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19 abril, 2016

Silvia Rivas < El agua como cuerpo >

Silvia Rivas < El agua como cuerpo >

Mercedes Casanegra

Momentum ‒última exposición de Silvia Rivas en la galería Rolf Art, Buenos Aires‒ plantea nuevamente el tema del tiempo, largamente investigado por la artista a través de su producción. Valeria González, autora del texto de presentación, cita como antecedente la gran videoinstalación de Rivas en la Sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta (2001). Allí, la artista utilizó imágenes de agua que corre ‒metáfora del tiempo, según González‒. La representación estuvo constituida por varias tomas en diversos videos de poderosas cortinas de agua, que parecían entrecruzarse junto al vigor descomunal de su caída vertical que hostigaba el inexorable transcurrir de los segundos. Los espectadores podían sentir sus propios cuerpos atravesados por los torrentes. La fuerza del agua como elemento natural primordial imponía la instantaneidad de su caída en el soporte tecnológico del video. Descubrimos que la definición de la palabra «agua» se denota también con el término «cuerpo», y que se completa en la combinación de los elementos que la forman y sus proporciones. El agua como cuerpo.

Ahora, la artista volvió a la figura –el cuerpo humano, tema tratado por ella desde sus comienzos a través del dibujo‒, sólo que esta vez en acción «performática». Se trata de una joven que insiste en su intención de dar un paso, acto no acontecido finalmente, en la primera obra. En la segunda obra, se da la caída del cuerpo con impulso hacia atrás y otra figura, su doble, observa la acción. Y en la tercera obra, se da la réplica de varios pasos hacia adelante. La primera pieza encierra una clave: ese intento de iniciar un tránsito, de ensayar el primer paso pero sin concluirlo, contiene el nudo argumental que propone la artista. Y este consiste, no en detener, pero sí en alargar el instante de la inminencia, esa infinitesimal unidad de tiempo donde se concentra, a la vez, la mayor intensidad del desarrollo de la acción. En esa unidad temporal se unen la consciencia, la decisión y la idealmente demorada puesta en marcha de la acción. Y es allí, en ese punto efímero, donde la artista solicita imaginaria y poéticamente ampliar esa mínima unidad de tiempo, convertir el instante en un momento. Es allí donde sobreviene la cuestión utópica sobre la posibilidad de una extensión del tiempo, de algo así como una espera o una detención momentánea del devenir. Una utopía, tal vez la mayor a la cual podría aspirar el género humano, posible tesis de una narración o film de ciencia ficción.

Este ejercicio de interpretación ‒observar y detenerse en esa minúscula porción temporal de una acción, en la reiteración del intento del paso de la joven‒ no está exento de dramatismo. Ese tramo se torna intenso. Silvia Rivas renueva en imágenes contemporáneas el tema del transcurso inexorable del tiempo, que ocupó el pensamiento de culturas antiguas y modernas (la filosofía griega distinguió entre chronos y kairós, diferencia entre condición cuantitativa y cualitativa del tiempo, respectivamente).

El espacio y los escenarios de Silvia Rivas, donde suceden sus acciones, son neutros y despojados en el linde de una cualidad metafísica. Es en ese telón de fondo donde resuena la vibración de las experiencias que la lucidez de la artista pone en juego, como sutiles notas que interrogan sobre cuestiones de magna complejidad. La potencia del conjunto se apoya en preguntas retóricas, y también en la cualidad de lo fugaz, del instante, que tampoco posee medida. Fugaz es la conjunción del rayo de luz de la tarde con la parte superior de la placa de mármol donde se inscribe el perfil de la joven performer, parte de la obra principal que ocupa la primera sala de la galería. Fugacidad y duración, instante y permanencia.