la cirugía que curan, integran dos partes separadas».

Que sepa coser, que sepa bordar, decía aquella canción popular. Cuando Raquel volvía del colegio, veía a su madre sumergida en su cuarto de costura bordando preciosos vestidos para sus hijas. Este recuerdo surgió cuando, clavando perlitas sobre madera como si fueran bordados, se dio cuenta de que quería trabajar con telas, bordar y reivindicar a esas mujeres que ahogaban sus penas en esta tarea.

Así comenzó a revolver en los cajones de la abuela, terciopelo, encajes, broderie: un mundo de creaciones se presentaba ante sus ojos para convertir la pena en esperanza y dar valor a lo que era visto socialmente con menosprecio.

De esta forma nació Mar de Lágrimas, realizado con mostacillas, que fue seleccionada para el premio Fundación Klemm. Descubría y convertía con su obra los quehaceres femeninos en legítimos, cuando antes se revelaban ensombrecidos y entristecidos. De objetos chiquitos pasó a realizar piezas con mayor peso que indicaban peligro y confusión, como claramente se manifiesta en su pieza El ajuar, con un conjunto de armas y hasta utensilios de cocina cosidos en canavá y terciopelo con perlas.

En su última muestra en el Espacio Darwin de San Isidro, Podestá introdujo la cerámica y mostró otra cara de la misma moneda: el escenario ahora se veía feliz. Los monstruos quedaron atrás; una pareja de pajaritos, de cerámica, plantas que evocan un cuento, con dibujos de niños y un bebedero con una pelota de tela (la única pieza textil en la obra). También demuestra una vuelta a su primera pasión, el dibujo: pasó de dibujar a sus hijos a dibujar a sus nietos. Se refugió en las amorosas reminiscencias de su infancia: los almácigos y las alverjillas que su padre cultivaba hacen su aparición en la memoria de la autora; de allí floreció Enredadera, Almácigos o Alverjillas, obras cubiertas de mostacillas, terciopelo blanco, perlas y pana. «Las piezas textiles me dan como una cosa más de sueño, de irreal», concluye la artista. Se descubre cómo se fue desenredando el proceso dinámico: como un felino atraído por la puntilla de una hebra de lana, tras la madeja del entretejido, hasta desenmarañarla.